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Fernanda Orazi y Ángela Boix apuñalan al teatro burgués en 'La persistencia', una obra impresionante hecha desde los márgenes

Retrato de Ángela Boix y Fernanda Orazi

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En el pequeño Teatro del Barrio madrileño ha subido a cartel, tan solo los sábados, una pequeña obra levantada sin subvenciones ni ayuda alguna. Una creación levantada a puro pulmón de estudio y ensayo entre su directora, Fernanda Orazi, y la actriz Angela Boix. Un ritual teatral hasta la náusea donde el personaje de Nina, de La Gaviota de Antón Chéjov, vive encerrada en un teatro condenada a la repetición, a representar sin fin. Nina, aquella niña que quería ser actriz y que Chéjov dejó girando por teatros de provincias tras ser usada y abandonada por un hombre viejo y sin escrúpulos, se convierte en esta obra en metáfora y símbolo de la actriz. Todo es muy “teatral” en este montaje, textos de Chéjov, de Tennessee Williams, referencias a Unamuno, a Ibsen… Dos mujeres muerden y lo hacen desde el corazón del teatro.

La obra se llama La persistencia, la dirige la argentina Fernanda Orazi, bien conocida por el púbico como actriz y que estrenó hace un año Elektra. El montaje deslumbró. La obra está nominada a las categorías espectáculo revelación y mejor adaptación de los Premios Max que se resolverán el próximo mes de julio. Pero no se explica este nuevo montaje con aquel. 

Una actriz, Ángela Boix, pulula por el espacio, va diciendo fragmentos de obras de Chéjov, de Las tres hermanas, de La Gaviota y de Tío Vania. Boix interpreta a una actriz que a su vez interpreta la Nina de la obra de Chéjov. Al principio, el espectador tiene la sensación de estar ante una versión del Noche de estreno (Opening nigth) de John Cassavetes. “Un personaje que es una actriz a la vez, es monstruoso”, dice Boix en escena. Pero el juego de espejos va más allá. En la pieza reina un paisaje espectral y claustrofóbico donde cohabitan la propia Nina, el personaje de ficción y la actriz de carne y hueso, pero no está claro quién es el fantasma.

El juego teatral es de aúpa y explota gracias a una actuación esquizoide. Boix acoge en un mismo cuerpo los deseos y las frustraciones de esas tres mujeres. Deseos y frustraciones que son las mismas, la de una actriz que sueña con ser una gran figura pero, ya desengañada, sabe que esto del teatro, de la vida, va de resistir. La de una mujer que siempre está al servicio de lo que le han escrito y que lleva sobre sus espaldas demasiados pesos, desprecios y abusos, que está al límite y donde el pensamiento del suicidio ronda. Una fragilidad, labrada a golpes de fuerza y tesón, que extensible más allá del ámbito teatral y es metáfora del camino pedregoso de la mujer a través de la historia.

Lo interesante es que la obra contiene la carga poética suficiente para hacer extensiva esa idea de suicidio. Se busca una muerte que acabe también con la propia historia de la mujer en nuestra sociedad y en el teatro. En un momento Boix, encarnando a esta Nina fantasmagórica, interpela al público a buscar el libro de La Gaviota y borrar cada uno de sus parlamentos: “Borradme, olvidadme. No me invoquéis en sueños. Y que no solo vosotros, sino toda vuestra descendencia no pueda ya soñar conmigo ni invocarme por ningún medio. Si fuera necesario quemad el libro entero y si eso fuera poco quemad este teatro”. 

Todo lo profundo ama la máscara

La pieza es todo un portazo como aquel que dio la Nora de Casa de Muñecas. Aunque esta vez esa ruptura que supuso el final de la obra de Ibsen, donde Nora abandonaba a su marido e hijos, no proviene de un autor, de un dramaturgo escribiendo en su escritorio. Sino del interior de un escenario donde dos mujeres sueltan amarras del teatro representativo tradicional y también de las corrientes imperantes actuales. Un acto de liberación que busca la capacidad de poder mirar más allá de la máscara a través de un teatro que nace del cuerpo de la actriz en escena. 

Dice la historia del teatro que las máscaras comenzaron a usarse en las fiestas dionisiacas donde todavía no existía la representación. Dicen los historiadores que ya en el teatro griego su uso era más práctico. Dos o tres actores interpretaban numerosos personajes y la máscara servía para poder identificarlos. El teatro oriental siguió manteniendo su uso dentro de un teatro que siempre buscó trascender la realidad y ser capaz de arrancar las máscaras para alcanzar lo que está más allá de la consciencia. Occidente siguió estrujando el modelo del teatro representativo hasta la saciedad, se olvidaron de la máscara e hicieron que los actores multiplicasen sus rostros, que fueran ellos máscara en una multiplicidad de identidades llevada hasta el paroxismo. Esta obra es la consecuencia de ese paroxismo, pero visto por las mujeres que además tuvieron que ver como las máscaras que les ajustaban al rostro eran confeccionadas por manos masculinas.

