Las cigarreras en el Congreso
Hace unos días, cuando lo de la moción de censura de Podemos contra el Gobierno de Mariano Rajoy, la diputada Irene Montero Gil inició su intervención con una mención a diversas mujeres y grupos de mujeres que en su día lucharon por defender el derecho de sus iguales. Hacia el primer cuarto de hora, después de trazar la semblanza de Rosa Parks y su lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, Irene Montero Gil nombró a las “cigarreras”. En ese momento, justo en ese momento, la presidenta de las Cortes, Ana Pastor Julián, pidió silencio a la concurrencia, no sabemos si por el honor que merece el colectivo del que se iba a hablar o porque sus señorías, sobre todo las de la bancada popular, andaban bastante alborotadas. Pocas veces, seguramente ninguna antes de esta ocasión, se habrá nombrado en el Congreso de los Diputados y Diputadas de España a quienes afrontaron el reto en nuestro país no sólo de principiar de modo grupal la lucha por los derechos de las mujeres, sino también la lucha por los derechos laborales, de todas y de todos.
Son pocas las referencias a las cigarreras en nuestra historiografía. Mary Nash y otras historiadoras se han ocupado en más de una ocasión en demostrar la ocultación interesada de la contribución de la mujer en el nacimiento y evolución de nuestro movimiento obrero. A mediados del siglo XIX más de 12.000mujeres trabajaban en fábricas de tabaco como las de Sevilla, Cádiz, Alicante y Madrid. Numerosos hispanistas describen en sus obras de viajes las condiciones en las que trabajaban –Edmondo De Amicis, Richard Ford, Pierre Louis…-, pero quizás entre las mejores descripciones y reivindicación del papel de las cigarreras en su lucha por las mejoras laborales se encuentre en la novela La Tribuna, de Emilia Pardo Bazán.
Publicada en 1883 y reeditada por Cátedra en 1999, La Tribuna cuenta la historia de Amparo, la hija de un vendedor de barquillos que vive en Marineda, nombre ficticio de A Coruña. Amparo, siguiendo el oficio de su madre, que ha quedado paralítica por “un aire”, entra a trabajar en una fábrica tabaquera, donde a diario lee a sus compañeras los periódicos donde se narra el triunfo de la revolución de 1868, La Gloriosa, incorporando los ideales republicanos a su trabajo: “Su lengua era suelta, incansable su laringe, robusto su acento”. La oratoria de Amparo, sus ideas y su apasionada defensa de los derechos de la mujer trabajadora le harán merecer el calificativo de Tribuna que le atribuyen el resto de las operarias: “Cuando la fogosa oradora soltaba la sin hueso, pronunciando una de sus improvisaciones, terciándose el mantón y echando atrás su pañuelo de seda roja, parecíase a la República misma, la bella República de las grandes láminas cromolitográficas; cualquier dibujante, al verla así, la tomaría por modelo”.
Esta obra está considerada como una de las primeras novelas naturalistas de la literatura española. Siguiendo el modelo trazado por Zola en Francia, la vida revolucionaria de Amparo se acompaña de un drama personal: seducida por un miembro de la burguesía de Marineda, tras quedar embarazada es rechazada por este último y la novela da fin con el nacimiento del hijo de la protagonista a la par que se proclama la Primera República Española, en 1873.
No es de extrañar que fuera Pardo Bazán quien tan bien describiera el ambiente revolucionario de las fábricas de tabaco en boca de sus operarias. Como afirma Ana Muiña en su libro Rebeldes periféricas del siglo XIX, publicado por La linterna sorda, las cigarreras de España comenzarán a organizarse a partir de 1828 movidas por sus pésimas condiciones laborales. Dado que se veían obligadas a llevar a sus hijos e hijas al trabajo –muchas de ellas eran madres solteras- mecían a los bebés en una cuna atada mediante una cuerda a sus pies, mientras liaban los puros. Eran mujeres independientes, reacias al matrimonio y a la férula del hombre, con un sentido muy avanzado de la vida, burlonas con la beatería imperante en la época. Fueron las primeras en crear clubs republicanos o de librepensamiento y afiliarse a ellos, y lograron que se crearan las primeras salas de lactancia, guarderías y escuelas dentro de las fábricas.
Debido a las circunstancias que les tocó vivir, con sueldos inferiores a los de los hombres y en condición de explotación laboral, tuvieron que echarle redaños a la vida, y por eso eran conocidas también como las echás palante. Realizaron diversos plantes y huelgas para lograr mejoras laborales y abrieron el camino de las reivindicaciones y lucha del movimiento obrero, sin excluir a nadie por su condición de género o de clase social.
No es de extrañar que la presidenta del congreso de los diputados pidiera silencio a sus señorías cuando Irene Montero Gil se disponía a hablar de ellas.