Artium: la atalaya vasca desde la que mirar la civilización
Juan Carlos de Borbón bramó ante los presentes: “¿Dónde está Mikel Sánchez?, que venga inmediatamente, ¡cómo puede faltar en este acto!” Así lo recuerdan algunos de quienes acudieron, aquel 26 de abril de 2002, hace quince años, a la inauguración del Artium, Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo. Mikel Sánchez, prestigioso traumatólogo, de estirpe nacionalista (nació en el exilio, en Burdeos, adonde llegó su padre, jeltzale, huyendo del franquismo), ha atendido y atiende al rey emérito de sus continuas lesiones. Y con éxito. Y por eso, Juan Carlos I reclamaba la presencia de quien estima como amigo en aquella celebración.
Mikel Sánchez dejó la operación que estaba llevando a cabo, se quitó la ropa de cirujano y acudió a la llamada. Eran tiempos en los que la Casa Real tenía cierta influencia en el mundo de la Cultura más que en el territorial, en crear lazos más que en destruirlos. Otra anécdota en este sentido: fue el diputado de Cultura, el abertzale Mikel Mintegi, quien dio el visto bueno, a su pesar, para que la Reina Sofía acudiera a la inauguración de la exposición 'Colección Pública' en Arco '96, lo que fue el embrión de este museo que cuenta con la segunda colección de arte contemporáneo español más importante, después de la del Reina Sofía. Daniel Castillejo, su actual director, y entonces, conservador en el Museo de Bellas Artes de Álava, recuerda: “Pensamos que teníamos que dar el do de pecho, que ya era hora de exhibir la importante colección de arte contemporáneo que atesoraba la Diputación Foral, desconocida incluso en Álava, no digo fuera de nuestro territorio. A la inauguración, acudieron las principales autoridades de Euskadi, Álava y Vitoria y gracias a Pedro Sancristóval, entonces director de Cultura, que tenía relación con la Casa Real, conseguimos que la Reina Sofía visitara el stand, con fines claramente mediáticos, aunque bien es cierto que al diputado de Cultura, Mikel Mintegi, de Eusko Alkartasuna, no le hizo ninguna gracia. Le tuvimos que convencer de que merecía la pena”.
Y la apuesta publicitaria desde el pequeño territorio alavés por parte de un gobierno foral poco monárquico mereció la pena. En efecto, nada más regresar de Madrid, Mikel Mintegi convocó una rueda de prensa en la que anunció la construcción de un museo de arte contemporáneo en Vitoria. “En ese sentido, aquella presentación fue un éxito, cambió la sensibilidad de las autoridades vascas y alavesas ante lo que había sido un reconocimiento a nivel estatal de nuestra colección”, recuerda Castillejo.
Comienza entonces un gran debate para buscar una ubicación. Después de dar muchas vueltas por diferentes solares, al final se opta por el centro de la ciudad, donde había estado la estación de autobuses, no sin polémica ya que el gobierno de la Diputación era tripartito y, mientras Cultura era de EA, Arquitectura era del PSE, con lo que cada cual quería llevarse el gato al agua. Así que los socialistas reprocharon que se fuera a construir un museo sobre un aparcamiento de coches, ya que el solar tenía un parking subterráneo. “Ahí tuvimos que volver a argumentar: acabábamos de regresar de una visita al Museo Ludwig en Colonia (Alemania), porque ya estábamos estudiando otras experiencias, y pasa el tren por debajo. Y no pasa nada”. Un clásico en la gestación de las obras públicas en Vitoria-Gasteiz: la falta de consenso.
El PP asume la propuesta de EA
Al final se consiguen superar los reparos, el nuevo gobierno, del PP, que entra en 1999, con Ramón Rabanera como diputado general, asume el proyecto, reforzado porque el director de Cultura con Mikel Mintegi, Pedro Sancristóval, es nombrado diputado de Cultura. Sancristóval, una personalidad de áspero carácter, pero con un gran interés por el arte contemporáneo y de una profunda cultura, impulsa si cabe más el nacimiento del Artium que abrirá sus puertas el 26 de abril de 2002 con el bilbaino Javier González de Durana como director.
