“Quiero trabajar en España porque me considero más español que los que votan a corruptos”
A Gustavo Zapata no le queda nada más que sus combates en el ring, donde acaba de sufrir también una derrota. Este solitario mexicano, apodado El Oso, se ve envuelto en el mundo del narcotráfico como doble vía de escape: para sobrevivir y sentirse parte integrante de algo, aunque sea de la familia de un gran capo de la droga. El Oso es el actor madrileño Sergio Peris-Mencheta y es uno de los tres protagonistas de Snowfall, la nueva serie de FX que llega a nuestro país con HBO.
La ficción creada por John Singleton (Los chicos del barrio) relata la epidemia de crack que asoló la ciudad de Los Ángeles en los años 80. Los tres hilos narrativos distintos servirán como conductores de este thriller: el primero, un chico negro de barrio marginal, donde más se cebaron las consecuencias de la droga; el otro, un jefecillo corrupto de la CIA que representará la connivencia entre crimen y poder; y el último, Gustavo Zapata.
Sergio Peris-Mencheta es uno de los últimos intérpretes que encabezan grandes producciones fuera de nuestro país. Sin embargo, el comprometido actor y director lo toma como un medio para conseguir otro fin mayor. Él quiere regresar a España y seguir cambiando las cosas desde el teatro, donde su nombre ha estado siempre unido al de los proyectos más reivindicativos de los escenarios madrileños. Snowfall es una manera de que no le amordacen económicamente y poder seguir trabajando, a la vez que enarbola la lucha social sin temor a represalias.
¿Cómo aterrizó en la serie para interpretar a Gustavo, el Oso?
Fue un poco de rebote. Rodé una película en inglés hace tres veranos, en Barcelona. Yo sustituía a Óscar Jaenada, que estaba haciendo la promoción de Cantinflas. Los managers y uno de los actores me propusieron trabajar conmigo en EEUU y el tercer cásting que hice fue el de Snowfall. Aterricé en el proyecto en el verano de 2015, hicimos el piloto en octubre y a mediados del año siguiente decidieron que no valía, aunque se habían gastado 10 millones de dólares.
Lo tiraron todo a la basura y se pusieron a hacer cásting otra vez. Tuve la suerte de que me volvieron a elegir para el personaje. De 35 speaking roles, que dicen allí, solo sobrevivimos tres del primer piloto. Llamaron a unos chavales belgas, que habían dirigido una película maravillosa llamada Black, y estos son los que han rodado el piloto y el primer capítulo.
En Snowfall se reflejan tres patas de la sociedad norteamericana: los suburbios de mayoría negra, los capos latinos de la droga y las corruptelas de la CIA. ¿Es una serie aún más valiente de lo que acostumbramos a ver?Snowfall
Casi todos los proyectos de cable de EEUU se suelen mojar, en un sentido o en otro. La gran referencia en España fue Crematorio, nuestra serie de cable. Se metían en vericuetos que no se suelen ver en televisión, porque la tele está al servicio del sistema. Es nuestra “domesticadora” y no conviene que sea molesta. Es mejor que estemos atontados viendo el fútbol y entendiendo que nuestros grandes filósofos son los tertulianos de los debates de marras.
Eso también afecta a la ficción, que está diseñada para no pensar y seguir el flujo del rebaño. Las series de cable apuestan por remover un poco las conciencias y sacarnos de nuestra comodidad. Acabo de rodar con Movistar La Zona, una serie que actúa como metáfora de la España que estamos viviendo. Esto solo se lo pueden permitir las series que no son en abierto para el gran público. Pero por algún sitio se empieza a reeducar.
Volviendo a la trama de Snowfall, el crack supuso la ruina para muchas familias de Los Ángeles, sobre todo para la población negra. ¿Cómo se trata esta realidad tan cruda en la serie? Snowfall
Es un periodo que se ha reflejado en el cine, pero nunca en la televisión. El cambio idiosincrático que supuso el crack en la ciudad de Los Ángeles. Cómo el establishment mató varios pájaros de un tiro dejando hacer, y favoreciendo incluso el tráfico. No solo ayudó a financiar a la Contra nicaragüense (el famoso escándalo Irán-Contra), sino que además adormeció a toda una población incómoda: la negra. Los mutilaron hasta reducirlos a la nada. Fue una epidemia en toda regla propiciada por el propio establishment.
