Los escritores ya no están para firmar manifiestos políticos
La semana pasada se hizo público el manifiesto 'Mover ficha por la Unidad Popular' en el que diferentes artistas, principalmente del cine y el teatro, abogan por la confluencia de la izquierda política. Más allá del posicionamiento político, una vez más llamaba la atención la ausencia de escritores e intelectuales de la rama literaria, un hecho que está en las antípodas de lo que ocurrió en otros momentos políticos intensos como fue el Mayo del 68 a nivel internacional, cuando circularon los nombres de filósofos como Jean Paul Sartre, o incluso la Guerra Civil española, con las figuras de Miguel Hernández o Rafael Alberti, por poner sólo algunos ejemplos.
Por este motivo, hemos preguntado a varios escritores sobre esta circunstancia. Desde Isaac Rosa, uno de los firmantes del manifiesto y que sí ha mostrado su posición política de forma pública a través de artículos y novelas, a otros que no están en esta declaración pero sí han abordado la crisis de los últimos años en su obra como Marta Sanz (autora de textos como No tan incendiario), que, por otra parte, también ha mostrado su compromiso político; Elvira Navarro (autora de La trabajadora), Pablo Gutiérrez (autor de Democracia), Alberto Olmos (autor de Ejército enemigo) y el dibujante y escritor Miguel Brieva, autor de Lo que me está pasando. Diarios de un joven emprendedor. Estas son sus respuestas. La conclusión, anticipamos, es que ni están ni se les espera; y para algunos casos, ni falta que hace.
¿Por qué apenas hay escritores en el manifiesto que apoya la Unidad Popular? ¿No se ha movido entre ellos?
Isaac Rosa: No hay apenas escritores en el manifiesto, es cierto. No sé si se pudo mover más, pero no creo que aun así se lograsen muchos más firmantes, y acabaríamos siendo los de siempre, los sospechosos habituales. La pregunta no es dónde estamos los escritores en el tema unidad popular. Es también dónde estábamos los escritores cuando el 15M, dónde cuando las mareas, dónde cuando Stop Desahucios, dónde cuando las marchas de la dignidad, dónde cuando las huelgas generales... Dónde están los escritores de Podemos, oigo también por ahí.
Marta Sanz: Yo solo puedo decirte que a mí este manifiesto no me ha llegado. No sé si a otros escritores susceptibles de firmarlo les ha llegado o no. Tal vez, a mí no me ha llegado porque, aunque yo no estoy en contra de la unidad, he expresado públicamente mis dudas respecto a la coherencia de empezar el proceso de unidad popular desfederando y de algún modo atentando contra la dignidad a los militantes de UICM entre los que yo me encontraba desde hace muchos años.
Elvira Navarro: Ignoro por qué apenas hay escritores en el manifiesto que apoya la Unidad Popular. A mí desde luego no se ha dirigido nadie. Es una pregunta tan concreta la que me haces que no puedo decirte nada, salvo esto.
Miguel Brieva: Primeramente, no siendo yo escritor, ni moviéndome en el ambiente de ese gremio, carezco de criterio para opinar sobre esto. En segundo lugar, como dibujante, ni siquiera concibo que alguien se moleste en contactarme para un asunto de estos. Así pues, no sabría decirte si se ha movido o no se ha movido lo que sea. En cuanto a los dibujantes, o al menos a los humoristas gráficos, creo que en muchos de nosotros hay un posicionamiento político cotidiano en nuestro propio trabajo, y también a menudo más allá del mismo. Pero no sé hasta qué punto es algo meritorio, puesto que no es más que una parte consustancial de nuestra actividad.
Pablo Gutiérrez: No me llegó la convocatoria ni sé mucho de su origen, así que no sé si les llegó a otros escritores. Yo vivo muy aislado del caso del mundo de la literatura/edición, no tengo contacto con autores ni editores, de manera que no puedo responderte acerca del, llamemos, estado de la cuestión.
