En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.
“Ver la felicidad de tu familia cuando has salido de la droga es lo que más vale”
Desde que nacimos hemos vivido en casa malas situaciones. Mi padre era alcohólico y maltratador y yo, supongo que para evadirme de los problemas, empecé con diez u once años a fumar porros. Luego pasé a los ‘tripis’, cocaína y heroína, así hasta los 20 años.
Viviendo con mis padres me quedé embarazada y, con 21 años, me fui a vivir a Barakaldo con el que luego sería mi marido. Yo quería irme de casa porque ya no podía más. Mi padre se metía más conmigo que con mi hermano porque me había encarado varias veces con él. Mi hermano no sé si se daba cuenta o no de muchas de las cosas que hacía mi padre porque tenía un sueño muy profundo, pero aun así ha tenido que ir al psicólogo desde pequeño. Recuerdo que muchas veces, cuando empezaba el lío en casa, mi madre me decía: “Sal a la calle y, cuando te llame, vuelves”. Eso podía suponer estar dos o tres horas de madrugada en la calle.
Durante el embarazo, y hasta que mi hijo tuvo entre dos y tres años, no consumí nada, pero después empecé de nuevo a fumar porros porque la relación con mi marido se complicó. Mi suegra cayó enferma cuando mi hijo era pequeño y mi marido y yo nos vimos solos para atenderla porque los familiares de él no se hicieron cargo. Los únicos que nos ayudaron fueron mis familiares. Me acuerdo de que bajé 21 kilos. Mi marido fue también evadiéndose de prestar atención tanto a su madre, que requería unos cuidados continuos durante todo el día, como a nuestro hijo y esas labores acabaron recayendo todas en mí. En esa situación, volví al consumo de porros y pastillas, pero mi marido, aunque lo sabía y veía cómo estaba, tampoco se preocupó.
Atendí a mi suegra con todo el amor del mundo porque la verdad es que era muy buena persona y me quedó mucho de ella. Cada vez que recuerdo lo que me dijo poco antes de morir se me ponen los pelos de punta. Me preguntó: “¿Ainhoa, he sido buena suegra para ti?”; y le respondí: “Has sido mi segunda madre”. Entonces yo le dije: “¿He sido buena nuera?”; y me contestó: “Has sido la hija que no he tenido”. El mismo día del funeral de mi suegra, cuando regresamos a casa, mi marido me dijo: “Siéntate”. Y, a continuación, me espetó: “Esto se ha acabado”. O sea, que estaba esperando a que falleciera su madre para separarse. Me quedé blanca porque no lo esperaba. Al día siguiente fui al juzgado, pedí un abogado de oficio y presenté la demanda de divorcio. Él no lo había hecho porque lo que quería era, simplemente, separarse y que me fuera de la casa, que era suya por herencia. Como no se esperaba que yo reaccionara presentando la demanda de divorcio, cuando le llegó se enfadó y teníamos broncas muy a menudo. Mi abogado me dijo que no me marchara hasta que saliera el juicio para no perder derechos y que, luego, podría quedarme en la casa si me asignaban la custodia de mi hijo, pero, como era un lugar con tan malos recuerdos, no quise seguir viviendo allí. En ese periodo de tiempo de la separación, como estaba bastante fastidiada, empecé otra vez a consumir pastillas y porros. El juez dictó que la custodia era compartida pero dada la situación mía, el niño quedó viviendo con su padre.
Así que, con 35 años, volví a casa de mis padres y empecé a acudir a la Fundación Etorkintza para tratar mi adicción, pero no conseguí superarla. En una ocasión, tuvieron que llevarme inconsciente a Cruces y, en otra, empecé con unos espasmos tan grandes que me dejaban agarrotada y no podían ni tomarme la tensión. En vista de mi situación, me dijeron que ingresara en una comunidad terapéutica, un centro especializado que está en Gordexola, donde te aplican unas normas muy rígidas.
Para entonces mi padre había logrado, con tratamiento, dejar atrás su alcoholismo y me impulsó también a entrar. Estuve seis meses y medio en Gordexola pero ya no aguantaba más allí. El psicólogo y mis padres me decían que estuviera hasta ocho meses y medio, pero yo no quise y decidí marcharme. Entonces, pensaron que lo que quería era seguir viviendo a mi manera y dejaron de hablarme. Estuve casi tres meses en el albergue de Elejabarri. Allí, como mi familia ya no me controlaba, seguí consumiendo marihuana y pastillas.
