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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

Estos muertos son nuestros

Iker Armentia

Tendría yo once años. Mi padre, periodista de radio en su tiempo libre, me había montado una emisora casera que sólo podían escuchar mis vecinos y los del bloque de enfrente. Le birlaba música y me tiraba los fines de semana pinchando Los Pekenikes, Los Bravos, el 'Álbum Azul' de los Beatles y cosas del estilo. Una tarde de saqueo entre la música de mi padre, encontré una cinta de casete con carátula blanca y una fecha escrita en el dorso: 3 de marzo de 1976. Y nada más. Intrigado, la metí en el reproductor, clavé la tecla del play –entonces había que hacer fuerza con los dedos para escuchar música– y comenzó a sonar una melodía fúnebre. Luego vino todo lo demás. Aquella tarde perdí la inocencia.

Esto es un extracto de lo que escuché:

Los sonidos del 3 de marzo en Vitoria-Gasteiz by Cadena Ser Vitoria on Mixcloud

La cinta contaba la historia del asesinato de cinco obreros, por disparos de la policía, durante la huelga general del 3 de marzo de 1976 en Vitoria. Se podían escuchar las conversaciones interceptadas a la policía en las que reconocían la masacre, los testimonios de varios testigos, los discursos durante el funeral... La cinta pasó de mano en mano agrietando la versión oficial del franquismo que acusaba de los incidentes a una nebulosa de alborotadores profesionales. Fue el twitter y el youtube de la época. Como mi padre, muchos vitorianos la guardan todavía en sus casas.

Los hechos se han contado en varias ocasiones pero son poco conocidos fuera de Vitoria. Franco había muerto en la cama cuatro meses antes y la dictadura intentaba sobrevivir, aunque algún tipo de cambio se divisaba en el horizonte. En Vitoria, trabajadores de algunas de las fábricas más emblemáticas de la ciudad llevaban un par de meses luchando para conseguir un aumento salarial de 5.000 pesetas al mes y otras mejoras laborales; los dueños de las fábricas, apoyados por las autoridades franquistas, no cedían. El 3 de marzo se convocó una huelga general y Vitoria amaneció paralizada. Toda una ciudad volcada con los obreros y un desafío, como pocos antes, a la dictadura franquista. A las cinco de la tarde los representantes de los trabajadores habían llamado a una asamblea en la iglesia de San Francisco del barrio de Zaramaga y cerca de cuatro mil personas lograron acceder a su interior.

Ya se habían celebrado asambleas en Vitoria con anterioridad, pero aquel día la policía no la iba a permitir. Los grises exigieron a los congregados que salieran de la iglesia, pero aterrados por la paliza que les esperaba fuera, los trabajadores se negaron. Si desalojan por las buenas, vale; si no, a palo limpio. Sacarlos como sea, cambio. Varios policías entraron en la iglesia y lanzaron botes de humo. Gritos. Ventanas rotas para evitar la asfixia. Pánico. La gente saliendo en estampida. Y afuera, las metralletas. Disparos de bala. Más disparos de bala. Sangre. Sirenas. Coches particulares con pañuelos blancos por las ventanillas. Por cierto, aquí ha habido una masacre, cambio. De acuerdo, cambio. Pero de verdad una masacre, cambio. Más de un centenar de heridos y cinco muertos. Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, José Castillo y Bienvenido Pereda. ¿Que tal esta el asunto ahora por ahí?, cambio. Te puedes figurar, después de tirar igual mil tiros y romper toda la iglesia de San Francisco, ya me contarás como está toda la calle, cambio. Muchas gracias, buen servicio, cambio.

La Ley de Amnistía evitó que los responsables de aquella masacre rindieran cuentas ante los tribunales. Durante décadas, los familiares y las víctimas reclamaron justicia sin éxito, pero esta semana, 37 años después, una jueza les ha escuchado por primera vez. Se llama María Servini de Cubría, es argentina y ha abierto una causa sobre los crímenes del franquismo. Las víctimas han viajado a Buenos Aires con la esperanza de conseguir el procesamiento del ministro de Relaciones Sindicales, Rodolfo Martín Villa. El principal político implicado, el ministro de Gobernación (Interior), Manuel Fraga Iribarne, murió en la cama sin ser juzgado.

