Un hombre en bañador atraviesa las aguas próximas al puerto de Arguineguín a bordo de una moto de agua. Su estela se acerca a varios cayucos amarrados que recuerdan de dónde vienen las cerca de 300 personas que le observan desde tierra tras una valla amarilla, en el principal punto de desembarco de pateras rescatadas en Gran Canaria. Bajo la hilera de carpas extendidas en el muelle, decenas de migrantes descansan en el mismo suelo irregular sobre el que duermen cada noche desde su llegada a la isla. Cientos de ellos se arremolinan tras las barreras de plástico que dividen las parcelas en las que permanecerán confinados, agrupados como ganado, hasta obtener los resultados de sus pruebas PCR, después de un duro viaje por una de las rutas más peligrosas para llegar a Europa.
Por este puerto convertido en campamento de emergencia paseó el pasado domingo el ministro de Inclusión en su visita a las islas. El lugar no es el “adecuado” para una primera acogida, reconocía Escrivá, que prometía estar trabajando junto a Interior en un espacio alternativo en Gran Canaria, mientras el número de llegadas se dispara en las últimas semanas. Según el balance oficial publicado este viernes, el ritmo de entradas ya recuerda a la llamada “crisis de los cayucos” de 2006: solo en los últimos 15 días, han sido rescatadas 2.021 de las 8.081 personas que han alcanzado Canarias a lo largo de 2020, un 688% más que en el mismo periodo 2019. Ha pasado más de un año desde la reactivación de la ruta migratoria canaria, cuando las organizaciones empezaron a exigir la creación de una red estable de acogida que aún no llega. Las soluciones temporales se encadenan, mientras Fernando Grande-Marlaska insiste en impedir los traslados regulares a la península, para mantener bloqueados en las islas a la mayoría de los migrantes.
“Veo mucha gente que llega muy mal, demasiado mal para estar en el puerto de esta manera. Cuando llegan se tienen que asear, no tienen un sitio donde dormir en condiciones… ”, lamenta a la entrada del muelle Mari Afonso, auxiliar de enfermería jubilada y voluntaria de Cruz Roja. La mujer describe la intensidad de las últimas semanas, con constantes avisos de rescates, y la dificultad de atender durante días en un puerto a los recién llegados. El espacio, que en ocasiones alberga a más de 300 personas, solo tiene seis duchas.
En esas lonas levantadas bajo el sofocante calor del muelle, Hassan escucha con atención los nombres enumerados por otros dos voluntarios de Cruz Roja, que anuncian quiénes podrán marcharse a una plaza de acogida y quiénes continuarán en el suelo del puerto al menos una noche más. El hombre, de nacionalidad marroquí, duerme sobre una manta en Arguineguín desde hace tres días, después de casi una semana en el mar. No recuerda la travesía. El miedo, dice, le hizo olvidar.
Unas carpas más allá, en la primera del muelle, pasa las horas Nuit, la única mujer entre las 333 personas albergadas en el puerto el pasado lunes. “Vengo para buscarme la vida”, dice la marroquí, originaria de Dajla (territorios del Sáhara Occidental ocupados por Marruecos), donde trabajaba en una empresa conservera de pescado. “No puede ser más difícil conseguir los papeles en España que el viaje que he hecho”, confía.
Ni Hassam ni Nuit se quejan de las condiciones del puerto, prefieren centrarse en haber logrado estar donde están. El hombre ha pasado los últimos cinco años intentando entrar en Europa: “He estado dos veces en Melilla, pero me devolvieron. Lo he intentado muchas veces en barca desde Tánger, pero los guardias marroquíes nos frenaban”, describe el hombre a elDiario.es, junto a decenas de compatriotas, detrás de una de las barreras amarillas. El aumento del control marroquí por el norte del país le empujó a probar suerte desde Dajla, su ciudad, punto de salida clave de las embarcaciones en la ruta migratoria hacia Canarias.
Acaba de llegar a las islas, pero ya piensa en salir de ellas. Quiere llegar a Italia, donde vivió durante 13 años, para reencontrarse con su mujer y sus dos hijos. “España es la puerta de Europa”, reflexiona el hombre marroquí. Cuando dice España, se refiere a la península, porque Canarias no siempre es la puerta a Europa. Al menos, no una fácil de abrir.
