Boogarins: ni héroes ni marginales
La de los sesenta fue una década fértil y exuberante en Brasil en lo que a producción artística se refiere, en gran medida como reacción a la dictadura militar, que desde 1964 se extendió durante los siguientes veinte años y que normalizó el control y la censura a golpe de decreto. Mientras los tipos en uniforme preparaban el terreno para colocar sus botas por encima de la ciudadanía, tan solo en el panorama musical convivían dos corrientes ideológicamente opuestas de bossa nova, la canción protesta, el ye-yé –que en su versión local se llamó iê-iê-iê y que supuso la irrupción de la cultura de masas en el país– y ese cajón de sastre llamado MPB o Música Popular Brasileña. Y luego estaban los tropicalistas.
A finales de los sesenta, el movimiento tropicalista o Tropicália fue el que mejor supo unir el Brasil tradicional con el vanguardista y, en una relectura hippie y pop del Manifiesto Antropofágico, canibalizó pasado y presente del país para producir un potaje alucinante: allí echaron las bananas de Carmen Miranda y las guitarras eléctricas del rock europeo y estadounidense, poesía concreta y telenovelas, el teatro experimental y el Cinema Novo, la larga tradición de bandidos brasileños, como Cara de Cavalo o Lampião, y el lema seja marginal, seja herói. Aquello se esfumó con la marcha de Caetano Veloso y Gilberto Gil al exilio europeo en 1969 tras varios meses de prisión, pero la semilla estaba plantada.
Con su álbum de debut As Plantas Que Curam (2013), los dos amigos del instituto Dinho Almeida (voz y guitarra) y Benke Ferraz (guitarra) consiguieron invocar el espíritu de Os Mutantes desde la casa de Benke, en Goiânia, lo que tiene algo de anomalía sonora en una ciudad marcada fuertemente por artistas vinculados a la tradicional cultura sertaneja. Y sin quererlo, llamaron la atención, gracias a Internet, del sello de Nueva York Other Music Recordings, que se decidió a publicarlo y que les empujó literalmente a la creación de Boogarins. Porque no tenían ni nombre todavía. Y, en sucesión rapidísima, su presencia en la prensa internacional, giras en Europa y Estados Unidos y festivales como SXSW, Austin Psych Fest y Primavera Sound.
Boogarins están estos días de paso por España –tocó ayer en Barcelona y hoy lo hará en Madrid–, dentro de su gira europea, 19 shows, 10 países en un mes, para presentar su segundo disco, Manual, donde el ya cuarteto sigue moviéndose cómodamente entre el tropicalismo de entonces y la neopsicodelia de ahora. Aprovechamos la ocasión para hablar con Dinho sobre la música de los sesenta y la de hoy, sobre grabaciones caseras y sobre la realidad política de Brasil.
El ecos de las protestas (y dos micros reguleros)
“[Los tropicalistas] fueron una parte importante de la buena música brasileña, así que no hay razón para que no nos gusten las comparaciones”, reconoce Dinho Almeida, que es consciente de que, aunque el Brasil de hoy no sea una dictadura, la actividad política de los últimos meses ha estado marcada por las protestas contra las inversiones públicas en megaeventos deportivos –en detrimento de los servicios sociales para la ciudadanía–, los escándalos por corrupción y las críticas de todos sectores al gobierno de una Dilma Rousseff noqueada.
Temas como Avalanche, el primer adelanto de Manual, han sido interpretados como un eco de las manifestaciones que rodearon el Mundial de Fútbol. ¿Tiene el grupo algún interés por mostrar sus ideas políticas? “Tenemos interés por la libertad individual y pensamos que está siendo invadida y que no se respeta en el Brasil de hoy. De una forma diferente que en el época de la dictadura, claro. Los monstruos de hoy fueron elegidos 'democráticamente' con el respaldo de unos medios de comunicación tan criminales como los intereses que financiaban a los militares de aquel tiempo. La música, como cualquier forma de expresión, es el espejo de una parte del artista, así que no veo como desvincularla de las ideas políticas”.