Alberto Olmos: Hay que entender que un manifiesto ni “se mueve” ni se ofrece, sino que los firmantes del mismo existen con antelación al propio texto que firman: son una camarilla o red amical, a su manera, un lobby. De ahí que yo esté en contra de este tipo de manifiestos, porque acaparan determinados conceptos (sin ir más lejos, en el caso del manifiesto que nos ocupa: “la cultura”, “la gente de la cultura”) y marginan de inmediato a miles de personas que también hacen -por seguir con el caso a debate- cultura y, por tanto, también podrían considerarse a sí mismos “gente de la cultura”. Por otro lado, la herramienta del manifiesto firmado por famosos que hacen cine o libros me parece patética, antigua y clasista. En un tiempo de horizontalidad en la intervención social, esta vuelta a la jerarquía y hasta a la aristocracia del posicionamiento político me resulta repulsiva.
¿Por qué en general los escritores están fuera de toda manifestación pública de carácter político? Siempre solemos ver nombres del cine y el teatro, pero apenas de la literatura.
Alberto Olmos: Reitero que los manifiestos no van de firmarlos o no, sino de si te invitan a firmarlos. En muchos aspectos, el manifiesto tiene algo de campaña promocional de los firmantes y de reconocimiento mutuo de un estatus social compartido.
Pablo Gutiérrez: Los escritores ya no son una referencia intelectual, los espacios dedicados a la cultura en los medios se alimentan de la moda, la música y el cine, y sólo cuando se concede un premio estatal se asoma por la pantalla un escritor. Y después está otro aspecto: estando en el borde del precipicio (de su propia economía doméstica en muchos casos), los escritores no quieren ya molestar a nadie ni poner en riesgo la frágil estabilidad en la que sobreviven, y eso se percibe en la elección de los géneros y de los temas, en esa fiebre por la novela negra (pensando que un crimen resolverá las ventas de tu novela) e histórica (soñando con las adaptaciones para televisión/cine), y despreciando la literatura social, resistente, de intervención o de combate.
Elvira Navarro: El escritor como figura pública carece de relevancia, al menos en términos cuantitativos, lo que origina que los escritores no se sientan en general apelados para participar más activamente en la vida pública, ni siquiera para figurar. Pero es que además, durante las últimas décadas, la literatura se ha autoexcluido de la política. Hasta el estallido de la crisis ha existido un presupuesto o prejuicio según el cual la buena literatura no podía ser explícitamente política. Eso ha generado huidas en masa de cualquier posicionamiento: ningún escritor o escritora querían que el crítico los tachara de panfletarios, salvo las excepciones que todos conocemos.
Miguel Brieva: Es comprensible pedir adhesiones de gente reconocida, y en este caso los actores son, por razones de exposición pública, los perfectos candidatos. En cualquier caso, sí que llama la atención la ausencia de posicionamiento del mundo de la cultura en general (cultura por llamarle algo) en asuntos de trascendencia política, y posiblemente la razón de ser de esto sea ese proceso de neutralización y servilismo de las disciplinas creativas que tan bien describió Guillem Martínez en La cultura de la transición. Y enmarcado en este panorama lamentable, sí es verdad que destaca la ausencia del gremio literario, y de la práctica totalidad de los considerados “intelectuales” de la actualidad. Pareciera que las dinámicas de ese gremio y de su industria, con los premios amañados, las subvenciones, los curros asalariados en grandes medios y cada uno librando su propia batalla personal, alejan a los escritorios de un compromiso consecuente con su momento social y, por qué no decirlo, con el propio arte.
Isaac Rosa: Habría que remontarse a los años anteriores de la crisis, dónde estábamos entonces los escritores, no digo ya en términos de compromiso civil, sino en lo que se refiere puramente a nuestra obra. Qué pocas novelas de aquellos años nos sirven hoy para entender cómo era la España de la burbuja, aquel tiempo que no era ni mucho menos un tiempo libre de conflictos, aunque pocos de ellos tuviesen reflejo en las letras. Aquel tiempo en que están las respuestas para entender qué nos pasa hoy. Y habría que remontarse aun más atrás, hasta la Transición incluso, momento en que quedó definido el espacio que la literatura (la cultura en general) tendría en la España democrática: su condición de adorno: con brillo, con prestigio, con dinero incluso, pero cada vez más irrelevante en términos sociales y políticos. Cuando llega la crisis, los años duros, los escritores no estamos. Ni estamos, ni se nos espera, me temo, porque esa irrelevancia del espacio literario no es ya solo cosa de los escritores, también la sienten así muchos lectores, que progresivamente dejaron de buscar en la literatura claves para interpretar el tiempo que vivimos.
