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Basecamp Bartola: el ejemplo de ecoturismo sostenible nicaragüense

En el Basecamp Bartola los visitantes hacen noche en tiendas de campaña perfectamente acondicionadas y protegidas de las fuertes lluvias.

Roberto Ruiz

En Nicaragua, junto a un afluente del río San Juan que se adentra en la selva, una pequeña comunidad lleva ya varios años trabajando con un proyecto de ecoturismo totalmente autosostenible, un ejemplo perfecto de cómo turistas y locales pueden obtener un beneficio mutuo, natural, equilibrado y responsable.

A orillas del río Bartola se encuentra esta agrupación de familias, 26 exactamente, en la que el trabajo en equipo está dando muy buen resultado. Organizados como la cooperativa Sol y Luna ofrecen una experiencia única para el visitante, un tiempo en el que quienes llegan de lejos pueden vivir unos días en medio del bosque, durmiendo en tiendas de campaña perfectamente acondicionadas, y con una amplia variedad de actividades que combinan naturaleza y vida local en la que viajeros y vecinos trabajan mano a mano.

Todos los integrantes de la comunidad tienen un papel: los transportistas, los guías, los que ofrecen sus caballos, los que hacen talleres en sus casas, los que cocinan, los que suministran alimentos, los que organizan y coordinan… y todo con un solo objetivo, conseguir un beneficio común ofreciendo el mejor servicio.

Mano a mano con la comunidad

Todo comienza incluso antes de llegar al campo base. Para llegar al Basecamp Bartola hay que salir desde el pueblo de El Castillo, una pequeña localidad del Río San Juan en la que entre 1673 y 1675 los españoles construyeron la fortaleza de la Inmaculada Concepción para impedir el paso de los piratas británicos río arriba. Desde allí, preguntando en la modesta oficina de turismo, te indicarán cómo contactar con el proyecto.

Una vez confirmada tu estancia en el campamento te recogerán en la desembocadura del río Bartola y desde allí, en una canoa larga y estrecha, dos palanqueros empujarán la embarcación aguas arriba durante una hora hasta alcanzar su destino. Una vez en el campamento, un representantes del proyecto recibe a los nuevos viajeros, que no serán más de seis, junto a los que serán sus guías y cocineras.

Además de las incursiones en la naturaleza, los turistas pueden elegir realizar diferentes actividades con la comunidad, como la realización de chocolate desde cero, aprender a hacer tortitas de maíz, queso cuajada, pescar en el río… todo en las casas y en las cocinas de los miembros del proyecto, donde codo con codo se aprenden paso a paso sus costumbres y gastronomía.

Descubriendo la selva de Nicaragua

Lo más espectacular que tiene el Basecamp Bartola es su ubicación. Se encuentra junto a la Reserva Natural Indio Maíz y esto le asegura disfrutar de una enorme biodiversidad en pleno bosque tropical húmedo (o selva, para los que somos de secano).

La frondosidad de su vegetación es apabullante y entre las actividades que pueden hacer los visitantes, además de las ya mencionadas y dormir en semejante lugar, se incluyen otras como excursiones por la selva tanto de día como de noche, ya que la fauna se transforma en cuanto se pone el sol.

No es difícil ver tortugas de río, sábalos reales gigantes saltando del agua, algún que otro martín pescador, basiliscos, sapos, ranas dardo venenosas rojas y azules, las famosas y dolorosas hormigas bala, las mortales serpientes terciopelo, tarántulas durante la noche, cientos de mariposas, monos aulladores, tucanes, lapas rojas, pericos, oropéndolas, pájaros saltarines, colibrís y muchas otras aves de nombres difíciles de recordar. Por lo que si buscas flora y fauna tendrás para hartarte.

Todo queda en casa

Aquí no hay intermediarios y en el Basecamp Bartola ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Son los integrantes de la comunidad los que trabajan con los turistas, quienes dedican su tiempo y esfuerzo para enseñar sus selvas, quienes abren las puertas de sus casas para compartir con el viajero su día a día y donde los mismos que mandan son los que obedecen.

Para disfrutar de esta experiencia los visitantes pagan un importe, en dólares o en córdobas, y todo se queda en la cooperativa. No hay porcentajes para terceras partes ni beneficios fuera de la comunidad. Guadalupe, quien además de enseñar a hacer chocolate también se mete entre los fogones, sabe tan bien como todos los demás que el proyecto funciona. “Cocinando con el último grupo de turistas saqué lo suficiente para continuar construyendo el techo de mi casa”, dice. Y es que con un sistema en el que todo el mundo sale ganando parece que nada puede fallar. Mientras, la vida en las aldeas sigue su curso, la naturaleza el suyo y los turistas pueden hablar de un sistema de turismo responsable, enriquecedor y no intrusivo.

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