La lucha contra el hambre retrocede una década empujada por las guerras y los fenómenos climáticos extremos
Al final de este día, una de cada nueve personas en el mundo se habrá marchado a la cama sin haber comido lo suficiente. O lo que es lo mismo: 821 millones de personas, según los últimos datos globales, correspondientes a 2017. Son 17 millones más que en 2016, 36 millones más que en 2015.
El número de personas que padecen hambre ha vuelto a crecer por tercer año consecutivo, según el informe El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo, presentado este martes y elaborado conjuntamente por varios organismos de las Naciones Unidas. Y apuntan a un cambio de tendencia que se consolida tras un prolongado descenso hasta 2014: los progresos alcanzados en la lucha contra el hambre han sufrido un revés y retroceden a la casilla del año 2010, último año en el que se registraron niveles de desnutrición similares.
El objetivo que pactaron los líderes mundiales hace tres años, según el cual el hambre debe ser historia en 2030, queda así un poco más lejos. “Los alarmantes indicios de una creciente inseguridad alimentaria y los altos niveles de las diferentes formas de malnutrición son una clara advertencia de que es mucho lo que resta por hacer”, sostienen los autores del estudio en el prólogo.
La actividad humana tiene mucho que ver en este retroceso. Entre las principales causas de este repunte del hambre están el estallido o el enquistamiento de la violencia y las guerras en varias zonas del planeta, según la ONU. “Pese a que a nivel técnico y tecnológico sabemos cómo avanzar para aumentar la seguridad alimentaria, hay cuestiones ajenas a la lucha contra el hambre que están influyendo negativamente, como los conflictos”, sostiene Lucía Fernández, responsable de comunicación del Programa Mundial de Alimentos, una de las agencias autoras del informe, en España.
Según datos analizados por la ONG Acción contra el Hambre, el 60% de las personas que pasan hambre viven en un país en conflicto. “El estudio refleja que el hambre se está haciendo epidemia resistente en cierta zonas del mundo, nuestra experiencia nos demuestra su relación directa con la guerra: los conflictos destruyen mercados y medios de vida y producen desplazamientos que disparan los riesgos de desnutrición”, explica Manuel Sánchez-Montero, director de incidencia y relaciones institucionales de la organización.
Antes las organizaciones humanitarias solían dar respuesta, dice, a “una o dos crisis alimentarias” del máximo nivel en un año y ahora lo hacen a varias emergencias al mismo tiempo debido a que los conflictos “se han intensificado”. En 2017, casi 124 millones de personas en 51 países padecieron los niveles más elevados de inseguridad alimentaria y necesitaron ayuda humanitaria urgente para poder sobrevivir.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó el pasado mes de mayo una resolución en la que se reconocía esta relación y se condenaba el uso de la práctica hacer pasar hambre a la población como arma de guerra. Esta consiste en el asedio sistemático a población civil, el bombardeo de infraestructuras básicas de agua, la destrucción del stock de alimentos o el bloqueo de la ayuda humanitaria, perpetrado por ejércitos regulares y grupos armados, explica Sánchez-Montero.
El impacto de la sequía y otros fenómenos extremos
En el informe, los organismos de la ONU insisten: el aumento se debe a los conflictos, pero también al impacto de los fenómenos extremos “frecuentes e intensos”, en parte impulsados por el cambio climático, y concluyen que el hambre es “significativamente mayor” en los países que tienen una gran dependencia de las precipitaciones o que están expuestos a una sequía grave y donde un elevado porcentaje de la población depende de la agricultura.
Los cambios en el clima, como el calor extremo o las lluvias torrenciales, han mermado la producción de cultivos fundamentales para muchas personas como el trigo, arroz y maíz en las regiones tropicales y templadas. De todos los desastres naturales, las inundaciones y las tormentas tropicales son las que más afectan a la producción de alimentos, también las sequías. Las que vinieron vinculadas al fuerte fenómeno de El Niño en 2015 y 2016 afectaron a numerosos países y contribuyeron al repunte del hambre registrado este año.