En 1871 el poeta francés Arthur Rimbaud gritaba aquello de “yo es otro”, grito que reiteraría Nietzsche en 1886 en Más allá del bien y del mal: “Todo lo profundo ama la máscara”. No sería hasta 1938 que un profeta en el desierto, adorador de oriente, gritara el “Dios ha muerto” de la historia del teatro. “En abierta oposición a la esterilidad del teatro francés anterior a la guerra, un genio iluminado, Antonin Artaud, describió otro teatro sagrado cuyo núcleo central se expresa mediante las formas que le son más próximas, un teatro que actúa como epidemia, por intoxicación, por infección, por analogía, por magia, un teatro donde la obra, la propia representación, se halla en el lugar del texto”. Son palabras de Peter Brook. Fíjense en la última palabra: “texto”. Hoy seguimos en esa misma agonía de un teatro que gravita en torno al autor y el texto y que se niega a deja de ser canon.

'La persistencia' cuenta con una actriz en estado de gracia. Ángela Boix es una Orazi desdoblaba que en la primera función ya enseño las fauces. Difícil de imaginar dónde será capaz de llegar

La persistencia es en cierto modo la misa negra de esa agonía. Y es misa negra porque sube al altar las grandes obras del teatro burgués (en la obra luego saldrán referencias a Háblame de la lluvia, de Tenesse Williams a Hedda Gabler de Ibsen) y las apuñala. Son las grandes obras del teatro hecho por hombres sobre mujeres, obras hermosas, como dice Ángela Boix en escena, pero que han asentado una manera de actuar donde la actriz siempre está al servicio. Dice Boix en muchos de los momentos de la obra: “está escrito”. Acaba gritando: “Arrancadme este rostro y encontraréis otro y otro y otro, sé lo que os digo… No hay algo que se esconde ni algo dentro o detrás, solo hay más y más y más y más rostros”. 

El ritual se convierte en aquelarre cuando Boix en varios momentos de la obra dice “soy una gaviota” y comienza a graznar con todo el cuerpo, un chirrido insoportable que intoxica e infecta, interpretado desde la matriz, como diría una de las maestras de Orazi allá en la Argentina, Perla Logarzo. Acogiendo también así las influencias del argentino Sergio Boris de quien hace tres años pudimos ver un impresionante trabajo llamado precisamente Artaud. Además, la obra no pierde cercanía y humor y juega de manera inteligente con los espacios y el vestuario. Boix se pierde por las puertas del teatro, se cambia de vestidos y en un alarde de puesta en escena podemos verla al fondo, en camerinos, junto a dos espejos (imposible no acordarse del libro El Actor y su doble de Artaud), actuando como si lo hiciese desde un rincón recóndito de nuestros cerebros. 

Como decíamos, el anterior montaje de esta creadora, Elektra, no explica esta obra. Este es otro teatro, donde además entra la palabra poética de Orazi, una faceta que ya había mostrado en aquel montaje del 2010, Susana en el agua y con la boca abierta, en el que, curiosamente, unía las figuras de Ofelia y la Suzanne de Leonard Cohen para hablar también de un destino compartido por todas las mujeres en el que también aparecía el suicidio. Un ejemplo, en un momento de la obra Boix sube las escaleras de la grada del público y habla fuera de escena, un parlamento bello, de gran carga poética, y donde el público es el observado: “Cada vez que esto ocurre, que os veo en aquí, en el teatro, pienso en vuestra muerte. Me conmueve. Solo me conmueve lo que puede morir”, un parlamento que consigue que como en el cuento de Joyce, Los muertos, la nieve caiga sobre los espectadores. 

El montaje deberá ir ajustándose, tan solo ha habido una función. Ajustes de espacio, de unas luces desmedidas y que desconcentran, de ciertos tempos. Pero esta pequeña obra, realizada sin ayudas, desde los márgenes de la manera de producir y crear actuales, tiene todos los visos de tener una larga vida. Un movimiento que debería generar cierta reflexión en creadores y autores. Cabe señalar también que de un tiempo a esta parte son las mujeres quienes están zarandeando la escena, intentando bascular el centro, mover el eje. Así hizo Rakel Camacho con su último Nieva, Coronada y el toro. Así lo ha hecho Lucia Carballal con sus dos últimos montajes, Los pálidos y La Fortaleza. Así María Velasco con Primera Sangre. Así, Cristina Blanco con Pequeño cúmulo de abismos. Así lleva años Ana Zamora

Además, La persistencia cuenta con una actriz en estado de gracia. Ángela Boix es una Orazi desdoblaba, pero propia, más negra, y que en la primera función ya enseño las fauces. Difícil de imaginar dónde será capaz de llegar. 

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