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Los países africanos: cara, cruz y miseria de la globalización

El desperdicio de cereales impacta especialmente sobre el suelo y el agua. / ONU: Fred Noy

Txema Santana

Vicente asiste, despistado, a un taller que se desarrolla en su clase de tercero de la ESO en un instituto de Gran Canaria. Está sentado en la mitad del aula y mira con sigilo su teléfono móvil. Se habla de África, de comercio justo, de desarrollo sostenible, de acaparamiento de tierras y de causas de la emigración.

Al inicio, una pregunta: ¿Qué se les viene a la cabeza cuando escuchan África? “Hambre, guerra, pateras”, respondió Vicente cuando le señaló la profesora. Los años pasan y los tópicos no cambian. Pero ¿cambia la realidad? ¿Cambia la percepción del continente africano? ¿Se sigue viendo como un todo a un continente con más de 50 estados con realidades diversas?

Ese es otro asunto pero, a la vez, relacionado con el desarrollo agrario de cada de uno de los estados, que dan cifras y señales de por dónde avanza la soberanía alimentaria de los países africanos, su sector agrícola y la venta de tierras; un fenómeno nuevo en su término, en el vendedor y el comprador, pero no en el concepto, dado que la ocupación de tierras por parte de las colonias y multinacionales radicadas en la metrópoli siempre existió y existe aún en abundancia.

La gestión de la mujer, la conectividad de las cooperativas, la mayor exportación a países emergentes y el aumento de la acuicultura son algunas de las caras positivas de un continente rico en tierras cultivables y donde, en las zonas menos agraciadas o más desiguales, muchas personas, sobre todo niños, siguen muriendo de hambre. Los países africanos, cara, cruz y miseria de la globalización.

Los países africanos tienen índices muy diversos en el desarrollo de su sector agrícola. Lo preceptivo sería analizar caso por caso o, como mucho, por región. El paraguas de África impide casi siempre poner el foco, la lupa, sobre un punto determinado, y se acaba sometiendo a una definición, por ejemplo, “hambriento”, a todo el continente. De ahí el tópico en el que caía Vicente, no por error intencionado sino, probablemente, inducido por los agentes educativos, entre los que se encuentran, cómo no, los medios de comunicación.

En Nigeria hay más de cinco millones de personas que trabajan en cooperativa y 36.000 sociedades de esta naturaleza, según el dato que ofrece el Banco para el Desarrollo Rural de Nigeria. La tradición se remonta a 1935 cuando la administración colonial aceptó la creación del movimiento cooperativista en el país. Hoy disponen de un banco agrícola dedicado a financiar proyectos agrarios.

Sin ser la panacea, al inicio de esta segunda década del siglo Nigeria ha dado un paso determinante: proteger su sector primario frente a la globalización. Para ello, ha prohibido la importación de arroz, un producto que se desarrolla en el país y que a duras penas lograba competir con el cereal que se importaba. Esto ha tranquilizado a los agricultores. Y no contentos con ello, desde el Gobierno, que preside Goodluck Jonathan, se ha promulgado un decreto que permitirá a las pequeñas empresas y cooperativas acceder a créditos para ampliar sus cultivos. Los principales sindicatos del país consideran que pueden ser autosuficientes, no sólo en la producción de arroz, sino también en la de maíz o yuca. Además de que pueden exportar el excedente.

Ellen Kirtea, cooperativista y responsable de la compra de grano de una de las 36.000 cooperativas nigerianas, responde por email a un cuestionario y señala que “la tecnología y los medios de comunicación han ayudado a aprender nuevas formas de cultivos y variedades que no conocíamos”. Y asegura que aunque el sector primario avanza, “los jóvenes del campo se quieren ir a la ciudad: lo que ven en televisión es más atractivo y ofrece más oportunidades que vivir en las zonas rurales”.

Es la ambivalencia de la globalización, la tecnología y los mass media. Inflan y desinflan. Un estudio del Instituto para la Asociación Internacional de Cooperación Alemana de Educación de Adultos reveló que el 60% de los encuestados en las zonas rurales indicaban haber sido informados sobre una mayor variedad de granos a través de los medios de comunicación, o sobre cómo luchar contra la erosión de zonas fértiles (un 15%), entre otros asuntos.

Los mismos medios de comunicación ensalzan las oportunidades de ocio, laborales o culturales que pueden encontrar en las grandes ciudades, auténticas megalópolis camino de convertirse, en el caso nigeriano, en algunas de las más pobladas del mundo. Kirtea considera que “es un ciclo. Se van y volverán. En la periferia de las ciudades se pasa hambre y no hay qué comer”.