Snowfall habla de que está todo podrido, en contraste con una estética muy GTA, colorista. Pero en el fondo habla de un asunto muy turbio. Hay tres protagonistas, pero el principal es la cocaína. Estos tres personajes son muy blancos, a priori, porque no van a consumir, solo la van a utilizar para sobrevivir, cada uno a su manera y según sus necesidades.
John Singleton se basó en su propia experiencia para darle esa precisión. ¿Qué aporta el director de Los chicos del barrio a Snowfall?Los chicos del barrioSnowfall
Estamos hablando del universo de Singleton. Él toma de base a amigos suyos, gente que sigue viva y otra que no. De hecho, ha rodado el finale de la primera temporada y dicen -yo no lo he podido ver- que es brutal.
Está siempre en el rodaje y, si tengo alguna duda sobre Gustavo, recurro a John. Aunque no esté detrás de la cámara, está encantado de ayudar. Pero hay otras dos personas esenciales de las que se habla poco: el showrunner, Dave Andron, que es un genio, el que manda; y el tercero es Tommy Schlame, uno de los creadores del Ala Oeste de la Casa Blanca, que básicamente ha salvado la serie tras el primer piloto.
Ha firmado un contrato de siete años con Snowfall. ¿Cómo es rodar con el apoyo de una gran cadena que no escatima en millones?Snowfall.
La diferencia siempre está en el dinero. Cuando no hay dinero, se tiene prisa. Y eso no significa que en EEUU se rueden menos horas, al contrario, se ruedan mucho más que aquí. En Snowfall hemos hecho jornadas de 18 horas, pero las horas extras las cobra todo el equipo y las cobra caras. En España, a los actores directamente no se les pagan esas horas, solo apechugan.
Es España se ha asumido que, con menos, también se hace. Y nuestro talón de Aquiles es la poca conciencia sindical que hay en el sector. En EEUU eso no pasa. Cuando hay un plante, se para todo el mundo y se para la industria, como ocurrió con los guionistas en 2009. Hay una conciencia profesional sindical que no existe en España. Eso hace que debas tener tres o cuatro trabajos al mismo tiempo, que además se pagan fatal.
La raíz de todo es que no hay unión, a pesar de que nuestro sindicato se llama Unión de Actores. Están tratando, con toda la buena intención del mundo, que esto empiece a existir, pero no hay cultura gremial. Poco a poco.
Muchas veces se le exige a la ficción española la calidad, guiones y personajes de las grandes producciones. Pero, de nuevo, el dinero. ¿Se nota la diferencia a la hora de desarrollar un personaje?
Hay mucha comunicación allí. Te dan un lugar que ni por asomo te dan en España. John Singleton, al enterarse de que dirijo en España, me dijo que quizá más adelante pueda rodar un capítulo. Que no va a pasar (ríe), pero al menos te lo dicen. Durante ese rato sientes que te tienen en cuenta. Saben que va a funcionar y, aunque no lo haga, van con esa mentalidad. No tienen ningún complejo, y aquí los tenemos todos.
No creemos en nuestro talento innato, en nuestro fondo de armario. Y es al menos igual de bueno que el de los yankees, pero no lo sabemos aprovechar. No sé qué habrían hecho ellos con Isabel o con Los Borgia. Los Borgia no caben en dos horas, igual que todo Alatriste no cabe en una peli. Hagamos el Capitán Alatriste y luego Limpieza de sangre. ¡Si las hacemos bien tenemos una saga, coño!
Una vez dijo que en Al salir de clase lanzaban las palabras al aire y con lo que caía hacían el guion. ¿Es condescendiente la televisión de nuestro país?