El acto llegaba en uno de los momentos más duros de la violencia en Euskadi. ETA había roto la tregua de 1998 y 1999, con 23 asesinatos en 2001 y 15 en 2002, en nueva ofensiva dentro de lo que se llamó la socialización del sufrimiento, en el que cualquier ciudadano era susceptible de convertirse en víctima. Un mes antes, el 21 de marzo, la banda terrorista había matado a Juan Priede, concejal socialista de Orio (Gipuzkoa). En ese ambiente de tensión, la celebración de este tipo de ceremonias multitudinarias, y más con la presencia del jefe del Estado, requería de medidas de seguridad excepcionales. En aquel acto, los miembros de la Guardia Real requisaron los teléfonos móviles, que todavía no eran smartphones, a todos los periodistas, además de un registro más que concienzudo de todos sus materiales de trabajo.
Juan Carlos de Borbón saludo a los trabajadores del Artium, en su mayor parte, republicanos, que cruzaron los dedos en señal en la espalda como inocente señal de desapego monárquico. Pero no hubo boicot. Se vivía un momento excepcional en el ámbito de la cultura vasca. Como en los grandes asuntos, el consenso era general. Así recuerda González de Durana sus primeros pasos: “No tengo más que palabras de agradecimiento para los políticos que gobernaban la Diputación de Álava en aquel momento: Ramón Rabanera, Juantxo Zárate, Pedro Sancristóbal, Javier de Andrés, Jorge Ibarrondo... Dispuse de toda la libertad necesaria, jamás me limitaron las actuaciones que propuse, incluso aquellas que -como me hicieron notar en cierta ocasión, ”pensaban que no les iban a gustar mucho“. Extraordinarios sujetos, personas cultas, respetuosas, dispuestas a poner de su parte todo lo que les pedí... Muy bien. Yo venía de colaborar profesionalmente durante muchos años con instituciones gobernadas por el PNV, mi ideario político es social-demócrata... Nada de esto fue inconveniente para ellos. Tuve libertad y la ejercí, del mismo modo en que la tuve con el PNV anteriormente”.
La intrahistoria fue más agridulce. En el museo el ambiente era excepcional, como recuerda: “Fueron momentos de enorme entusiasmo, mucho trabajo y gran ilusión. Éramos conscientes de la responsabilidad que teníamos y también de las grandes expectativas que la sociedad vasca había puesto en el nuevo museo. Fueron momentos en los que el equipo planeó el museo de intensa emoción y febril creatividad”. Y así lo confirma quien fue su subdirectora, Laura Fernández Orgaz: “Poner en marcha como ese desde cero es un privilegio que no se tiene muchas veces en la vida laboral. Había una energía entre todo el equipo extraordinaria: la famosa neurona espejo funciona. Un proyecto serio, muy riguroso, de gran aprendizaje”.
Pero otra cosa era la sociedad alavesa y su entramado artístico, como suele ocurrir en poblaciones de esta dimensión, que muestra sus singularidades. “Hubo de todo, desde los que me ponían en apuros por intereses personales y los que se quejaban porque preferían que se hubiese hecho una pista de patinaje hasta aquellos que con sus críticas nos hacían mejorar y los que con sus muestras de ánimo nos permitían respirar. Nunca esperamos el consenso total, porque es imposible, pero aceptábamos de muy buen grado el disenso razonable, de hecho, se necesita siempre en la esfera cultural, y, por supuesto, no era razonable pretender que el Artium fuera una segundo Guggenheim”, recuerda el primer director.
