Las víctimas de ETA relatan en 'La lucha hablada' lo que las une y separa: “Estamos por encima de los intereses políticos”
“Las víctimas [del terrorismo] somos plurales. Ese principio es sagrado. Somos personas antes que víctimas. Somos reflejo de la sociedad en la que vivimos. Lo que nosotros defendemos está por encima de los intereses políticos de los partidos. Muy por encima. Lo que nos une es otra cosa. Es la memoria, la verdad, la justicia y la dignidad de todas y cada una de las víctimas de todos los terrorismos que ha habido en nuestro país”. Estas son las palabras de Consuelo Ordóñez, hermana de quien fuera parlamentario vasco y teniente de alcalde de Donostia por el PP, Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA el 23 de enero de 1995 cuando le preguntan si considera que las víctimas como ella deben ser un actor político en la sociedad. El testimonio de la presidenta de Covite lo recoge el libro 'La lucha hablada. Conversaciones con víctimas de ETA', realizado por los investigadores Egoitz Gago y Jerónimo Ríos.
Como antes lo hicieron en 'La lucha hablada. Conversaciones con ETA', ensayo en el que entrevistaron a miembros históricos que comenzaron sus actuaciones en la banda desde la Transición, hasta personas más jóvenes que entraron más tarde, en esta ocasión, Gago y Ríos tratan de conocer, desde dentro, el relato de diferentes víctimas de la banda terrorista, así como de activistas por la paz que salieron a las calles a manifestarse cuando en la sociedad imperaba el silencio tras los asesinatos.
¿Cómo vivieron las víctimas el escalonado final de la organización? ¿Cómo han sido utilizadas sus experiencias para articular discursos políticos? ¿Qué opinan de los encuentros restaurativos con los terroristas? Son algunas de las preguntas que amigos y víctimas de ETA como Maixabel Lasa, Marta Buesa, Cristina Cuesta, Gorka Landaburu, Consuelo Ordóñez, Tomás Caballero, Paul Ríos, Txema Urkijo y Pablo Martínez responden. Sobre el final de ETA, Maixabel Lasa, viuda del gobernador civil de Gipuzkoa, Juan María Jauregui, asesinado en Tolosa en el 2000, y exdirectora de Víctimas del Gobierno vasco señala: “Con el fin de ETA, el primer gran cambio es que dejé de tener escoltas. Pude ir sola a la playa. Pude ir al monte. La gente se me acercaba más. Podía hablar con normalidad, incluso, con gente de EH Bildu en el homenaje que cada año hacíamos a Juan Mari. También desde 2011 se ve la complejidad y la heterogeneidad de las voces en la propia izquierda abertzale. EH Bildu no es solo Batasuna. Hay muchos más partidos. Todo se normaliza y ayuda al ambiente de la calle, aunque haya cosas terribles como los 'ongi etorri'. Eso dificulta que el ambiente sea del todo normal, aunque tampoco creo que la convivencia vaya a mejorar mucho más de lo que ya vivimos. Convivir no es ir abrazando a todo el mundo por la calle. Convivir es respetar al que piensa diferente, con la palabra y con documentos, y no con pistolas y violencia. Y eso ya lo tenemos”, reconoce.
