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Entre el sorpaso de EH Bildu y el sopapo del PNV

Urkullu y Pradales, en el Aberri Eguna de este domingo
4 de abril de 2024 22:01 h

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Para empezar, las cosas claras: yo que usted no me creería sin rechistar –si bajamos al detalle de los datos demoscópicos– ninguna de las encuestas que se han publicado durante toda la precampaña a las elecciones vascas del próximo 21 de abril. De hecho, la normativa electoral afirma con rotundidad que la campaña arrancará a las 00:00 horas de este viernes día 5. Y hasta eso está en duda. O en cuarentena.

No es que lo afirme yo alegremente, es que se palpa en el ambiente. No hay pulsión electoral, ni percepción de cambio, ni polarización, ni mucho menos insultos al estilo de los que nos tienen acostumbrados sus señorías en el Congreso y el Senado. Hay un 20% de indecisos.

En el ‘oasis vasco’, la falta de interés por estos comicios tiene muchas explicaciones. La sordina que los partidos nacionalistas en general –pero sobre todo EH Bildu y los de Arnaldo Otegi en particular– han puesto a todo lo que huela a referéndum por la autodeterminación, ruptura con España, independencia (Otegi), nuevo estatus (Ibarretxe), consulta (Urkullu)… es una de ellas. Que ETA no extorsione, ni secuestre, ni mate al que piensa diferente a su concepción totalitaria de Euskadi desde el 20 de octubre de 2011, es otra. Además, va para 6 años desde que la organización terrorista que dejó 853 asesinatos en su tétrica hoja de servicios decidió disolverse “en el pueblo vasco”, como rezaba su comunicado de derrota final, leído un 3 de mayo de 2018 por su último general, José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, 'Josu Ternera'. No hace tanto.

Sin duda, hay bastantes más razones para el desinterés. Pero muchos observadores políticos apuntan que la razón principal sin lugar a dudas es que todo el mundo sabe antes de que se proceda a abrir las urnas que –si los números dan para alcanzar la cifra mágica de 38 escaños sobre los 75 que se eligen en la Cámara vasca– el PNV del candidato Imanol Pradales y el PSE-EE de su alter ego y líder de los socialistas vascos, Eneko Andueza, volverán a pactar un Gobierno de coalición. Y el “nuevo ciclo” del que insistentemente habla la nueva izquierda abertzale que nunca ha condenado a ETA tendrá que esperar. Arnaldo Otegi se muestra paciente en público. “No tenemos ansiedad, no tenemos una excesiva prisa” para lograr la independencia, ha afirmado en torno a la celebración del Aberri Eguna (día de la patria vasca). Y, en privado, más aún. “Vamos a ganar estas elecciones, y seremos muy prudentes y muy constructivos”, admite el líder abertzale.

Entonces, ¿por qué son tan importantes estos comicios? Porque el futuro Ejecutivo autonómico deberá responder con medidas concretas a algunas de las preocupaciones que han estallado como un tsunami tras la pandemia y que ya están centrando los mensajes y propuestas de la precampaña. Como la situación de profunda crisis en el Servicio Vasco de Salud. Osakidetza es la primera preocupación (16,1%) de la ciudadanía, por encima del desempleo (8,4%), según el CIS publicado esta misma semana. La antaño joya de la corona vasca se ha convertido en un quebradero de cabeza para las sucesivas consejeras de Salud, todas peneuvistas: la falta de médicos hasta en 52 especialidades, la temporalidad en sus trabajadores o los problemas que suponen las listas de espera en la opinión pública y en la prestación del servicio –algo que el ejecutivo del lehendakari Íñigo Urkullu a duras penas ha podido taponar en la recta final de su mandato– pesan como una losa. O todo lo relacionado con la Educación pública y concertada. No se pueden obviar los malísimos resultados de los jóvenes estudiantes vascos en los sucesivos informes PISA. Según el último informe, Euskadi es la novena comunidad autónoma por competencias en Matemáticas (era la tercera en el anterior estudio), la duodécima en Ciencias (era la octava) y la decimocuarta en Lectura.

En definitiva, esa paradoja que supone ser la comunidad autónoma (en algunos estudios es Asturias la que encabeza el ranking) que más gasta en Sanidad por habitante (2.229 euros en 2024) o la que destina más presupuesto público a la Educación (el Gobierno cifra en el 5,78% del PIB la inversión en Educación, cuando la media de la OCDE es del 5,3%), pero con unos resultados más que cuestionables en ambos servicios públicos, básicos en cualquier sociedad avanzada. Y la ciudadanía quiere respuestas tangibles, planes de choque, presupuestos y no humo o mercadotecnia electoral.

Precampaña sosa y anodina

El final de la Itzulia (la vuelta ciclista vasca), previsto para el próximo 6 de abril y, sobre todo, lo que depare la final de la Copa que disputará el Athletic contra el Mallorca ese mismo sábado en La Cartuja de Sevilla marcará el arranque real de la campaña.