El Ministerio del Interior limita los traslados de migrantes desde las islas al resto de España desde finales del año pasado. “¿Derivaciones? De eso no se habla, porque puede generar un efecto llamada, obviamente”, asumió el delegado del Gobierno en las islas. Canarias no sería “un puente” para llegar a Europa. Con la llave prácticamente echada, miles de migrantes permanecen bloqueados, en centros de acogida improvisados y al límite, a pesar de existir plazas suficientes para atenderles en el resto del territorio español. Según los datos de la Secretaría de Estado de Migraciones, alrededor de un 55% de los recursos de acogida peninsulares se encuentra disponible. Pero no para ellos.
Cruz Roja contaba el pasado viernes con mil plazas libres en Canarias pero, según la organización, no es suficiente. “Es un pequeño margen que no nos deja dormir tranquilos”, reconoce José Javier Sánchez, subdirector de Inclusión Social de la organización. “Con este ritmo de llegadas, tenemos que hacer movimientos continuos para dar acogida”, añade. Según sus datos, Interior ha aprobado una próxima derivación de 500 personas, que empezará a materializarse la semana que viene, un número insuficiente en comparación con el ritmo de entradas registradas en las últimas semanas.
Mientras, en las islas, la acogida continúa marcada por la improvisación, con soluciones temporales. En una cancha de la localidad turística de Maspalomas (Gran Canaria), el maliense Soungalo pasa el tiempo jugando al fútbol con los dos amigos con los que se embarcó en un cayuco el mes pasado desde Senegal. Es uno de los cerca de 3.000 migrantes acogidos en hoteles cerrados por la pandemia, la respuesta de emergencia adoptada por Inclusión ante la infructuosa búsqueda de plazas de acogida estables.
Durante el estado de alarma, las personas arribadas en patera fueron trasladadas a polideportivos, centros escolares y residencias estudiantiles, pero la reapertura de estos espacios con el inicio del curso escolar forzó su desalojo. El gobierno optó entonces por su derivación a habitaciones hoteleras, manteniendo cerradas las zonas comunes. “Desplegando temporalmente plazas hoteleras hemos contribuido a activar un sector golpeado por la crisis del COVID-19”, ha defendido la secretaria de Estado de Migraciones Hana Jalloul. A fecha de 16 de octubre, Cruz Roja tenía 3.300 personas acogidas en sus recursos, de las cuales cerca de 3.000 se encuentran en hoteles, según la organización.
Soungalo aprecia las buenas condiciones del hotel Vista Oasis, donde se encuentra alojado desde hace poco menos de un mes, pero no quiere quedarse aquí. Él aspira a llegar cuanto antes a la “gran España”, como muchos malienses llaman a la península, y conseguir un trabajo. El joven, de 24 años, asegura haber huido a Bamako en 2018, junto a dos amigos de la infancia, desde Kulikoró, su ciudad natal, localidad de fuerte presencia yihadista, donde se ubica la principal base en la que están desplegadas las tropas españolas en Mali.
“Teníamos miedo de los rebeldes, a veces iban a atacar los pueblos con armas”, cuenta el maliense sentado en un banco frente la cancha donde juegan otros compañeros. La situación de conflicto que vive el país se sumó a las prolongadas sequías de la zona: “Hay muchas razones. La gente vive de la agricultura en la zona donde vivimos, pero hay muy poca agua, no se puede cultivar, y por eso no teníamos la suficiente comida. Todo es un problema”, describe el hombre.
Después de llegar a la capital del país, no fue fácil encontrar un contacto para atravesar el Atlántico de forma clandestina, confiesa. Dos años después, a través de un conocido de un primo suyo, se desplazaron en autobús a la costa de Senegal, donde embarcó hacia las islas junto a 43 personas. Asegura que pagaron 200.000 CFA (305 euros), un precio más económico de los mencionados por otros migrantes, especialmente si parten del Sáhara Occidental.
Quieren pedir asilo, pero aún no han formalizado su solicitud desde su desembarco en el puerto de Arguineguín el pasado 15 de septiembre. A su llegada, asegura, nadie le informó de su derecho a solicitarlo: “Allí nadie nos ha dicho nada, en el hotel una mujer de Cruz Roja nos informó y vamos a pedirlo”. La falta de información sobre protección internacional durante sus primeros días en España aumenta las posibilidades de acabar encerrados en un Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE), reabiertos a finales de septiembre, desde donde corren el riesgo de ser deportados por Interior a Mauritania, en caso de haber pasado por el país en su ruta migratoria.