La onda expansiva se llevó el sillón. Yo estaba detrás y si me llega a coger de lleno, no lo cuento. El resultado fueron amputaciones de los dedos de la mano y que he perdido la visión del ojo izquierdo
'La lucha hablada', recoge, además de los sentimientos y emociones vividos por las víctimas, los ataques que sufrieron, ya sea a modo de revictimización, de no reconocimiento o las amenazas, como en el caso del periodista Gorka Landaburu, que se describe a sí mismo como víctima de ETA porque era su objetivo, ya que recuerda recibir amenazas desde 1983 hasta que llegó el día en el que la banda atenta contra su vida. “Unos meses antes ya estaba la presión de los chivatos. Mi hijo de dieciséis años un día viene a casa y me dice 'Aita, hay una inscripción con tu nombre delante de las discotecas de Zarautz y pone: Landaburu, con una diana, y txakurra'. Eso sí que me jodió. Que lo viera mi hijo. Yo estaba acostumbrado porque ya habían actuado contra la casa, habían roto los cristales, pero las amenazas fueron 'in crescendo'. De repente, aparece una corbata negra en el buzón; de repente, unas llaves que no son; una diana en el portal; un cóctel molotov contra la casa vieja; llamadas de teléfono a las dos de la mañana, entre risas, etcétera. Es una presión que va en aumento y a la que no le das importancia. Tuve la suerte de que aquel sobre (paquete bomba), en vez de abrirlo como hacía con el correo todas las noches —después de cenar, a las nueve, en el salón de mi casa, en el sofá con mi hija a mi izquierda, con mi mujer y mi hijo—, no lo abrí como siempre. No sé por qué. Lo dejé en el despacho, arriba, en el segundo piso. A la mañana siguiente estaba solo en casa, en la ducha; me faltaba una toalla porque, al estar ocupado el baño de abajo, me estaba duchando en el baño de arriba. Allí no tenía toalla y al bajar a por una toalla fue que abrí el sobre. Tras ello, un fogonazo terrible. Menos mal que no perdí la conciencia. Mi primera reacción fue decir 'Me han pillado'. Tuve la suerte de cómo fue la onda expansiva de los ciento cincuenta gramos de dinamita que tenía el sobre. La onda expansiva se llevó el sillón. Yo estaba detrás y si me llega a coger de lleno, no lo cuento. El resultado fueron amputaciones de los dedos de la mano, que he perdido la visión del ojo izquierdo, que estoy medio sordo y con cicatrices en todo el cuerpo”, detalla.
Al igual que Lasa, Landaburu participó en los encuentros restaurativos con miembros de ETA, en el libro narra cómo integrantes del comando que le mandó el paquete bomba le pidieron perdón. “Ellos decían que habían hecho autocrítica. Que habían cometido errores. Pero que tampoco eran los únicos. Hablaban de la infraestructura de la organización. Que cuando entras en ella todo es muy complicado. Hablamos durante dos horas y media. Al final les dije: 'Os agradezco este encuentro porque lo que habéis hecho es muy valiente. Porque entrar en ETA ya sé lo que es, pero salir de ella es imposible. Os felicito y ojalá todos los demás lleguen'. Al salir, nos levantamos, y me vienen dos y me dicen 'Gorka, somos del comando que te mandó el paquete bomba, aunque no participamos directamente en esa acción: te pedimos perdón'. Me quedé helado. Los miré a la cara y les dije: 'Acepto vuestras disculpas, aunque el perdón ya sabéis que es muy relativo, pero si reconocéis que os arrepentís, desde fuera haré lo posible y aportaré mi granito de arena para que salgáis cuanto antes de la cárcel'. Estos dos estuvieron en el atentado de Juan Mari Jáuregui”, explica.
Convivir es respetar al que piensa diferente, con la palabra y con documentos, y no con pistolas y violencia, y eso ya lo tenemos
Para Jerónimo Ríos, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid e investigador en esa misma Universidad, realizar en esta ocasión un libro con testimonios de víctimas de ETA, después del escrito con conversaciones de los propios miembros de la banda es “necesario” y supone “una suerte de narrativa cruzada”. “Ofrecemos, por un lado, la contraposición de los relatos de las víctimas de terrorismo y, por otro lado, analizamos cuáles son los puntos comunes y las principales discrepancias que existen dentro del universo de víctimas”, asegura a este periódico.
Según explica Ríos, la sociedad tiende a pensar que las víctimas del terrorismo de ETA “se entienden como un todo”, aunque en realidad “son muy plurales y tienen puntos de partida diferentes”. “Es interesante ver dónde convergen y dónde experimentan posiciones diferentes en relación a elementos como pueden ser la relación con partidos políticos, la satisfacción con el reconcomiendo de las víctimas o la cuestión de los derechos a la memoria, dignidad o la justicia”, detalla.
