Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Jóvenes trabajando, anticipo de lo que nos viene
Recientemente, he tenido el placer de trabajar, junto con Luis Campos y Manuel Rodríguez, en un estudio del Consejo de la Juventud de España sobre la juventud trabajadora. La experiencia investigadora ha sido de sumo interés, especialmente porque hace veinticinco años realicé otro estudio sobre el mismo campo. Y ciertamente, los tiempos han cambiado. La impresión básica que he sacado es que estamos ante una tendencia de cambio social profunda, provocada por un desplazamiento del valor social del trabajo. Un cambio social donde los jóvenes, por ser los últimos en incorporarse al mundo laboral, son los pioneros en esta nueva sociedad.
El trabajo está siendo desplazado, sin ser sustituido, como factor de socialización, como productor de derechos y como instrumento de emancipación. El modelo laboral se ha transformado. El anterior, llamado fordista, nos guiaba por una senda lógica y previsible: del aprendizaje al trabajo para toda la vida, en la misma estructura productiva, cuando no en el mismo trabajo. En este momento histórico, abunda una suerte de trayectorias laborales segmentadas, rotas, de dudoso destino, donde los saltos y las circularidades son más habituales que la linealidad biográfica. Y sobre todo, donde la precariedad no es solo la puerta de entrada de los jóvenes al mundo del trabajo sino que se convierte en la característica de por vida del nuevo modelo de empleo. Y, quizás, uno de los datos más llamativos del informe sea, justamente, la aceptación y la tolerancia de las personas jóvenes a esa precariedad: cuatro de cada diez jóvenes ocupados consideran que para encontrar trabajo es importante o muy importante estar dispuesto a aceptar cualquier trabajo. Podemos decir que la precariedad laboral está interiorizada en el imaginario colectivo de los jóvenes como sutil modo de dominación-explotación. Pero no lo entendamos como sumisión. Ante la falta de garantías laborales los jóvenes lo que hacen es desplazar al trabajo como referencia vital principal; situándolo en los márgenes. Es decir, si el trabajo pasa de ellos; ellos, pasan del trabajo.
Estas percepciones no son tomadas al calor de la coyuntura, de la actual crisis. En dicho estudio, se les preguntó a los jóvenes trabajadores cómo se veían dentro de dos o tres años. Seis de cada diez consideraban que tendrán que seguir trabajando en lo que sea; cuatro de cada diez ve bastante o muy probable tener que salir al extranjero para trabajar.
Si los derechos laborales han ido tradicionalmente vinculados a los derechos ciudadanos y el trabajo se había convertido en el principal elemento de incorporación social, las modificaciones en el mismo (su crisis) suponen embates al mismo concepto de ciudadanía y de inclusión social. Y el principal reto es la legitimidad de las actuales instituciones y representaciones políticas. No podemos pretender que la juventud legitime políticamente un sistema que les es extraño y que no les incorpora; cuando no, les reprime. Sin calidad laboral universal no es posible la calidad democrática universal. Sin inclusión laboral, tampoco es posible inclusión social, ni política. No hay que desligar este fenómeno del importante grado de resistencia que los jóvenes presentan a participar en las formas clásicas de representación política. Se va creando una cultura política totalmente diferente a la de generaciones anteriores que amenaza el actual status.
Pero sobre todo, el trabajo es fuente de ingresos y protección social. Si éste escasea o no tiene calidad suficiente no podrá generar recursos para las personas. Baste afirmar que sólo tres de cada diez jóvenes que trabajan afirman que su salario les permite emanciparse. Y estamos hablando de los que trabajan, en un colectivo donde la tasa de paro supera ampliamente el 50%. Sin lugar a dudas, la brecha social, la desigualdad se acrecienta a pasos de gigante.
En definitiva, una nueva sociedad emergiendo; en la que convive lo nuevo con lo viejo. Una nueva sociedad llena de riesgos y fracturas sociales. Riesgos provocados por el desamparo, la desigualdad, la exclusión, la anomía social. Por ello, nunca como ahora, se ha necesitado una sociedad civil fuerte donde la prosperidad colectiva pueda crearse y distribuirse eficientemente. Necesitamos de asociaciones, de ayuda mutua, de proyectos cooperativos, de impulsos y sujetos colectivos -voluntarios y recíprocos- para fortalecer la sociedad. De no ser así, el nuevo modelo será insostenible socialmente.
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