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CRÍTICA
Festival de Cannes

La apasionante vida de Catalina Parr solo da para una película correcta con un Jude Law desatado

Alicia Vikander y Jude Law posan ante los medios presentando 'Firebrand' en Cannes
22 de mayo de 2023 22:41 h

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“La historia dice muchas cosas de nosotros, casi siempre sobre los hombres y la guerra”. La frase aparece en la pantalla y abre de forma contundente Firebrand, la película que ha dirigido Karim Aïnouz sobre la figura de Catalina Parr, la última mujer de Enrique VIII, y una de las grandes olvidadas por las historias oficiales. Parr ya debería ser reivindicada en los libros solo por haber sobrevivido a aquel monarca abusador y maltratador que mandó decapitar a dos de sus anteriores cinco esposas (Ana Bolena y Catalina Hopward) y enclaustrar a otra de ellas (Catalina de Aragón). Parr fue obligada a casarse con Enrique VIII, que se encaprichó con ella y la convirtió en su última mujer antes de morir él a los 55 años.

Mientras que las películas siempre se han centrado en la figura del rey, o como mucho en la de Ana Bolena, varias de las esposas que sufrieron la ira y las vejaciones del rey no han sido reivindicadas. En el caso de Parr es curioso, ya que fue regente del país de julio a septiembre de 1544, mientras Enrique se encontraba en su campaña por Francia y se destacó su buena gestión en ese momento de tensión. Además, su visión de la religión, más cercana al protestantismo que al anglicismo británico, hizo que apoyara de forma encubierta a Anne Askew, mártir protestante ajusticiada por el rey. Escribió sobre religión tres libros que escandalizaron a la Iglesia Católica y fue detenida y acusada de herejía por su marido, aunque finalmente no fue condenada a la pena de muerte.

Las veces que Catalina Parr ha aparecido en la ficción ha sido siempre como secundaria en series como Los Tudor o películas como La vida privada de Enrique VIII (1938), de Alexander Korda. También han sido reivindicadas sus esposas gracias al éxito del musical Six, que intenta romper, como lo hizo Hamilton, poniendo en el centro a las seis esposas de Enrique VIII con una puesta en escena que remite a un concierto de pop. 

Ahora, Catarina Parr ha encontrado su hueco en el cine gracias al director brasileño Karim Aïnouz, que en 2018 ganó en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes y que ha colaborado con directores como Todd Haynes. Aïnouz ha saltado a la Sección Oficial por la Palma de Oro con Firebrand, y ha dado a Alicia Vikander el papel de Parr en un filme que escapa de los peores vicios del biopic pero que se queda en una correcta y demasiado convencional película. Una decepción, sobre todo viniendo de un realizador que con La vida invisible de Eurídice Guamo había conseguido hacer un retrato político de Brasil a través de un melodrama desgarrado con tintes poéticos. 

Aquí están todos los recursos que se esperan de un filme de época. Voz en off, bailes en la corte, traiciones y una reconstrucción histórica de primer nivel. Se agradece que el director tenga claro centrarse en un periodo concreto —sdesde su regencia hasta la muerte de Enrique VIII— en vez del típico relato de toda una vida, pero su único riesgo llega en un final que sacrifica el rigor histórico por uno que apuesta por la justicia poética con el monarca. Firebrand es un filme sin alma y sin personalidad y, a pesar de su corrección y su reivindicación de la figura de Parr no se entiende su presencia en un certamen como Cannes. O sí se entiende si uno piensa en que la alfombra roja se asegura a Vikander y Jude Law, que son lo mejor de la función, sin duda. Especialmente Law como un Enrique VIII despiadado, obeso, enfermo y sádico. Sus arrebatos violentos imponen y ponen un nudo en la garganta. Fogonazos de vigor en una película que carece de él.

La sorpresa de Triet

La cara (positiva) de la moneda vino con Justine Triet, que presentó un thriller judicial que funciona con la precisión de un reloj: Anatomía de una caída. Triet se ha convertido en otra de las favoritas para el palmarés, especialmente por parte de la crítica francesa, que la colocan como una de las contendientes para la Palma de Oro. Sería demasiado premio para un filme de ritmo endiablado y con más capas de las que parece a simple vista, sobre todo si uno tiene en cuenta el calado y la profundidad de otras propuestas como las de Glazer (La zona de interés) y Nuri Bilge Ceylan (About The Dry Grasses). Sin embargo, no debería irse de vacío, especialmente la interpretación de Sandra Hüller. La Palma a la Mejor actriz debería ser para esta alemana que también protagoniza La zona de interés y que aquí se come la pantalla a bocados en un personaje complejo y en varios idiomas. Verla dominar cada escena es un espectáculo, y parte del éxito de que uno se quede pegado a la pantalla las dos horas y medias de este thriller.

Un juicio que sirve también para poner sobre la mesa varios asuntos. La misoginia del sistema judicial, la LGTBIfobia de los jueces, la falta de valores de abogados que son capaces de colocar la orientación sexual encima del tapete para hundir al rival… También la disección de una pareja, de la violencia que implica la convivencia. Del éxito, la autoficción y conceptos como la verdad y la mentira. Triet no ofrece respuestas claras, no quiere subrayar si la protagonista es culpable o inocente, sino hacer reflexionar sobre todo el proceso y lo que acarrea en esta mujer, madre de un hijo con un problema de visión a la que acusan del asesinato de su marido que, aparentemente, se ha tirado desde la ventana de su casa en la montaña en Grenoble.

A pesar de contar con todos los elementos que indicaban que Anatomía de una caída podía caer en el thriller noventero, la directora y guionista se las apaña para salirse siempre del cliché y lograr momentos realmente potentes, como esa secuencia inicial con la versión del P.I.M.P. de 50 Cent y Snoop Dogg featuring Bacao Rhythm & Steel Band, y una discusión mitad mostrada y mitad escuchada que es uno de los clímax de una de las sorpresas de la sesión oficial.

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