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El apoyo a las políticas sociales por el coronavirus será mayor que en 2008 “porque ahora nadie culpa a las víctimas”

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Marina Estévez Torreblanca

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“El apoyo social a las políticas redistributivas por el coronavirus será mayor que en la crisis de 2008 porque ahora nadie ve culpables a las víctimas”. Esta es una opinión compartida por distintos sociólogos y economistas que hablan de la llamada “heurística del merecimiento” para explicar este fenómeno.

Según señalan, la percepción ética y social de la necesidad de que el Estado intervenga en la economía para ayudar a quien más lo necesita, es decir, la aceptación de que la riqueza de todos se redistribuya para llegar a personas y colectivos que sufren una situación de especial dificultad, depende en buena medida de estos criterios “simples, automáticos e intuitivos” que van más allá de la ideología política y el estatus socioeconómico.

Investigaciones en distintos países muestran que hay grupos de población, como jóvenes, desempleados o inmigrantes, a los que se tiende a ver con más facilidad como responsables de las situaciones de dificultad en las que se encuentran, y por lo tanto se cree que merecerían menos ayudas sociales que otros segmentos, por injusta que resulte esta idea, como explica la investigadora del CSIC Eloísa del Pino.

Pero la crisis del coronavirus ha venido a golpear con especial saña a colectivos que, según esos criterios, están en lo más alto de la percepción social de quien merece ser apoyado: ancianos y enfermos. Así, en este caso, por el momento no cunde el discurso de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” con el que se justificaron en España los duros recortes tras la crisis que comenzó en 2008, destaca José Antonio Noguera, sociólogo y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. El apoyo generalizado a esos grupos tiene que ver, según esta teoría sociológica, con el “egoísmo” de saber que en algún momento estas medidas nos beneficiarán a nosotros, y en el reconocimiento de que los mayores ya han contribuido al sistema.

“Esta enfermedad nos viene de fuera. Nadie se la merece. En 2008 se acusaba a los países de manirrotos, también a los que habían gastado demasiado por ejemplo en sus pisos, circunstancias en las que baja mucho el apoyo al gasto público. Es por lo que en el fondo en EEUU no tienen una buena sanidad pública. Allí en general se ve culpable al que tiene una enfermedad de corazón por haber comido demasiadas hamburguesas o por haber fumado y no están dispuestos a pagar su tratamiento médico”, opina por su parte la profesora del departamento de Sociología de la Universidad Complutense Inés Calzada.

¿Puede haber cambiado ahora la apreciación en España y otros países de la necesidad de ayudar a los afectados frente a la crisis financiera de hace una década? La profesora de Economía en la Universidad de Alcalá Olga Cantó opina que sí: “La percepción tiene que haber cambiado porque el riesgo existe y es percibido como relativamente alto para todos los niveles socioeconómicos”.

Aunque avisa de que no todo el mundo percibirá igual su riesgo económico porque dependerá de su seguridad en el empleo, de su nivel salarial, de su riqueza, y también de su dinámica vital (con o sin hijos, con mayores a su cargo con enfermedades crónicas, con patologías propias previas o no...). “Pero, en todo caso, y a pesar de todas estas diferencias, el riesgo frente a una pandemia está mucho mejor distribuido que los que se percibían en cualquier crisis anterior”, afirma.

Por ejemplo, muchos de los que no tienen enfermedades previas y están sanos, también se dan cuenta de que, en momentos de colapso del sistema sanitario, cualquier situación sobrevenida de salud les puede afectar muy negativamente. Por tanto, aunque la percepción no sea idéntica para todos es mucho más fácil captar el riesgo en esta crisis que en otras anteriores, añade Cantó.

Hay más motivos para este cambio, según Eloísa del Pino. Por un lado, se ha visto que la crisis de 2008 y la salida de la misma no fue justa. Se ha mejorado económicamente, pero las tasas de pobreza y desigualdad siguen siendo elevadas y afectan sobre todo a jóvenes y niños. “Nos hemos dado cuenta de que por muy austeros que fuéramos hay un colectivo que no hemos logrado sacar adelante. Hay un reconocimiento de que tanta austeridad no funcionó”.