Restablecimiento
El centro Zubietxe supo la situación en la que me encontraba e ingresé gracias a ellos en un piso de reinserción. Llegué a Zubietxe con 38 años y estuve en ese piso año y medio. Consumí un par de veces, en las que me castigaron a pasar una semana en una pensión. La segunda vez, estaba pasando una crisis fuerte y un educador se implicó muchísimo para recuperarme. No sé cómo se lo agradeceré. Logró que restableciera la relación con mis padres y, a raíz de ello y de seguir en tratamiento en Zubietxe, empecé a dejar de consumir.
En una excursión a Madrid ese educador se dio cuenta también de que me llevaba muy bien con una compañera y nos propuso que compartiéramos uno de los pisos de paso que la Fundación Eguzkilore tiene para ver cómo te desenvuelves viviendo de manera independiente. Lo hicimos y ha resultado que estamos de maravilla. Tenemos planes de seguir compartiendo piso en el futuro ya por nuestra cuenta y estamos muy ilusionadas en encontrar un buen alquiler, aunque esté difícil. Donde vaya yo, ella viene conmigo, y también al revés.
Seguimos, de todas formas, vinculadas con Zubietxe, donde acudimos cada 15 días y donde se interesan por nuestra situación. Venimos a recoger la medicación. La mía la controlan en este centro y en Auzolan, que es un módulo donde te hacen analíticas y donde tengo el psicólogo y la psiquiatra. Yo me siento ya mejor y me están empezando a reducir las pastillas.
Llevo trabajando desde que me emparejé y, debido a las tareas de esfuerzo físico que he realizado, tengo seis hernias discales. He estado en un montón de trabajos: en una pastelería, en una panadería, en limpieza de bares... El cuidado de mi suegra también afectó a mi espalda porque estaba encamada y yo era la que tenía que moverla para atenderla. Me han dicho los médicos que no puedo seguir haciendo esos trabajos de esfuerzo. Ahora me tienen que hacer una resonancia de toda la espalda. También cuido a mi compañera porque tuvo un accidente de tráfico y, además tiene cáncer y, por supuesto, estoy pendiente de la salud de mis padres.
Estoy muy agradecida a la gente de Zubietxe. La ayuda que te prestan es eficaz y, si pones de tu parte, sales adelante. Para ello, conviene apartar a la gente negativa de tu vida. Yo me he apartado de ese tipo de personas porque son perjudiciales para hacer una vida sana. También evito ciertos sitios donde hay tráfico porque cuesta mucho superar los recuerdos asociados a esos lugares. De todas formas, el que quiere y tiene gente que le apoya, sale adelante. Aconsejo a las personas que se encuentren en situación de dependencia de las drogas que busquen centros de ayuda y que se mentalicen para salir de ella. Yo, llegó un momento en el que me dije: “Lo primero por mí, y luego por mi hijo, tengo que salir adelante y que no me termine esta mierda”.
Mi padre me suele decir ahora: “Hija, da gusto ahora hablar contigo. Ahora razonas; antes nada, estabas a lo tuyo”. Cuando estás dentro de la adicción no te enteras de que vives, eres un zombi totalmente pendiente de la siguiente toma. Estás a ver dónde consigues dinero para poder ‘pillar’ porque luego te empieza a entrar el ‘mono’ y, ¡buff!, no quiero volver a pasar por eso ni loca. Sé que la adicción es muy fuerte y yo llegué a pensar que no iba a salir de ella, pero lo que he comprobado es que, con los medios de apoyo que hay, el que quiere consigue salir.
Ahora me valoro porque siento que, por mi experiencia de vida, puedo aportar cosas útiles a los demás. He colaborado con Zubietxe en un encuentro que hubo en Madrid con gente de centros de otras ciudades y fue una experiencia muy bonita. Hoy es el día en el que me miro en el espejo y me veo bien, cuando antes ni siquiera me miraba, y aún me alegro más cuando veo contentos a mis familiares conmigo. Solo por compartir esa felicidad con ellos merece la pena todo lo que tengas que esforzarte, para mí eso es lo que más vale.
Sobre este blog
En este espacio se cuentan 27 historias de personas que han sido o siguen siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la inclusión social de la Diputación de Bizkaia. Los testimonios figuran en un libro editado por el Departamento Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación. Conviene asomarse a estas historias de vida de tanta gente que se queda en las orillas de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja a sus costados. Los testimonios han sido transcritos con austeridad narrativa, tratando de respetar su tono. Se han respetado también algunas expresiones de jerga que utilizaron mientras se animaban, hacían chistes de su vida, miraban al techo o se emocionaban al borde de la lágrima. El objetivo de la obra es ofrecer ejemplos del destino que se da al dinero público y los efectos beneficiosos que esta inversión tiene en las personas de nuestro territorio, personas que se encuentran en alto grado de vulnerabilidad social.
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