“Se podría evitar si el empleado público, el policía, el juez, todos y cada uno de ellos, desempeñasen su función de una manera cabal. Después de decir, buenos días, tendrían que explicarle los derechos la ley de asilo. No hay que esperar a que lleguen el CIE”, explica a elDiario.es el juez de control del CIE de Barranco Seco (Gran Canaria), quien se vio empujado a principios de mes a entrar en el centro a informar a 30 malienses de su derecho a pedir protección internacional. Todos ellos solicitaron asilo y han quedado en libertad.
La improvisación ante la intensificación del flujo migratorio, unida al bloqueo de los migrantes en las islas, aumenta la sensación de emergencia entre parte de la población local. Varios trabajadores humanitarios coinciden en su percepción del incremento del rechazo social hacia la inmigración en Gran Canaria.
“Rechazo ya hay. La gente se subleva. Cuando entramos en el pueblo con la unidad móvil, nos dicen cosas como 'Para ellos si te mueves para nosotros no', 'Los negros tienen mas ayudas a nosotros'...”, comenta Mari Afonso, en el puerto de Arguineguín. “La mayoría de gente no odia al migrante, pero hay un rechazo porque ellos también son pobres, no tienen trabajo y perciben que los recursos públicos son para los migrantes”, sostiene Teodoro Bondyale Oko, de la Federación de Asociaciones Africanas en Canarias.
El bloqueo de los migrantes en las islas y algunas decisiones de emergencia derivadas de la falta de una red de acogida firme, como la derivación de migrantes a hoteles o la acumulación de cientos de personas en el puerto de Arguineguín, aumenta el riesgo de proyectar una imagen de crisis que no se corresponde con las cifras de llegadas totales al conjunto de España, que continúan siendo un 8% más bajas que en el mismo periodo del año pasado. Durante la visita de Escrivá a un colegio cerrado de Las Palmas donde el Ministerio pretende crear un centro de acogida permanente de migrantes, los vecinos del barrio le recibieron entre gritos racistas contra la recepción de migrantes en ese espacio, localizado en un barrio deprimido con altos porcentajes de desempleo y escasos servicios municipales.
En el bar “El Lasso”, una foto del Colegio León decora sus paredes. “Me da pena que se use para eso. Hace dos años los vecinos se movilizaron por el cierre del colegio, nos dijeron que lo arreglarían, y ahora lo abren para traer inmigrantes”, cuenta un vecino, que estudió hace años en ese centro educativo. “En el barrio no hay nada, pasa un autobús cada hora, no hay canchas de deporte... nosotros nos colábamos en el mismo colegio para jugar”, recalca el hombre. En las calles cercanas, una mujer critica las protestas contra la apertura del centro de acogida: “Si aquí no hay muchos niños y estaba cerrado, no entiendo el problema de que acoja migrantes”, valora la vecina, con un bebé entre sus brazos.
Con el objetivo de frenar el discurso antiinmigración de la extrema derecha en la Unión Europea, los eurodiputados de Izquierda Unida Sira Rego y Manuel Pineda han presentado esta semana una alternativa a la propuesta de Pacto de Migración y Asilo de la Comisión Europea. Para la formación, la imposición de cuotas de distribución de refugiados, el apoyo a territorios de acogida y el favorecimiento de la libertad de tránsito de los migrantes por los distintos Estados miembros son claves para luchar contra el rechazo a la inmigración, impulsado, a su juicio, por la sobredimensión de las cifras de llegadas irregulares a la UE con la concentración de los recién llegados en determinados países o regiones, como Canarias.
Frente a las canchas de Maspalomas, Soungalo recuerda su viaje. Pasaron seis días en el mar, en un cayuco donde apenas podían moverse, sin comida suficiente y con el agua justa. “Fue duro. Durante la noche había muchas olas y comíamos galletas. Nos quedamos sin comida. Llegué muy cansado”, describe el maliense. Se toca sus brazos y sus piernas para describir las ampollas con las que pisó tierra tras su rescate por Salvamento Marítimo. Bamba, su compañero de viaje, aún mantiene señales en sus brazos de aquellos días.
Exhaustos, con la piel dolorida, y la angustia de seis días de travesía, pasaron las siguientes nueve noches en el puerto de Arguineguín, según su relato. No se queja. Las condiciones, dice, eran “pasables”. En el interior de aquellos cayucos amarrados en el muelle, una sandalia, un pequeño chaleco salvavidas, un plato de plástico, una mochila abandonada conforman los restos de días peores, esos que les empujan para afrontar el camino que aún tienen por delante.
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