Sobre las diferencias entre unas víctimas y otras, Lasa expresa lo siguiente: “Deberíamos ser los notarios de lo ocurrido y vigilantes de nuestra historia. [Las víctimas] No deben tener una voz especial, pero sí deben tener voz. Algún político nos decía: 'Es que las víctimas siempre tendrán la razón'. No soy de esa opinión. Habrá momentos en que sí y momentos en que no. Mandar el mensaje de sacralizar la voz de las víctimas hace que estas se entiendan por encima del bien y del mal, y eso es algo que hay que evitar. De hecho, el punto de partida es que las víctimas, y las asociaciones y fundaciones y demás colectivos, no pensamos igual. Hay recelos, diferentes planteamientos y acciones que son plurales y deben ser entendidas como tal”.
Jugar con las víctimas era muy fácil porque jugar con el dolor de quien ha sido afectado por el terrorismo tiene un impacto directo a nivel emocional pero es muy mezquino
A pesar de las diferencias y de la forma de cada una de las víctimas de interiorizar su condición de víctima y enfrentar el duelo, muchas de las entrevistadas coinciden en que los partidos políticos realizan un uso partidista de ellas. “Entienden que en muchas ocasiones los partidos políticos han tratado de jugar con las víctimas. La posición particular que nosotros adoptamos en nuestros trabajos, es sobre todo en relación con el Partido Popular. Las víctimas han sido utilizadas por todos, por el Partido Socialista, por el PNV, por todos, pero quien más ha jugado con las víctimas durante mucho tiempo fue el Partido Popular, utilizando colectivos de víctimas como la Asociación de Víctimas de Terrorismo, para, en cierta manera, confrontar espacios de discusión política. Jugar con las víctimas era muy fácil porque jugar con el dolor de quien ha sido afectado por el terrorismo, evidentemente tiene un impacto directo a nivel emocional, a nivel simbólico, a nivel de imaginario colectivo, pero es muy mezquino si lo que verdaderamente se busca es pasar página”, explica el investigador.
En este sentido, preguntan a las víctimas si consideran que ellas tienen que influir en las políticas de víctimas del terrorismo y, la respuesta de éstas, sorprende a los investigadores. “Sorprendentemente muchos consideran que no, sino que tienen que ser escuchadas. Eso está muy bien. Eso es muy democrático porque las víctimas no pueden definir una política de víctimas, porque precisamente lo que hay que hacer es evitar que esa pulsión, que ese dolor, pueda en cierta manera influir en una decisión que tiene que ser mucho más racional, mucho más distante y que debe de tender hacia la normalización. Esto implica en cierta manera, un acto de generosidad de las víctimas. Las víctimas tienen que ser generosas para aceptar que el tratamiento político y jurídico que tenga el Estado ha de ser muy distante a ese momento emocional que causa el daño”, reconoce.
Cuando utilizan a las víctimas como herramienta política hacen un flaco favor a caminar hacia adelante en aras de dignificar a las víctimas y reconocer sus derechos
Para Ríos, tanto Euskadi como España en su conjunto deben “seguir caminando hacia adelante en términos posibilistas”. “Seguir planteando posiciones muy reaccionarias, como pueden ser las de Fernando Savater o Edurne Uriarte y otras, son irrealizables, imposibles y cuando utilizan a las víctimas como herramienta política hacen un flaco favor a caminar hacia adelante en aras de dignificar a las víctimas y reconocer sus derechos que es lo que trata el ámbito democrático actual”, sostiene el investigador, que reconoce que en 'La lucha hablada' les hubiera gustado contar con más voces que rechazaron contar su testimonio.
Su objetivo con esta investigación es, a partir de una motivación académica, hacer pedagogía y divulgación. “Lo que buscamos es tratar de mostrar a través de entrevistas sin ningún tipo de mediación, es decir, entrevistas limpias, cómo las víctimas problematizan su condición individual, cómo entienden su condición colectiva, cuáles son sus principales reclamos, necesidades, insatisfacciones, frustraciones, expectativas y que eso sirva, como un elemento muy directo”, concluye Ríos, que adelanta que ya están trabajando en una tercera parte de 'La lucha hablada' pero esta vez con “víctimas del Estado”.
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