Un año después de la deportación: “Estoy perdido, mi vida sigue en España”
En sus palabras no se aprecia rastro de su país de origen. Su acento gallego no ha desaparecido ni un ápice. “Soy galego total”, decía a eldiario.es hace un año, pocas semanas después de su deportación a Senegal. Lo sigue siendo, pero a más de 3.000 kilómetros de distancia y con la prohibición de regresar. Pape llegó a España a los 14 años y fue expulsado de forma forzosa a los 25 tras perder su residencia legal por su situación de desempleo. “No me acostumbro. No me siento de aquí, estoy como perdido”, dice el joven desde Dakar.
Hace un año, Pape contaba a eldiario.es cómo fue su deportación, qué pasa en el interior de uno de esos vuelos secretos utilizados por el Gobierno para deportar a migrantes en situación irregular. La sensación de desasosiego descrita en noviembre de 2014 se mantiene. Se encuentra perdido, excluido en un país que no siente como propio. El Ejecutivo deportó a este joven ignorando su arraigo en España, y estas son las consecuencias.
“Imagina. Llegué a España con 14 años... Cuando llegué a Senegal no entendía a la gente, había olvidado el idioma. No 'daba hablado' bien...”, explica Pape, dejando escapar aún expresiones en gallego. “Ha pasado un año y estoy igual. Estoy desubicado, como perdido... No me siento de aquí”, dice con decepción.
Pape vomita rabia al otro lado del teléfono. “Ha sido un año jodido. Cada día es un infierno. Una puta mierda”. Parece aprovechar para desbordar ese dolor que evita transmitir a quien le llama cada día desde Galicia. A ella, Sheila, su esposa, la mujer con la que convivió en Galicia durante cuatro años. “No me lo dice, él se aguanta para no preocuparme, pero lo pasa muy, muy mal... hay días que está fatal”, explica la joven gallega a eldiario.es.
Desde Dakar, Pape se preocupa por ellos. “Sheila y yo hemos planeado muchas cosas... Todo se va a ir al carajo”. Desde A Coruña, Sheila piensa en cómo está él. “Lo que más me agobia es que caiga enfermo. Cuando te vas como turista tienes que ponerte una serie de vacunas, pero nadie se preocupa por ello con los deportados. Él llevaba más de diez años sin pisar su país... Pero, les da igual, es inhumano”.
Por defender el futuro de ese 'nosotros', la joven gallega viajó al país de su novio dos meses después de su expulsión forzada. Se casaron. Pero desde entonces esperan.
Después de solicitar el reconocimiento de su matrimonio por parte del Consulado de España en Dakar, llevan un año aguardando que el Gobierno les diga que sí, que realmente son pareja, que por eso hablan horas cada día, que sus cinco años de relación son reales. Una de las pocas posibilidades para que Pape vuelva a casa reside en esa respuesta, que no llega.
ONG y movimientos sociales como Pueblos Unidos o la Plataforma por el Cierre de los CIE han documentado diferentes casos en los que el Ejecutivo deporta a migrantes sin valorar su arraigo en España. Según denuncian, en ocasiones, las expulsiones son notificadas con poca antelación, lo que impide a sus abogados tener el tiempo suficiente para interponer un recurso. Esta situación ocurre con mayor frecuencia cuando la Policía emplea el mecanismo de las devoluciones exprés, tramitadas en menos de 72 horas.
Desde la Fundación Raices, especializada en menores extranjeros no acompañados, alertan sobre los graves efectos que acarrea la deportación de los migrantes que llegan solos y viven su adolescencia en España. Y recuerdan: “Además, las personas que hayan sido tutelados por una institución española pueden obtener la nacionalidad española en un año. Las deportaciones de personas con este perfil no deberían producirse”.
Su vida en Senegal
Con su vida en Galicia estancada, ahora Pape vive con sus hermanas y su madre, a quienes antes ayudabas económicamente desde España. Su madre trabaja vendiendo desayunos cada mañana. Él aún no ha encontrado empleo estable. “No hay trabajo y para mí, después de haber estado tanto tiempo fuera, es más complicado”, dice Pape. “A veces me sale algo temporal como carpintero. Por un día de trabajo, cobro cerca de 1,50 euros, que me da para desayunar o cenar”, relata.