Pero la anodina, intrascendente, sosa y para olvidar precampaña sí ha servido para algo: para presentar en sociedad al renovado plantel de candidatos y candidatas, mayoritariamente hombres. Las dos únicas candidatas que repiten son mujeres: Miren Gorrotxategi (Elkarrekin Podemos Alianza Verde) y Amaia Martínez Grisaleña (Vox). Y todos los demás, salvo la jovencísima cabeza de lista por Sumar, Alba García, son hombres: Imanol Pradales (PNV), Pello Otxandiano (EH Bildu), Eneko Andueza (PSE-EE) y el 'popular' vasco, Javier de Andrés.

El objetivo, de unos más que de otros, es el de movilizar a la sociedad para que se acerque a las urnas el próximo 21. En el caso del PNV –tras arrojar al cubo de la historia al que ha sido lehendakari durante los 12 últimos años, Íñigo Urkullu– dicha movilización es condición indispensable para evitar el sorpaso al que aspira EH Bildu. Los de Andoni Ortuzar se dejaron 86.000 votos en las elecciones municipales y forales de mayo de 2023 y la sangría electoral se elevó hasta los 103.000 sufragios en los comicios generales del 23 de julio pasado, elecciones que en Euskadi ganaron de calle los socialistas vascos (algo que ya había ocurrido en 2008 con José Luis Rodríguez Zapatero y en 1993 con Felipe González). Mientras que los de Arnaldo Otegi se quedaban a apenas 1.114 votos de los de Ortuzar en esos comicios. Por eso el PNV busca la movilización general. “Un 65% estaría bien. Nosotros siempre hemos ganado cuando se ha votado por encima del 67%”, confiaba Ortuzar en conversación informal tras su intervención en el Aberri Eguna en Bilbao el pasado domingo, en la que arengó en euskera a favor de “movilizar el voto a tope”, y dar con ella un sonoro sopapo en la cara del candidato de EH Bildu para bajarles los humos y sus aspiraciones a pisar la moqueta de Ajuria Enea. Y de paso evitar así la “agenda oculta” y las “políticas populistas” que Ortuzar ve tras las chaquetas de Armani y las aseadas maneras de los que hace bien poco aplaudían la violencia y el terror en el País Vasco.

Otegi y Otxandiano van al tran tran, con una precampaña sin aristas, tranquila, de guante blanco, propositiva y, de momento con contadísimos errores (el más sonado, la referencia realizada por su candidato Otxandiano a ETA como un “ciclo político en este país”, ante la mirada atónita de adversarios políticos, víctimas del terrorismo y sociedad en general). Esperando que no les pase como a los comunistas de Enrico Berlinguer en 1976, cuando en las elecciones generales italianas parecía que iban a dar el ‘sorpasso’ a la Democracia Cristiana de De Gasperi, que llevaba gobernando Italia desde la Segunda Guerra Mundial. Ahí nació el término sorpaso (ya castellanizado por la RAE), adelantamiento que finalmente Berlinguer y el PCI no lograron.

Todo es posible, nada es real”

Esa parsimonia y falta de interés, ese tran tran no debe traducirse como que la sociedad vasca esté anestesiada, dormida, lánguida, o se arrastre hasta la UCI con respiración asistida. O que la batalla por el relato, la memoria y la convivencia tras décadas de terrorismo no exista. La sola exhibición de un documental como ‘No me llame Ternera’ en el Festival de cine Zinemaldi donostiarra hace apenas ocho meses reprodujo un debate social que, sin duda, asomará la cabeza en campaña. Y Euskadi es de largo la comunidad con más conflictividad laboral. Entre enero y noviembre del pasado año se sucedieron 278 huelgas, a mucha distancia de Cataluña (131) y de Madrid (82).

Así que, como dice la canción de los neoyorquinos Living Colour, con este panorama general “todo es posible, pero nada es real” en el “lugar donde se esconde la mentira”, en el “momento donde la verdad es revelada”. Con un 20% o más de personas indecisas, según todas las encuestas publicadas hasta la fecha, la batalla por la hegemonía entre los dos partidos nacionalistas no se resolverá hasta los últimos días de la campaña, cuando se hayan celebrado ya los “debates decisivos” entre los candidatos. De hecho, el último CIS ha revelado que el 20,2% decidirá su voto la última semana; el 4,9%, en la jornada de reflexión, y el 6,1%, el mismo domingo 21 de abril. En 2020, con una abstención histórica en unas autonómicas del 50%, los cuatro últimos escaños se repartieron por muy pocos votos: tres en favor de un PNV que, como sostiene un experto en demoscopia, “cantó bingo al lograr el último escaño de cada territorio”, y el cuarto escaño por el voto CERA, que el PP arrancó in extremis a los de Otegi.

Mientras, los socialistas vascos de Eneko Andueza, agazapados tras sus resultados de las generales, esperan dar una sorpresa que los sondeos no vaticinan. Sabedores que, pese a todo, tienen la llave para la gobernabilidad en Euskadi, la primera meta volante de un Pedro Sánchez –que ya ha bendecido el acuerdo de los socialistas con el PNV, una “alianza estratégica”, dice el presidente– con un calendario electoral endiablado con buenas perspectivas en Euskadi, mucho mejores aún en Catalunya con el candidato Salvador Illa en mayo y malas en las europeas de junio.

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