La obra plástica de Patti Smith
En la transición entre Durana y Castillejo llegó la que fue la guinda a la época de esplendor antes de que llegara la crisis: la exposición de Patti Smith, “Written Portrait”, la primera retrospectiva de la artista en España, dibujos, serigrafías y polaroids que mostraban una faceta poco conocida de la autora de “People have the power”. Fernández Orgaz se encargó de gestionar aquella muestra y la visita de la cantante estadounidense. “Por algún motivo me debió llegar la obra plástica de Patti Smith”, recuerda, “que me pareció interesante y una faceta poco conocida de ella, era una buena oportunidad de presentar otro aspecto de una creadora que conocía desde hace tiempo y admiraba. La primera vez que me encontré con ella fue en La Casa Encendida, en un homenaje a Rimbaud, y a partir de ahí se fue configurando su presencia en el Artium. Con Patti Smith estuve en tensión desde que llegó hasta que se fue, una persona peculiar, muy amable, especial, pero también muy popular. Aunque ella venía como artista plástico, es sobre todo un icono pop. No soy mitómana, pero Patti Smith saliendo por el pasillo en la rueda de prensa, el concierto que ofreció como complemento cuando venía a presentar una exposición, el trato que mantuvo con el público, de una amabilidad...” Patti Smith pasó unos días en Vitoria, tras lo que se trasladó a la Costa Azul, a la mansión de su amigo Johny Depp. El subdirector Javier Iriarte puntualiza, entre risas: “Más que nada porque le dejé mi teléfono móvil en la sobremesa de la comida, antes de salir hacia el aeropuerto de Hendaia, para que hiciera todas las gestiones: unos momentos un tanto tensos hasta que localizó a Depp”.
Antes de Patti Smith el Artium vivió exposiciones ambiciosas: “Formalmente, fueron complejas las exposiciones de Joan Fontcuberta, ”La isla de los vascos“, porque nos pedía un esqueleto completo de ballena, y la de Perejaume, ”Retrotábula“, porque tuvimos que construir una enorme habitación circular en la cumbre rocosa de un elevado monte de Aramaiona”, explica González de Durana. Después de Patti Smith, llegó el recorte del presupuesto a la mitad y la crisis, que tuvo que solventar Daniel Castillejo.
Resistencia ante la crisis
“Un trabajo de resistencia que anímicamente te afecta mucho. Ves cómo todo se reduce, no puedes hacer nada. Y a veces te entra una especie de miedo al vacío absoluto, de impotencia ante la amenaza del descabello: así que tienes miedo por los trabajadores, por la cultura en Álava, en España, en Europa, porque Artium es un museo de los que yo digo que crea sustancia, de los que crean tejido artístico”, comenta el director. En efecto, un vistazo a la página web, por ejemplo, refleja la intensa actividad del Artium en sus actividades abiertas al público, pero también entre bambalinas: cientos, miles de obras de la fundamental colección que alberga la pinacoteca han viajado por todo el mundo llevando su nombre. El mapa del destino de las obras tiene un punto de síndrome de Stendhal geográfico, con centros de arte que van desde el Alburquerque Museum de Art and History (EE.UU.) hasta el Mie Prefectural Art Museum en Japón, pasando por el Museum of Modern Art Aloísio Magalhães, en Brasil y prácticamente las principales pinacotecas europeas y españolas.
En esos años del comienzo de la crisis también le tocó trabajar a Cristina Redondo, responsable de las actividades culturales, ahora en Madrid, siempre vinculada a la gestión cultural. “Tengo un recuerdo muy cariñoso de todo el mundo: compañeros, artistas, instituciones y el público. El público me dio una lección desde los primeros días: cuando programábamos performances y otras acciones con temas controvertidos, en los momentos posteriores, era muy interesante la reacción de la gente, muy madura, reflexiva. Además, con un alto grado de participación. Aquí en Madrid, he visto reacciones más escandalizadas”.
Cristina trató de dinamizar el tejido creador vasco, con ingenio a falta de grandes presupuestos. “A mí me gusta incorporar el arte contemporáneo a otras disciplinas, como las artes escénicas, como cuando celebramos el día de los Museos con la colaboración de muchos artistas de danza del País Vasco que prepararon pequeñas piezas alrededor del Artium. Y recuerdo especialmente Lanbroa, una propuesta de prácticas performativas, que hicimos en el verano con Idoia Zabaleta e Isabel de Naverán.
Un museo ético
Dani Castillejo, como antes Javier González de Durana, siempre han huido del espectáculo. Salvo la inevitable atracción mediática que tuvo la citada presencia de Patti Smith, las exposiciones y actividades del Artium no buscan el foco de las cámaras, sino la reflexión sobre la creación o la muestra de lo que se viene haciendo en Euskadi y en el resto del mundo. “Siempre he dicho que hay dos tipos de museos: unos, los éticos; otros, los estéticos, que son los que organizan exposiciones para salir en los medios de comunicación”, comenta el director, en referencia implícita al vecino Guggenheim. Con todo, la pinacoteca vitoriana ha cerrado el año con 1,3 millones de visitantes.
