El 'edificio Fnac', un símbolo madrileño de la historia del comercio
El anunciado cambio de uso en las plantas superiores de uno de los edificios emblemáticos del centro de Madrid implicaría una reforma que no sería la primera que sufra la actual sede de Fnac, asomada a la plaza de Callao. La intención de su propietario, el grupo francés Merlin, es dedicar sus plantas altas a la gastronomía, acogiendo restaurantes que apuntarán a una plaza que se ha convertido en emblema de la capital. Callao aparece en imágenes poderosas de Almodóvar (La flor de mi secreto), Amenábar (Abre los ojos), Álex de la Iglesia (El día de la bestia) y otros directores de cine que buscaban un icono del lugar más popular de la ciudad, y confirman su éxito simbólico en el imaginario colectivo.
Ni el Palacio Real, ni el Museo del Prado, ni el Congreso de los Diputados son emblemas del Madrid moderno. La Gran Vía, sí. Y de sus tres tramos, la articulación del segundo y el tercero en la plaza de Callao marcó el máximo brillo del breve esplendor de la modernidad antes de la Guerra Civil. En el arranque del tercer tramo surgió el edificio Carrión, que acoge el cine Capitol, considerado el mejor entre los edificios modernos de la capital. Se terminó en 1933, obra de dos jóvenes arquitectos, Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced, que ocuparon un solar privilegiado en una calle en la que trabajaban los grandes arquitectos de su tiempo. Era el lugar en el que surgían los edificios de oficinas, las salas de estreno y las tiendas de lujo, los nuevos distintivos metropolitanos de una gran ciudad que no completaría su calle más representativa hasta unirse con la plaza de España en los años cincuenta.
En la misma plaza de Callao ya existían edificios singulares, como el cine Callao (1926), diseñado por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto, y el Palacio de la Prensa (1928) de Pedro Muguruza. Otra pieza valiosa, la actual sede de Fnac, entre las calles Carmen y Preciados, pasa más desapercibida a pesar de su esbeltez. Es más interesante de lo que a primera vista invita a pensar, tanto por su autor, el camaleónico Luis Gutiérrez Soto, como por las especiales características de la obra, construida en la década de los años cuarenta. Cuando Galerías Preciados abrió sus puertas allí, en 1943, se convirtió en apóstol de una nueva tipología arquitectónica, la de los grandes almacenes.
Sus promotores importaron el concepto desde el ámbito cultural norteamericano, ya que su capital procedía de Cuba, que era una extensión de los Estados Unidos en el Caribe. Allí, los almacenes El Encanto habían cosechado un éxito arrollador y su gerente, el asturiano César Rodríguez González, impulsó tanto el nacimiento de El Corte Inglés —su sobrino y sucesor fue Ramón Areces— como el de Galerías Preciados, por mediación de su primo Pepín Fernández, quien retornó a España en 1934 para ejecutar diferentes inversiones.
Para acoger un moderno almacén por departamentos al estilo norteamericano, se escogió la manzana en que se encuentra el edificio actualmente pero solo el extremo más cercano a la Puerta del Sol, limitado por las calles Carretas, Rompelanzas y Preciados. Desde allí se iría ampliando hasta alcanzar la plaza de Callao, donde se levantaría un edificio de considerable altura para su tiempo. El proyecto se encargó al arquitecto más prestigioso de Madrid en aquel momento, Luis Gutiérrez Soto, cuya vinculación con el régimen le permitió desarrollar su indiscutible talento hasta ser el más prolífico de los profesionales durante cinco décadas. Fue responsable de muchos edificios residenciales de alto nivel, y de hitos tan diversos como el primer aeropuerto de Barajas, el antiguo cine Barceló, el Ministerio del Aire en la Moncloa, la Torre de Retiro o el solemne rascacielos de La Unión y el Fénix en el paseo de la Castellana.
El autor de más de 650 proyectos a lo largo de su vida, nunca se mostró especialmente orgulloso de esta obra, aunque cuente con valores infrecuentes en la arquitectura moderna de Madrid. El volumen, con forma de alto y largo paralelepípedo de escaso espesor, muestra hacia la plaza de Callao una estrecha fachada de inusitada esbeltez, que otorga a la menor de sus caras verticales las proporciones de un pequeño rascacielos urbano, con el mismo recurso empleado por Raymond Hood en el Rockefeller Center neoyorquino.