El impacto del hambre es mucho mayor cuando un país se ve azotado, de manera conjunta, por los conflictos y estos desastres naturales. Esto ocurrió en 14 de 34 países con situación de crisis alimentarias en 2017 y afectó a 65,8 millones de personas.
Es el caso de Yemen, con un 34% de su población subalimentada, en guerra desde 2015 pero también expuesta a fenómenos como la sequía. “Antes del conflicto, Yemen importaba el 90% de los alimentos. Cuando las fuerzas en combate impiden el acceso, tiene consecuencias directas en el suministro de alimentos”, apunta Fernández. Otros ejemplos son Sudán del Sur, en conflicto y azotado por las lluvias escasas o Etiopía, que sufre inundaciones repentinas. Bangladesh, que ha recibido cientos de miles refugiados rohingyas desde Myanmar, está expuesto a inundaciones y tormentas.
El hambre está avanzando en Latinoamérica y la mayoría de las regiones de África --con especial impacto en África subsahariana- que vuelve a ser el continente con el mayor porcentaje de población subalimentada. Más de 256 millones de personas, un 20% de su población, pasan hambre en África por el impacto de fenómenos meteorológicos extremos y conflictos en diversas regiones.
Estos factores también explican en parte que la tendencia a la baja del hambre “pueda estar ralentizándose” en Asia, que sigue albergando al número más alto de individuos que la sufren, 515 millones de personas, un 11,4% de su población. Por otro lado, en América Latina y el Caribe, el hambre creció ligeramente hasta alcanzar a 39 millones de personas en 2017, el 6,1% de su población, según las estimaciones.
El representante de Acción contra el Hambre también apunta a otras causas que explican el limitado acceso de poblaciones enteras a los alimentos, como la especulación con los precios en el mercado de productos como el arroz, el sorgo o el mijo.
Las mujeres, la peor parte
En la lucha contra el hambre, las mujeres también se llevan la peor parte. En África, América Latina y Asia el impacto de la inseguridad alimentaria grave es más alta entre las mujeres. Las mayores diferencias se encuentran en Latinoamérica. “Es demoledor. La discriminación que existe en todos lados aquí es radical. Las mujeres son las últimas que comen en sus casas en muchas partes del mundo. Lo mismo pasa con el acceso al servicio de salud o con los derechos a poseer tierras y el ganado que mejor resiste a las inclemencias”, sostiene el responsable de Acción contra el Hambre.
Los avances también son escasos a la hora de combatir el retraso del crecimiento infantil, con casi 151 millones de niños menores de cinco años de todo el mundo, o más del 22%, demasiado bajos para su edad. En 2017, el 7,5% de los niños menores de cinco años estaban afectados por un peso inferior para su estatura. Son los que presentan un mayor riesgo de muerte. El impacto de la desnutrición aguda infantil sigue siendo “extremadamente alto” en Asia, con casi uno de cada 10 niños menores de cinco años con bajo peso para su estatura.
De acuerdo con el estudio, las dificultades para comer hacen que aumente el riesgo de bajo peso al nacer y retraso del crecimiento en los niños, y estos están asociados a un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad en etapas posteriores de la vida. Es aquí donde está la otra cara del hambre, a juicio de los expertos de Naciones Unidas. Los datos sobre obesidad adulta, considerada otra forma de malnutrición, también empeoraron en 2017: más de uno de cada ocho adultos en el mundo, es decir, más de 672 millones, es obeso.
Las cifras son especialmente relevantes en Norteamérica, pero África y Asia también están experimentando una tendencia al alza, según el informe. “El costo más alto de los alimentos nutritivos, el estrés que significa vivir con inseguridad alimentaria y las adaptaciones fisiológicas a la restricción de alimentos ayudan a explicar por qué las familias que enfrentan inseguridad alimentaria pueden tener un riesgo más alto de sobrepeso y obesidad”, explican.
“Esto habla del acceso alimentario de las clases más desfavorecidas en países ricos, de la marginación de poblaciones distintas dentro de contextos menos favorecidos”, señala Sánchez-Montero. El escaso acceso a los alimentos también ha provocado un aumento de la anemia en las mujeres a nivel mundial: una de cada tres mujeres en edad reproductiva padece esta afección.