El éxito de Boogarins recuerda al de grupos como Foxygen o Unknown Mortal Orchestra, veinteañeros que con sus grabaciones caseras, añejas y alucinadas saltaron a un sello indie gracias a los blogs y las redes sociales. Y de ahí a las revistas de tendencias, a la prensa generalista y a una profesionalización necesaria. “El primer disco era básicamente aquellos intentos iniciales de grabaciones en casa de Beke, pero no teníamos ni idea de que estábamos grabando un disco y ni siquiera éramos una banda. Y el estudio casero de Beke en realidad no llega a ser un estudio. Las primeras canciones de As plantas… fueron grabadas con micrófonos de ordenador. Pero las cosas están mejorando”, cuenta el cantante.
Y el Doctor Explosión hizo ¡bum!
La principal diferencia entre los Boogarins de entonces y los Boogarins de ahora es que ya no son apenas dos colegas de veinte años, sino una banda completada con bajo (Raphael Vaz) y batería (Ynaiã Benthroldo), curtida con meses de directos. Y en ese sentido, Manual puede entenderse como su primer trabajo. “Para Manual entramos en el estudio con la mayor parte de las ideas en la cabeza y en las manos. Entramos como una banda, sabiendo que tendríamos que salir de allí con un disco, así que el proceso y la construcción de las canciones fueron completamente diferentes del primero. Más que una presión externa, existía una expectativa personal por ser nuestro primer disco como grupo”, cuenta Dinho.
Manual fue grabado en un descanso de la gira de 2014, a lo largo de la cual ya tocaron muchas de las canciones que han pasado a formar parte del álbum. Y en él tiene un peso fundamental el trabajo de Boogarins con Jorge Explosión en los estudios Circo Perrotti, en Gijón, el año pasado. Allí hicieron una pausa de tres semanas y, de vuelta en Goiânia, metieron mano a algunos temas para rematarlos, especialmente a los más antiguos.
“Conocimos a Jorge en el SXSW del año pasado. Trabajar con él fue una experiencia nueva para ambos: nosotros nunca antes habíamos grabado de forma analógica y con un equipo tan increíble, y él nunca había trabajado con un grupo de rock brasileño que tuviese tanta influencia nativa. Hicimos muchas cosas en directo. De las trece canciones que salieron de allí, diez están en el disco. Fueron tres semanas, pero nos hubiera gustado pasar mucho más con o querido Jorge”.
De caldos y frituras
En el nuevo estatus de banda-que-tienes-que-conocer del que disfruta Boogarins, Manual ya ha tenido un lugar preferente en la prensa internacional, en medios como The Guardian (“el único disco que deberías escuchar esta semana”) y New York Times, que ofrecía sus canciones en exclusividad en streaming días antes del lanzamiento. Y es cierto que, en canciones como Avalanche, 6000 dias (Ou Mantra dos 20 Anos) o Tempo, los brasileños pueden mirar de igual a igual a Tame Impala, Temples o Ty Segall. Pero también que estamos ante un disco mutante, y nunca mejor dicho, que pasa de regalar al oyente melodías cálidas propias de Caetano a perderse en el desorden y el ruido y flotar en un caldo sonoro único. Ojo, en cualquier caso, a las listas de los mejores álbumes del año que empezarán a invadirnos en pocas semanas, porque es probable que los brasileños se cuelen en más de una.
Dinho tampoco tiene problemas con las habituales comparaciones entre Boogarins y estos nuevos neo-psicodélicos, “tres artistas que nos gustan y que escuchamos. Y con los que, por coincidencia o no, ya tuvimos la oportunidad de tocar y conocer personalmente. Creo que tanto Tame Impala, Temples y Ty Segall como Boogarins buscamos hacer la música que nos sale en cada momento e introducir en ella elementos muy diferentes y extraños, en un intento de hacer una música pop más divertida. Aunque de todos ellos, somos los únicos que no cantamos en inglés”, bromea.
Teniendo en cuenta que las canciones de Manual tienen ya un año, es presumible que quien se acerque a ver al grupo en este momento se encuentre con un repertorio en el que ya tienen cabida nuevas composiciones. Para los que hayan caído rendidos ante el nuevo álbum, atentos a cómo suena Tempo sobre el escenario, un tema donde tontean con Black Sabbath y cuyos “momentos de silencio siempre generan una reacción peculiar en el público”. En España, donde “ya tenemos buenos amigos”, Dinho espera reencontrarse con un público que siempre los ha tratado de maravilla. “Y por nuestra parte garantizamos una dosis todavía mayor de nuestra fritura sonora”.