Un bloque en crecimiento
El edificio fue proyectado en 1940 y se realizó en tres fases, inaugurándose la primera en abril de 1943. El bloque inicial de Galerías Preciados constaba solo de cinco alturas. A medida que se adquirieron el resto de las casas de la manzana, se fueron completando ampliaciones que culminaron en 1956, cuando alcanzó una volumetría semejante a la actual. Desde entonces, se aprecia su desnuda ortogonalidad, que conecta de modo sutil con los proyectos de Gutiérrez Soto anteriores a la Guerra Civil, cuando empleaba un lenguaje formal racionalista. Parece que, en esta ocasión, el arquitecto no se sintió obligado a revestir su trabajo con elementos neoimperiales como los que empleó en otras obras de la misma época, a raíz del éxito del Ministerio del Aire.
Las propias particularidades del proyecto, con una superposición de plantas diáfanas, largas y estrechas, que debían ser enhebradas por ascensores y escaleras con la máxima eficacia, invitaban a diseñar un edificio estrictamente funcional. Sin duda, el autor habría preferido definir las fachadas con muros cortina continuos de metal y cristal, pero, finalmente, acaso por escasez de materiales, o por enmascarar un edificio esencialmente moderno, se resolvieron los luminosos paramentos acristalados subdividiéndolas con una retícula ortogonal de elementos masivos, que enmarcaban el vidrio con granito dentro de los paños de ladrillo.
Es inevitable poner en valor el clasicismo racionalista del edificio, en especial si se considera que fue construido en plena autarquía, cuando las obras se disfrazaban con la parafernalia neoimperial tan grata al régimen. Galerías Preciados aparece como un elemento de geometría pura, que participa de una lectura conjunta de las ideas del movimiento moderno europeo y de la influencia, a menudo ignorada, de la arquitectura contemporánea de Estados Unidos. El mundo comercial norteamericano era bien conocido por los propietarios, que llegaron procedentes de La Habana y fueron viajeros frecuentes a Nueva York por sus negocios antes de instalarse en España.
El viejo glamur del cine y el teatro
Está poco reconocida la influencia estadounidense en la arquitectura madrileña y de la Gran Vía de aquel tiempo, cuando el cine Callao (1926) toma como modelo las salas de proyecciones norteamericanas, y el cercano edificio de Telefónica (1929), que firma Ignacio de Cárdenas, lleva en su interior las ideas de Louis Seabury Weeks, el arquitecto neoyorquino de la ITT que supervisa su trabajo. En cierto modo, el edificio de Galerías Preciados dialoga también con el Palacio de la Prensa (1928) situado al otro lado de la plaza, en el que se rinde un homenaje a la arquitectura de Sullivan en Chicago.
A principios de los años 90, para que se instalara en el edificio la multinacional francesa Fnac, se acometió una profunda remodelación bajo la dirección de José Medina Rivaud, rehaciendo la estructura y respetando, en líneas generales, el aspecto exterior del edificio. En la parte superior, añadió un remate cilíndrico cristalino a modo de torreón, un peaje posmodernista que intenta dialogar con el edificio Carrión y con los tholos, los torreones de esquina con columnas, presentes en muchos edificios del entorno.
Si ahora se reforman las plantas altas del edificio de Gutiérrez Soto para alojar en ellas una colección de restaurantes, será una confirmación de la conversión de la Gran Vía en un escenario de ocio y turismo prácticamente desvinculado de las necesidades básicas de la comunidad. La obra inicial de galerías Preciados expulsó edificios de viviendas para instalar unos grandes almacenes destinados a la venta de objetos de consumo general, más tarde pasó a ser un centro comercial de ocio y cultura. Ahora el turismo gastronómico acaparará los pisos superiores para convertirlos en miradores sobre el propio espectáculo humano de una arteria urbana consagrada a la diversión, a la manera del Broadway neoyorquino o el Strip de Las Vegas.
El cambio de uso siempre aparece, antes o después, en la vida de los edificios con historia, pero no se deben traicionar las ideas arquitectónicas que contienen. Para evitarlo, existen normas de protección para elementos como este, valiosos, que deberán ser respetados para que permanezca la memoria del origen de un edificio que ha contribuido a definir con su perfil la transformación metropolitana de la ciudad.
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