Tenemos la falsa creencia de que el espectador debe ir por delante de la trama. Esto del capítulo 9 de la primera temporada de Juego de Tronos no cabe en la cabeza de los creadores de ficción en abierto española. Mi madre, mi abuela y mi suegra tienen que poder decir: ¿lo ves? te lo dije, al final se enamoran. Eso hace que se atocine la escritura y se siga contando la misma historia, pero cambiando el decorado.
Breaking Bad, Los Soprano, Crematorio no es “lo que se ve” en este país y son series de culto. Se piensa que la calidad va reñida a la audiencia. Y no es así. Nuestra televisión en abierto no arriesga, y busca dárselo todo masticadito al espectador por miedo a que zapeen a Sálvame. Es pan para hoy y hambre para mañana.
Hablando ahora de la libertad de expresión. ¿Se castiga menos a los actores en otros países como EEUU por posicionarse en temas sociales o políticos?
Está demostrado. Ya puedes decir la barbaridad que sea que, a pesar de estar en contra del lobby judío, te van a financiar la siguiente película. No hay esa traba. No existen los confederados y los nordistas, eso ya acabó. Aquí sigue habiendo dos Españas, la cuestión identitaria nos corta las piernas de una manera brutal.
Ahora mismo hay un sambenito enorme sobre la profesión actoral. Más en el cine que en la televisión, ya que estos últimos se pronuncian menos por miedo a que les quiten el pan. Yo también tengo miedo en este país de abrir la boca y que me dejen de llamar para trabajar. Pero si te mantienes callado sobre lo que pasa, como hacen los deportistas, eso ya es tomar partido, lo siento. El no poder decir lo que te parece injusto por miedo a perder el trabajo, me parece propio de otro régimen.
Después de probar la bicoca, ¿qué es lo que le hace seguir queriendo vivir en España y trabajar aquí del teatro?
Tenemos que asumir la realidad española. A mí me merece la pena no quedarme en EEUU, porque quiero vivir aquí. Me encantaría que las condiciones fuesen otras. sin duda. Gracias a Snowfall, o Life Itself, yo puedo ser un poco más independiente en mis proyectos de teatro. Puedo hacer el trabajo en el que creo sin depender de una subvención, de un director de un teatro público o de una programación excluyente en Matadero.
Obras como La cocina y A voz en cuello, Un trozo invisible de este mundo de Juan Diego Botto o El rey, de Alberto San Juan, ¿son la muestra de que se pueden cambiar las cosas desde aquí? La cocinaA voz en cuelloUn trozo invisible de este mundo de Juan Diego BottoEl rey, de Alberto San Juan
Por supuesto. El exilio tiene que ser puntual, hay que volver y tratar de cambiar las cosas. Yo no dejo de ser español, de hecho, me considero tan español como los que llevan la banderita en el coche. Es más, me considero más español que los que siguen votando a los corruptos. Quiero mucho a este país, quiero vivir aquí, quiero invertir aquí y quiero pagar aquí mis impuestos.
Sé que no me lo van a poner fácil. Y mi lugar para cambiar las cosas es desde el escenario, no desde el Parlamento, de acuerdo. Pero eso no quiere decir que esté ciego, sordo y, sobre todo, mudo.
¿Por qué cambiarlas con tanto ahínco desde el escenario y no desde la pantalla?
Te voy a hablar del teatro porque conozco su proceso creativo desde el principio hasta el final. Creo que es el arma más poderosa de un actor para hablar de lo que pasa, y además es en vivo y en directo. Lo representas delante del espectador y se va a producir la famosa catarsis. En el cine el espectador mira por un agujerito. Pero en el teatro, el público alimenta la ficción con su llanto, su risa o su tono de móvil. Es una lupa encima del status quo en constante evolución.
Yo lo llamo el Bufón del Rey, porque es el único que tiene permiso para decir delante de la corte: eres un mierda. Y el Rey le paga por hacer eso y los demás se pueden reír. La televisión está sujeta a los parámetros que dicta el sistema y el cine tarda un año en salir a la luz. En teatro, Hernando dice una de las suyas hoy por la mañana y por la tarde se puede estar representando en un microteatro.