Marta Sanz: Hay varios motivos. El primero y principal es que los manifiestos buscan repercusión pública a través de la adhesión de personalidades famosas y notables. Puede que los escritores nos hayamos ganado a pulso nuestra falta de relevancia en la sociedad civil. Salvo contadas excepciones, ni somos famosos ni notables y muy posiblemente tampoco lo merecemos. Incluso, para alguno de nosotros, la fama o el éxito en un sistema corrompido constituye un elemento de sospecha. Los actores son más interesantes para firmar manifiestos porque son más visibles; creo que hay que ser muy valientes para hacer lo que algunos de ellos hacen porque el creciente desprecio a la cultura y la eterna contradicción entre el glamur de unos y la precariedad de la mayoría los convierte en la diana perfecta de las iras populares.
Y, sin embargo, en los últimos años sí han aparecido novelas sobre la crisis económica, política y moral. Resulta llamativo que después no haya un posicionamiento más público por parte de los escritores.
Marta Sanz: Está el miedo a que te dejen de considerar “un escritor” por enfangarte en asuntos terrenales. Está el desprecio a la política como leitmotiv recurrente de la ideología hegemónica. Está la creencia de que los libros no sirven para intervenir en la sociedad o la de que no se puede ser a la vez un buen militante y un buen escritor o una buena escritora. Además de todo eso que forma parte de lo mismo, está el oportunismo de quienes transforman el marbete “novela de crisis” solamente en un eslogan para vender libros a un tipo de público políticamente sentimental. Y, por supuesto, también está la falta de inteligencia de formaciones políticas incapaces de estimular a intelectuales, escritores, etc. para que, superando el mito romántico del yo incorruptible y único del artista, compartan y diluyan su yo con una comunidad con la que se sientan identificados y en la que crean que verdaderamente tienen algo que aportar.
Isaac Rosa: Recuerdo cuando hace unos años, al principio de esto que llamamos crisis, nos preguntábamos dónde estaban las novelas de la crisis. La respuesta siempre era: “La literatura tiene sus tiempos, seguramente los escritores están ahora escribiendo esas novelas, las veremos en los próximos años...” Pues bien, pasaron los años, y yo no veo una cosecha muy abundante, ni tampoco muy interesante. Bajo la etiqueta “novela de la crisis” hay mucho texto bienintencionado, pero fallido, y que no me sirve. Lo digo como lector, es mi opinión personal, claro, de lector insatisfecho que no encuentra esas novelas que nos sirvan para entender qué nos pasa, o siquiera nos ayuden a preguntarnos qué nos pasa.
Pablo Gutiérrez: Cuando salió Democracia me preguntaron muchas veces que por qué ese tema para una novela y no un artículo o un ensayo, y yo solía contestar que lo que me sorprendía es que no hubiera decenas de novelas que hablaran ya sobre lo mismo, teniendo en cuenta que esta guerra económica ha sido para los de mi generación nuestra verdadera guerra civil, y sería lógico que en la literatura se abriera un nuevo ciclo de literatura social, igual que lo hubo de literatura guerracivilesca.
Alberto Olmos: Personalmente creo que el escritor más comprometido es aquel que no necesita hacer público su compromiso, porque ese escritor se siente “uno más”, y es justamente esa modesta asunción de ser “uno más” lo que valida su compromiso y lo hace digno de tal nombre. En tu pregunta se intuye que consideras natural que haya una serie de nombres de escritores que lleven aparejada la aureola de comprometidos, pero en realidad lo que hay es una suerte de monopolio de la intervención social y de la pureza ideológica, como podía verse hace años en Izquierda Unida, donde un puñado de escritores parecían dueños de las esencias de la izquierda, en detrimento de todos los demás. Y, claro, así le fue a IU.