En Europa se han destacado las informaciones vinculadas a los acaparamientos de tierras en África. Un estudio de la ONG VSF Justicia Alimentaria Global consideraba que los países “más devastados” por la venta de sus tierras eran Etiopía, Uganda, Madagascar, Sudán, Malí y la República Democrática del Congo. Entre ellos destacaban este último, con más de un 48% de sus tierras fértiles vendidas; Mozambique, con el 21%; o Uganda, con el 14%. ¿Y entre los compradores? Empresas italianas, noruegas, alemanas, danesas, británicas o francesas. Y siempre la sombra de China, que todo lo puede. Aiddata, una iniciativa desarrollada por el Centro de Desarrollo Global, con sede en Washington, calcula la cooperación china en África en 75.000 millones de euros y extiende su presencia a 50 estados africanos.

Andreas Fuchs, uno de los fundadores del proyecto y profesor de la Universidad de Heidelberg, sostiene que la cooperación es tratada como “un asunto de Estado” y en muchas ocasiones se permutan grandes infraestructuras por recursos naturales. Al margen de piedras preciosas, minerales y tierras singulares, también se intercambia por tierras. Y China produce en África para poder suministrar alimentos a su milmillonaria población.

Demba Moussa Dembele, reputado economista senegalés y organizador del Foro Social Africano celebrado en Dakar, opina que en Europa “escandaliza la forma de trabajar de África con China”, pero para los africanos es una forma de compensar los “abusos de las excolonias y de los Estados Unidos”. “China ofrece recursos y necesidades que tenemos los africanos. Y no lo hacen gratis. No son buenos samaritanos, lo sabemos”. No justifica la venta de tierras, pero sí juzga la hipocresía europea en la crítica porque “sus empresas hacen lo mismo y hasta no hace tanto había estados completos que eran propiedad de reyes europeos”.

Y de esta denunciada relación China-estados africanos nace una más de las bicefalias del impacto de la globalización en África: la exportación de productos agrícolas a los países que conforman el bloque de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ha crecido y ha permitido que aumente el empleo en zonas rurales africanas. Organizaciones no gubernamentales del norte y también del sur denuncian el importante aumento de los cultivos extensivos, que condenan la alimentación variada en estas comunidades o países.

No obstante, es el modelo que se trabaja desde el norte, incluso desde la Unión Europea, que financia cultivos extensivos en sus países miembros. Sin ir más lejos, en las Islas Canarias, ubicadas geográficamente en África y consideradas Región Ultraperiférica, se invierten más de 150 millones de euros, procedentes de un programa europeo, en financiar el cultivo del plátano, castigando así a otras variedades que permitirían una mayor soberanía alimentaria y que ha producido una dependencia más acusada de las importaciones. En Canarias, como en África, se generan oligopolios alrededor de estos cultivos extensivos que aniquilan las pequeñas cooperativas y los trabajadores para generar una industria alimentaria.

Un estudio presentado en Lisboa por Ángeles Sánchez Díez, de la Universidad Autónoma de Madrid, ponía de manifiesto que el 80% de las exportaciones africanas eran materias primas, mientras que el 70% de sus importaciones eran productos manufacturados. Es decir, África participa en la creación de la industria alimentaria, pero su participación se reduce en la obtención de beneficios.

Se genera materia prima, se exporta a Europa u otros continentes, se manufactura y vuelve al continente africano. Gran paradoja: se importan los productos manufacturados con sus propias materias primas, pagando así el valor añadido que se suma al coste. Ocurre con el petróleo y los minerales, pero también con productos agrícolas como el cacao en Costa de Marfil, el mayor exportador del mundo. Exporta grano. El chocolate, en su mayoría, se produce en el norte. Y del precio al que se vende, el mayor margen, casi todo, queda para la fábrica, no para la producción agrícola.

El papel de la mujer y su valiosa aportación

El asociacionismo de la mujer africana, sobre todo la rural, está cambiando alguno de los mapas crónicos del continente. Según Naciones Unidas, las mujeres realizan entre el 60 y el 80% de los trabajos del campo. En general, las asociaciones continúan mostrándose escépticas ante la idea de que la situación del continente cambiará de forma radical a través de una economía basada fundamentalmente en la extracción de recursos minerales y agrícolas. Determinan que es una visión “estrecha” de la economía.

La Red Africana por la Biodiversidad considera que las mujeres africanas “han sido brutalmente marginadas de la actividad económica” y que se ha pasado de la “colonización a la globalización”. Opinan que sigue imperando “un modelo económico colonial en el que se han destruido los sistemas indígenas africanos de producción, que estaban basados en una cuidadosa custodia de los recursos naturales”. De hecho, denuncian que crece sin cesar la economía informal. Además, apuntan: “La definición de la riqueza y la economía de África en términos limitados del PIB oculta el verdadero valor del capital real del continente”.

En su discurso advierten que “los sistemas de producción de alimentos se ven amenazados por la incesante degradación de la tierra, el despojo, la privatización y el acaparamiento de las mejores zonas de cultivo. Las mujeres campesinas están siendo expulsadas de la economía alimentaria bajo la implacable agricultura a gran escala comercial”. Llaman a tomar medidas urgentes y reales que consideran podrían equilibrar la economía e igualar a la sociedad: “Producir lo que consumimos y consumir lo que producimos”.