¿Quienes fueron los responsables de aquella masacre? El Instituto de Historia Social de la Universidad del País Vasco determinó, tras una investigación encargada por el Parlamento vasco, que existían “responsabilidades penales claras” en la muerte de los cinco trabajadores, pero no pudo identificar a sus responsables. “Las decisiones que condujeron a los hechos descritos fueron tomadas –sin poder determinar responsabilidades– por funcionarios del Reino de España”, concluyó el dictamen. ¿Fue una decisión tomada por los mandos policiales en el terreno? ¿La decisión de reprimir a sangre y fuego llegó de arriba? ¿Fue un mensaje del Gobierno franquista a la oposición democrática para que abandonara la idea de una ruptura total con la dictadura? Los historiadores que han buceado en los archivos cuentan las dificultades, todavía hoy, para acceder a toda la documentación que permita esclarecer lo ocurrido. Hay papeles que no se han visto, aunque en el caso de que exista algún documento firmado por un ministro (futuro demócrata de toda la vida), probablemente, esté hecho trizas y haya desaparecido. En 2008, el Parlamento vasco atribuyó a Fraga, Martín Villa y el ministro de presidencia, Alfonso Osorio, “responsabilidades políticas evidentes” en los asesinatos de Vitoria. Fraga respondió que, en aquellas fechas, estaba de viaje.

Nací diez días después de la masacre, a unos quince minutos a pie de la iglesia de San Francisco. Imagino la felicidad de mi madre con su primer hijo en brazos en una ciudad de luto, triste y apaleada. La vida en mitad de la muerte. La coincidencia en las fechas me marcó para siempre. Marcó mi forma de ver el mundo. Las charlas familiares siempre estuvieron aliñadas de anécdotas del 3 de marzo: la historia del policía del barrio que ayudó a un currela a saltar un muro para evitar que lo molieran a palos; la de los heridos que escupieron a Fraga cuando fue a visitarlos al hospital (Vitoria es, probablemente, la ciudad del mundo en la que más se ha insultado a Fraga por metro cuadrado); o mi madre volviendo a casa con la espalda negra por un pelotazo durante una carga policial en las protestas que siguieron a los asesinatos, una carga que se inició cuando la gente gritó vagos a los policías (al parecer, eso era peor que gritarles asesinos).

Aquella tarde que perdí la inocencia, escuché la cinta del 3 de marzo una y otra vez, entre lágrimas, las primeras lágrimas de mi vida que no estaban provocadas por un berrinche o por caerme de la bicicleta, lágrimas como las que años después contendría mordiéndome los labios cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco, o como las de la mañana de Atocha. De la cinta, lo que más me impresiona cada vez que la escucho –de nuevo la he escuchado, de nuevo las lágrimas intentando asomarse– no es la escalofriante confesión de la matanza en las conversaciones policiales; lo que siempre me ha puesto un nudo en la garganta es escuchar al portavoz de los trabajadores, Jesús Fernández Naves, en el funeral de las asesinados (el eco de sus palabras en la catedral, los aplausos de dolor interrumpiéndole): “Estos compañeros han muerto por lo mismo que nosotros hemos luchado y estamos luchando, por 5.000 o 6.000 pesetas más al mes. Estos hermanos son nuestros. Estos muertos son nuestros. Estos muertos son de todo el pueblo de Vitoria”.

Sí. Estos muertos son nuestros, siguen siendo nuestros. Hágase justicia. Ya es hora.

La gente del Itinerario Muralístico de Vitoria-Gasteiz me pidió que escribiera un artículo sobre el 3 de marzo, con motivo del mural que instalaron en el barrio de Zaramaga de Vitoria el pasado mes de octubre. mural que instalaron en el barrio de Zaramaga

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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