El Artium se ubica en la senda del Reina Sofía, el MACBA de Barcelona, el IVAM de Valencia, o el MARCO de Vigo. Entre las decenas de creadores que han pasado por sus salas, Castillejo recuerda a los premios nacionales Juan Hidalgo , Santiago Sierra o Esther Ferrer y a artistas de referencia internacional como Richard Deacon, Thomas Ruff, Liliana Porter u Orlan.
“El artista que más me ha hecho trabajar en mi vida, en las diferentes exposiciones que he organizado con él es Francisco Ruiz de Infante, de quien ahora estamos preparando una: muy apasionado, como Toni Giralda, cuando preparó ”Power food“, con prácticamente todo el museo trabajando para él. Son artistas muy trabajadores, muy detallistas. Nunca hemos tenido a nadie especialmente irritante en todos estos años, ni mucho menos. Y luego en otro sentido, en cuanto a personas que son una delicia, que pasan casi inadvertidas dada su humildad aunque son todo en el mundo del arte, destacaría a Esther Ferrer o Liliana Porter, artistas de primer orden, con un trato humano extraordinario”, recuerda Castillejo.
En la actualidad, en la poscrisis, cuando debería parecer el momento de la esperanza y la recuperación, el Artium mantiene las dificultades para su recuperación. Ha habido una mejora del presupuesto, pero nimia. “Lo considero más duro que la crisis: ves que todo el mundo se recupera, pero nosotros seguimos igual [el Artium comenzó con unos seis millones de euros de presupuesto anual que se redujeron a la mitad con la crisis, hace siete años, y ahí sigue]. Así como el sentimiento de la crisis era el cabreo, la indginación, el miedo, ahora se palpita la desesperanza: la cultura no tiene interés para la clase política, en general, en España”, comenta Castillejo.
Y termina reflexionando sobre el futuro de los museos y la cultura, quince años después de que el Artium abriera sus puertas. “No hay inflación de museos, te diría, y no es una boutade, que hay pocos, Cualquier país del mundo tiene una red de museos tupida porque son los lugares que echan una mirada a la civilización. Son los lugares desde donde, a partir del patrimonio mueble y del patrimonio de la experiencia de la cultura, se mantiene anclado el barco que es la civilización. Entiendo que el arte contemporáneo tiene una dificultad en cuanto al conocimiento. Es críptico como la ciencia, pero la gente respeta a la ciencia, aunque no entienda nada. La cultura, precisamente porque no hay implicación institucional, no se respeta; se considera algo menor, pero no hay que olvidar que es lo que nos une, lo que nos hace civilización frente a ser una comunidad de insectos. En efecto, hay lugares en los que eso no ocurre, como Oporto, ahora mismo una de las ciudades más ejemplares en cuanto a dinamización y actividad. Y eso porque el actual alcalde puso como eje central la cultura. Aquí la cultura está siempre al final de todo”.
Una reflexión que comparte, en cierto modo, González de Durana, desde su retiro de la gestión cultural: “Queda un regusto agridulce. Los objetivos institucionales, es decir, la creación y consolidación de museos, centros de arte, apoyo a la cultura artística... se han logrado suficientemente, aunque siempre es deseable más y, desde luego, se necesita la recuperación de las partidas presupuestarias que se vieron disminuidas por la crisis. Hace 30 años era inimaginable que algún día llegaríamos a tener una red pública de difusión y apoyo al arte como la que existe hoy. Pero, de otra parte, en mi fuero interno creo que se han logrado sólo a medias los objetivos socio-culturales que pensábamos traería esa red de infraestructuras. El consumo cultural se ha vuelto ligero, distante, fugaz, intrascendente, casi banal, no ha impregnado al cuerpo social como pensé que sucedería, y no me refiero a Álava sino en general a todo el país. Lo importante ya no es el contenido artístico, sino que ese contenido rompa récords: de visitantes, de turistas, de repercusión económica... ¿El futuro? Parafraseando a Gabriel Celaya, espero que el futuro sea un arma cargada de poesía”.