Como se demuestra en este análisis, el 20% más pobre de la población española fue el que más renta perdió desde el inicio de la anterior crisis, las rentas medias se vieron perjudicadas en menor medida y las clases medias-altas y altas apenas se vieron afectadas por la recesión.

El Gobierno ya da por hecho que de la actual situación de parálisis económica va a salir una sociedad más desigual, y prepara políticas para revertirlo, según ha afirmado públicamente la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, mientras que ahora se centra en tratar de parar el golpe del parón productivo.

Pero no es solo una cuestión de solidaridad. En las inyecciones económicas en estas situaciones de crisis también hay una visión economicista: si no se ayuda, una amplia variedad de colectivos que en la actualidad vivían al día perderán su capacidad de consumo, al tiempo que muchas empresas cerrarán y enviarán al paro a sus trabajadores. “Tiene que haber una palanca para que la sociedad vuelva a recuperar el pulso”, afirma la investigadora del CSIC.

Esto podría explicar por ejemplo que el vicepresidente del BCE Luis de Guindos apoye ahora una renta mínima de emergencia frente a la austeridad y recortes que aplicó como ministro de Economía español y que la corriente de opinión a favor de las medidas de compensación haya cambiado a nivel internacional para intentar evitar que la crisis sanitaria se transforme en una profunda y duradera recesión. “No sólo la ortodoxa UE ha suspendido de facto los límites de déficit del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sino que muchos gobiernos, como el de Trump en EEUU, están proponiendo cheques a las familias”, recuerda al respecto el economista Ricardo Molero.

¿Se traducirá en políticas realmente expansivas?

La tesis de Noguera es que los países en instituciones supranacionales como la Unión Europea pueden reaccionar ahora con políticas de gasto y redistribución más drásticas que hace una década. Por el momento, esta crisis sanitaria ha generado una movilización de dinero por parte de los gobiernos y de las instituciones con pocos precedentes, casi todo a través de avales y garantías a créditos, tanto en EEUU como en Europa. Sus principales perceptores son las empresas, pero también trabajadores y familias.

Por ejemplo, el Gobierno de Pedro Sánchez está dispuesto a asumir las pérdidas de empresas privadas que pidan créditos del ICO por valor de 100.000 millones de euros, confiando en que la inmensa mayoría de las veces estas compañías logren devolverlos. En total hablan de una movilización de 200.000 millones (contando también con financiación privada).

Por su parte, el G-20 asegura que va a inyectar cinco billones de dólares para contrarrestar las pérdidas de la pandemia. La intención es que la recesión, que parece inevitable, no sea profunda y duradera y no haya amplios grupos de población que pierdan toda capacidad de consumo.

¿Qué ocurre entonces con Holanda y Alemania, que están frenando políticas más expansivas y se niegan por ejemplo a establecer los llamados “eurobonos” para mutualizar el riesgo?

Según Noguera, estos países están priorizando sus intereses materiales (tienen margen fiscal para no querer mutualizar deuda). Pero además, recalca que las heurísticas de merecimiento normalmente se estudian en muestras de población, y está por ver que las actitudes de la población se trasladen siempre a los gobiernos.

En todo caso, a su juicio, entre las propias poblaciones de estos países esta vez el apoyo a medidas de solidaridad será más amplio que durante la crisis de 2008; están más en minoría que en 2008 en la UE y en todo caso han trazado la linea roja más atrás que entonces, cuando ni siquiera apoyaban la compra de deuda por el BCE, ni la relajación de las reglas de déficit.

Adicionalmente, por el momento no han aparecido argumentos sobre “culpa” o “falta de merecimiento”, sino puramente egoístas o de supuesta eficiencia económica, “y se les pueden volver en contra dado que no han visto aún lo peor de la pandemia en sus países (de hecho, Alemania está ocultando literalmente muertes y contagios)”, añade el sociólogo. “Como casi siempre en la UE, apostaría a que al final veremos alguna solución de compromiso que no dejará satisfecho a nadie. Queda partido”, concluye.

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