El empoderamiento de la mujer está siendo lento y obstaculizado desde las machistas normas locales. El Foro Internacional de Desarrollo Agrícola denuncia que la carga de trabajo de las mujeres impide mayores ingresos y que, “por término medio, las parcelas propiedad de los hombres son tres veces mayores que las de las mujeres en África subsahariana”. Este foro internacional denuncia también la desigualdad estimulada por los Gobiernos africanos.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el acceso de la mujer rural en África Subsahariana a recursos como la educación o los servicios sanitarios es ínfimo. La mortalidad materna, indicador clave en los Objetivos del Milenio, “es 100 veces más alta en esta región del mundo que en los países más desarrollados”. Con todo, las organizaciones han logrado una mayor participación de las mujeres en las cooperativas y en la toma de decisiones vinculadas a las explotaciones agrícolas gracias a la concesión de microcréditos.

Otra de las caras positivas es la ampliación de productos y productores africanos que tienen su puesto de venta en tiendas de comercio justo. En junio de este año se celebró el Foro Nacional de Exportadores de Nairobi, Kenia. El dato está ahí: Kenia exporta el 24% del té mundial. El Gobierno de Uhuru Kenniata mostró en este foro su intención de ampliar y diversificar la base exportadora del país y fomentar la exportación que deje más divisas en el país.

Lo hacía tras la presentación de la transformación que está llevando a cabo el cultivo del té. Se está tratando de evitar la participación en subastas y el vender directamente a minoristas extranjeros a través de Fairtrade International, al entender que en las subastas ganaban todos los intermediarios y encarecían el producto sin que los agricultores recibieran la plusvalía merecida.

Rachel Wandia, gerente de desarrollo de mercado de Fairtrade África, argumenta que “los beneficiarios de este sistema siguen siendo los productos finales, los vendedores y los intermediarios, y es por eso que Fairtrade se esfuerza no sólo en premiar una distribución justa de las ganancias, sino en alentar el valor añadido en los agricultores que generan la materia prima para producir más”.

Wandia ofrece las cifras de su organización: “Fairtrade pide por su marca de té del mismo nombre 50 centavos de dólar (Sh40) más por kilo, una cantidad que se remitió en concepto de prima a los agricultores. Hay más de 70 organizaciones de productores certificados en Kenia y 350 en África”. En el mundo hay 1,2 millones de pequeños agricultores que se benefician del comercio justo; de ellos, 173.000 se encuentran en Kenia, sostienen.

El hambre continúa

Sin embargo, si hablamos de alimentación, de producción de alimentos, de industria alimentaria, no se puede obviar el hambre, considerada el mayor riesgo para la salud. El continente con más hambrientos es Asia. Luego África, en el que Sudáfrica, Ghana, Egipto, Argelia, Libia, Túnez y Marruecos tienen una posición muy superior al resto de estados.

En la parte negativa destacan Etiopía, Eritrea, Zambia, Malawi y Mozambique, con más de más de un 35% de la población subnutrida, según los datos de Naciones Unidas.

Al margen, Sudán, República Democrática del Congo, Somalia y Guinea Ecuatorial, países sobre los que la ONU no dispone de datos para poder trabajar en las comparativas. También hay un importante número de países que siguen teniendo una alta tasa de subnutrición, más del 20%, entre los que se encuentra, por ejemplo, Kenya o Tanzania, consideradas potencias económicas en el continente.

En la falta de alimentos para la población y en la dinámica de su circulación interna trabajan la mayor parte de las asociaciones de mujeres campesinas y rurales para aliviar el hambre en los citados países. Pero la falta de beneficio inmediato no propicia una acción determinada al respecto por parte de los Gobiernos.

Etiopía es un buen ejemplo: su desigual distribución geográfica hace que las regiones central y occidental registren un superávit en la producción de alimentos mientras que en la zona norte se acumula la población subnutrida al ser sus cosechas más dependientes de la lluvia. Convive una zona subnutrida con una zona de exportación de alimentos. Así es la estructura económica que perpetúa el hambre.

Los datos de la FAO están ahí. África fue la única región, junto a los países desarrollados, donde el número de personas hambrientas crece y llega a 239 millones, 20 millones de personas más en los últimos cuatro años. También crece su población, y cada vez más rápido. La FAO recomienda un crecimiento agrícola para reducir el hambre. Las mujeres africanas también, pero de consumo interno, no para exportaciones.

Vicente miraba su móvil, decíamos, con componentes derivados de minerales extraídos en países africanos, sin atender a la profesora. “Hambre, guerra y pateras”, dijo. El tópico no está en las palabras que definían África para Vicente, sino en cómo cada uno mira solo para sí, sin pensar en el impacto que genera lo que se come. Lo que se podría llamar la huella alimentaria.

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