“Menos mal que estoy con mi familia, no podría más si no les tuviese... Pero hasta ellos quieren que vuelva a España porque aquí no pinto nada. Todos los día me vigilan, no quieren que salga fuera por la noche porque, para personas como yo, es más peligroso”, sostiene el joven.
Ni él siente Senegal como su país, ni su alrededor le trata como tal. “Llevo un año aquí, pero ven que no soy de aquí. Vamos, piensan que soy extranjero”, se autocorrige. “¡Cómo no voy a parecerlo! Tardé tres meses en volver a hablar bien el Wolof, lo había olvidado”, admite Pape.
“Aquí ahora ya no tengo amigos. Solo mis primos, que emigraron a Italia... Estuvieron unos meses pero ya han regresado”. En su tiempo libre huye a la playa, y se refugia en la misma pasión en la que dedicaba horas y horas en Galicia. “Suelo ir todos los días un rato a entrenar, a jugar al fútbol, para no comerme la cabeza”.
“Esto es una movida... Menudo año”, resume Pape. “Echo de menos mi antigua vida”, dice antes de sacar a relucir su rabia de nuevo, esas ganas de volver alcanzar el pasado. “Estaba bien con mi chica, me 'jode' mucho. No entiendo por qué nos pasa esto. No somos mala gente. No me meto en líos, ni he vendido drogas ni nada, pero me han tratado como un asesino. De un día para otro te encierran un mes en una 'cárcel' (el Centro de Internamiento para Extranjeros), te meten en un avión a la fuerza...”.
“¿Soy mala persona para merecer esto?”
A veces no puede evitar pensar en si tiene alguna responsabilidad en todo lo que le está pasando. “Le pregunté a mi padre: '¿Soy mala persona para merecer esto?' Él me respondió: 'No, eres joven y no sabes muchas cosas de a vida. Es un pequeño tropiezo pero ahora ya sabes lo que es... Malo será que no puedas volver a España algún día”.
Precisamente él, su padre, fue quien le animó a subirse en esa patera, en la que pasó días de terror. Llegó a Canarias, una de las rutas migratorias más peligrosas para llegar a España, en una embarcación repleta de gente asustada. Recuerda los momentos de oscuridad durante su viaje, y la desesperación que le rodeaba. “Pasé mucho miedo, la gente moría a mi alrededor, y solo queríamos una vida mejor. Delante de mí, murieron dos personas, se suicidaron por miedo, se tiraron al mar por el pánico. Cuando los vi, perdí el conocimiento”.
Él sí llegó. Al ser menor de edad, pasó a ser tutelado por el Estado, por lo que fue enviado a Galicia. Allí creció, allí estudió, allí construyó una vida. Trabajó durante años como electricista, hasta que la crisis, como a tantos otros, le empujó al desempleo. Y el desempleo, a su vez, le arrojó a la clandestinidad. “No pude renovar la residencia por no tener trabajo”, explica el joven.
Despedidas a través de una mampara
En noviembre de 2014, de un día para otro, Pape ya no estaba en Galicia. La Policía le envió al Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Madrid. Empezó la incertidumbre. Sheila se derrumba al intentar describir aquellos días en los que temía un final que acabó por cumplirse.
“Fatal, no sabes cómo lo va a pasar. De un día para otro le llevan a Madrid, le dejan un mes allí, te cuenta cómo los tratan...”, dice con la misma voz entrecortada que hace un año. Sheila se despidió en una sala del CIE custodiado por la policía aunque su entonces novio no había cometido delito alguno. Una mampara les separaba cuando se dijeron adiós.
Pape quiere regresar a España, su felicidad está en A Coruña, donde creció, donde vivía con Sheila, donde estudió la educación secundaria... Pero así no. Así, nunca más. “Por muchas ganas que tenga, no volvería a viajar en patera nunca más. Sufrí mucho, no lo puedo hacer más en mi vida”, responde Pape.
Tampoco se arrepiente. “Mereció la pena porque había cambiado mi vida. Tenía otra vida muy feliz. Pero el Gobierno español me dio unos papeles, que luego me quitó cuando me quedé sin trabajo. Y por eso esto aquí...”.