Últimamente se habla mucho de que la producción cultural no debe tener una labor social ni política, sino de entretenimiento. ¿Por qué se considera incompatible?
Esta famosa pelea entre entretenimiento y cultura crítica es donde siempre gana el primero porque, por ejemplo en teatro, se nos impide hacer a Buero Vallejo. Él tiene elencos de ocho actores para arriba y no hay dinero para hacer a Buero. ¿Cómo no podemos hacer al dramaturgo contemporáneo más importante de España?
En algunos teatros se juega a la bolsa con las entradas, pero nunca pasa de 25 euros la más cara. Los precios del teatro en el resto del mundo occidental no tienen nada que ver con los de aquí. La gente se ha acostumbrado a pagar eso porque no tiene ni puta idea de lo que cuesta hacer una obra, así de simple. Al final, el publico irá a obras representadas por dos actores, sin apenas escenografía y que, posiblemente, sean cómicas porque es lo más rentable.
Es una pescadilla que se muerde la cola. La dependencia que tenemos de los teatros públicos significa que, por ejemplo, cuando nos excluyen de las naves del Matadero, productoras como la mía [Barco Pirata] tienen que cerrar.
De hecho, su post en Facebook en contra de las Nuevas Naves del Matadero fue muy compartido, ¿cómo ve la situación más de siete meses después? su post en Facebook en contra de las Nuevas Naves del Matadero
Igual. Ahora se programan tres días a la semana en una sola de las salas y, encima, tengo entendido que el aforo no es para tirar cohetes. Por supuesto comparto que la danza merecía un lugar. Y las residencias son necesarias. Pero la programación es excluyente y borró lo que ya había y, sobre todo, lo que funcionaba.
A los que estrenamos allí obras como Un trozo invisible de este mundo, nos llamaron burgueses. Pregunto: ¿Rodrigo García -que redactó aquella carta- ha visto lo que se ha hecho en Matadero en los últimos años? ¿Y el mismo Feijoo? Por suerte eso nos pone la pila, no nos apaga.
“Y todo esto con un gobierno en el Ayuntamiento [de Madrid] de los que se dicen afines”, escribió. ¿Por qué escuece más que la decisión partiese de ellos?afinesque la decisión partiese de ellos
La muestra es que se les ha puesto la profesión en contra, y es una profesión afín políticamente. Sin ánimo de generalizar, es gente del 15-M, que salió a la calle contra la guerra de Irak, que enarbolan ciertas banderas y que ahora se han llevado una buena decepción.
Me parece impresionante la limpieza que está haciendo Carlos Sánchez Mato en relación con la deuda del Ayuntamiento, pero señores, en Cultura les veo muy perdidos. Al menos en lo que se refiere al teatro. Yo tengo la oportunidad de decir lo que pienso, pero hay muchos otros que deben callarse y apechugar porque no tienen una serie en EEUU que les pague el alquiler. La Unión de Actores, en el caso de Matadero, se ha puesto de perfil. ¿Por qué? ¿De pronto el Ayuntamiento es “intocable” porque es “de los nuestros”?
Estamos haciendo un teatro de vanguardia que hace pensar, que culturiza y que no es un tostón: también entretiene. Vamos, que no hacemos Arévalo y Bertín Osborne, con todo el respeto. Un ejemplo: en el Teatro Pavón Kamikaze, incluso llenando, siguen palmando miles de euros todos los meses porque tienen que pagar un alquiler astronómico. Perdona que insista, en Nueva York se paga la entrada 10 veces más cara que en la taquilla del Pavón. Aquí eso es inviable. Y es cultural. Necesitamos a “papá Estado” (como en tantas otras industrias, dicho sea de paso). Pues bien, esos señores, llenando el teatro, van a tener que cerrar si desde el Ayuntamiento no les cogen el teléfono. Y Kamikaze es, hoy en día, un vergel teatral en Madrid.