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'Train to Busan': pánico zombi en el tren de alta velocidad

Fotograma de 'Train to Busan'

Rubén Lardín

Con el KTX, el AVE coreano, se puede viajar de Seúl a Busan en menos de tres horas. Si se da algún retraso, los pasajeros siempre pueden acogerse al compromiso voluntario de puntualidad que dispone la empresa ferroviaria, aunque los términos para el reembolso podrían ser discutibles si se ha colado a bordo un pasajero infectado.

En Train to Busan, un ejecutivo averiado por el mundo del trabajo decide llevar a su hija de ocho años a ver a su madre. Y en el trayecto las va a pasar canutas.

Pese a las apariencias, Train to Busan no es para nada una película de terror. No puede serlo desde el momento en que el zombi entregó su figura a series de televisión para señoras en bata. Los zombis han sido fagocitados por el mainstream, son ahora víctimas devoradas por la masa y Train to Busan contempla ese detalle para llevarlo a su terreno.

Así, la película toma los hallazgos de títulos clave en el renacimiento milenarista de la mitología, desde 28 días después a Guerra Mundial Z pasando por el Amanecer de los muertos de Zack Snyder o el manga de Kengo Hanazawa I Am Hero, y los amalgama en una peli de zombis para toda la familia. Suena penoso, la desactivación de un mito siempre es triste, pero el caso es que funciona.

Huir o enfrentar

Train to Busan es el primer largometraje de imagen real del director coreano Yeon Sang-ho, que en el ámbito de la animación había dado películas tan valiosas como The King of Pigs o The Fake. Aquellos fueron títulos muy bien recibidos en el circuito de festivales, de tremenda carga crítica en torno a temas como el acoso escolar y el fanatismo religioso, radicales en la violencia y obstinados en señalar el brutal individualismo de la sociedad contemporánea.

La habilidad allí de Sang-ho para medir el drama y confeccionar escenas de intensidad le supuso multitud de ofertas de productores que adivinaban su potencial para conectar con un público más amplio que el del dibujo animado, así que el cineasta tomó los presupuestos epidémicos de Seoul Station, el largometraje animado en el que trabajaba sobre una epidemia en expansión, y los trasladó a un nuevo proyecto cuyas dimensiones iban a subordinar aquel título a la categoría de complemento con aires de precuela.

La familia en riesgo

Train to Busan es cine familiar y por tanto cine sobre la familia. En eso es elocuente desde su cartel esta película coral donde el personaje infantil es el corazón de un magnífico ecosistema de estereotipos, individuos corrientes retratados con una economía y una eficacia modélicas entre los que se incluye al menos un personaje inolvidable, el padre abnegado que incorpora Dong-seok Ma. Todos conducen una trama jalonada de peripecias y capaz de dejar poso a la vez que cumple a rajatabla el cometido final del cine lúdico: hacernos abandonar el cuerpo y no permitirnos pensar en nada.

Lo hace con esa rebaba sentimental que toleramos al cine surcoreano porque la equilibra muy bien con su gusto por la violencia, y es capaz incluso de un comentario ideológico de trazo grueso y fundamental donde solidaridad y redención son los conceptos a manejar contra la especulación y el capitalismo. Una película de “muertos vivientes” encarrilada, y nunca mejor dicho, hacia un renacer del individuo en relación a sus semejantes.

A todo tren

Los de Train to Busan no son zombis ausentes, sino ciudadanos dislocados, víctimas de la enajenación colectiva. Aunque señala muy bien la célula infectada, a Yeon Sang-ho no le interesa tanto el individuo como la zombificación del grupo, y es ahí donde la película toma recursos del cine de catástrofes, presentando una caterva desquiciada que bien podría ser la materia amorfa que anegaba las calles en aquella The Blob de los tiempos de la paranoia que en España se tituló, muy adecuadamente, La masa devoradora.

Es evidente que la experiencia como animador ha dotado a Yeon Sang-ho de una meticulosa capacidad de medición del ritmo interno de cada escena. El espacio horizontal del convoy, amén de llevar con elegancia las obvias metáforas de clase y recorrido, convierte la película en una escalada vertiginosa. Los personajes son integrados sin reducir nunca la velocidad, cada uno atento a su circunstancia emocional y colaborando los rasgos particulares de cada uno en la construcción del resto. Y en su mezcla de humanidad conmovedora con acción y aventura trepidante, la película conquista una personalidad final que inhabilita de antemano cualquier propósito de remake estadounidense.

Train to Busan está en boca de todos los aficionados al cine fantástico como una de las sensaciones de 2016 que llega ahora a las pantallas españolas. Verla en casa garantiza una velada de diversión y euforia doméstica de esas que tanto cuesta convocar; hacerlo estos días en una sala de cine expresiva y hasta la bandera –que haberlas, haylas todavía- puede llegar a convertirse en una experiencia memorable.

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