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Feijóo se lanza a por una cuarta mayoría con el coronavirus como plataforma electoral

El presidente de la Xunta visita una empresa en Silleda que hace pantallas protectoras

Daniel Salgado

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Mientras media España se centraba en Isabel Díaz Ayuso, Alberto Núñez Feijóo calculaba como enfrentarse a la pandemia sin apartar la mirada de las elecciones autonómicas. El cuarto asalto del barón gallego del PP a la mayoría absoluta fue aplazado y los comicios, inicialmente previstos para el 5 de abril, suspendidos tras un acuerdo con la oposición. Feijóo se enfundó entonces el traje de jefe de la oposición a Pedro Sánchez para los espectadores que, confinados, sintonizaron la Televisión de Galicia durante la treintena de comparecencias que el canal público ofreció con él como protagonista. A la vez, se ofrecía en Madrid como versión razonable de los populares. Feijóo encontró en el coronavirus una inesperada plataforma electoral. Este lunes reabrió el camino a las urnas, en contra del criterio de la oposición y arrastrado por la dinámica política vasca. Galicia también votará el 12 de julio.

Que Núñez Feijóo utilice su gestión de la epidemia para lanzarse a revalidar la presidencia no implica que la misma haya sido incontestable. Tal vez debido a ello le haya entrado prisa por abrir los colegios electorales. Los agujeros puntúan una acción aseada sobre todo por el dominio mediático del Partido Popular, que en los canales públicos autonómicos alcanza cotas inauditas. La demora en atender a la crisis de las residencias de ancianos -de cuyas insuficiencias había sido advertido por el Consello de Contas-, la desidia en el ámbito educativo -donde las competencias son exclusivas de la Xunta-, o las consecuencias de años de recortes en la atención médica primaria son algunos de los más profundos. Pero la situación político institucional creada por el COVID-19 juega a favor cuando la derecha gubernamental controla todos los resortes. 

La suspensión electoral en marzo incluyó la restitución del poder ejecutivo, pero no del legislativo, que continuó disuelto. Así, con un Parlamento más que demediado, Feijóo solo se ha sometido a control de la Deputación Permanente del mismo en dos ocasiones. Durante semanas, el PP mareó a la oposición con un pacto para que el presidente compareciese regularmente en la Cámara. Lo fue retrasando con diversas triquiñuelas. Cuando por fin hubo acuerdo, no se llegó a poner en práctica. En realidad, el PP ya preparaba el acelerón electoral que se resolvió este lunes. Los gallegos volverán a votar en julio y Feijóo habrá pasado cuatro meses sin apenas pisar el hemiciclo. Pero con sus capacidades como jefe del gobierno intactas. Y con una Televisión de Galicia que ha retransmitido en directo casi 30 de sus ruedas de prensa, mientras reduce a PSdeG, Galicia en Común -coalición de la que forma parte Podemos- y BNG a pequeños insertos descontextualizados.

Crítica constante al Gobierno central

La ciudadanía que se informa por los medios públicos gallegos, confinada durante buena parte de este período, ha recibido la imagen de un Núñez Feijóo emisor constante de críticas contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez. Para ello le ha servido una cosa y su contraria. El 17 de abril anunció que emplearía 100.000 tests enviados por el Ministerio de Sanidad en un estudio epidemiológico “histórico”. Le valió titulares e incluso comparaciones sonrojantes con la estadística preparada por el Gobierno central. Casi un mes más tarde, comunicó los resultados de la primera parte con la boca pequeña -solo el 1% de la población había tenido el virus, dijo; el de Sanidad da el doble- e incluso llegó a poner en duda su continuación. Los médicos de atención primaria, encargados del trabajo de campo, exigieron públicamente que se paralizase. En sus últimas apariciones públicas, Feijóo insiste en recordar que también la investigación que tanto atacó la ha realizado el Sergas.

El presidente de la Xunta nunca trae malas noticias. El viernes explicaba, al término del Consello, que las familias podrían, a partir del 18 de mayo, visitar a sus mayores en las residencias. Olvidó que eso no estaba permitido en la fase 1 de la desescalada en la que se encuentra Galicia. La rectificación del Gobierno gallego fue peculiar. Frenó las visitas y culpó a Sánchez de “improvisación y confusión. Hasta ahora no lo habían regulado de manera explícita y ahora sí”. Atrás quedaba la “autorización” de su comité de expertos con la que ganó algunos titulares la semana pasada.

Era este el Feijóo que vende pericia de gran gestor y acusaba reiterdamente a Madrid de ocultar datos sobre coronavirus. Mientras, su departamento de Sanidade cambiaba los parámetros el uno de mayo e imposibilitaba así series históricas. A la vez, la Xunta sigue siendo una de las administraciones autonómicas que menos información ofrece sobre el desarrollo de la enfermedad en su territorio y oculta, por ejemplo, la incidencia por municipios. O que preside el último de los gobiernos autonómicos en aplazar las oposiciónes a profesorado, cuando ya a todas luces era imposible que se pudiesen realizar debido a las restricciones derivadas del estado de alarma.

Decisión tomada hace semanas

Pero en el fondo de la continuada confrontación con el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos se encontraba de nuevo el interés electoral que tanto se esforzaba en negar Núñez Feijóo. Las victorias electorales de la izquierda a nivel estatal y la conformación de la coalición gubernamental, apoyada por varias fuerzas nacionalistas en el Congreso -entre ellas el BNG-, habían impulsado demoscópicamente a la oposición gallega. El Partido Socialista había obtenido en 2019 sus mejores resultados históricos en Galicia. Feijóo identificó el potencial peligro y de ahí las dos barajas con las que jugó a lo largo de la crisis. Con una, era responsable hombre de Estado, comprensivo con el Ejecutivo, y moderado al lado de Casado o las astracanadas de Ayuso. Con la otra, dirigida al público gallego, opositor feroz a Sánchez e Iglesias y, por extensión, a los candidatos a la presidencia de PSdeG, Galicia en Común y BNG.

Y llegó el mes de mayo. Íñigo Urkullu ya había explicitado que, en su opinión, los vascos deberían ir a votar en julio. Convocó a los demás partidos para negociar. El PP gallego compartía calendario, pero no lo decía en voz alta. Seguía negando que la cuestión estuviera ni siquiera en su agenda. Pero ya había decidido que sí lo estaba, y que le convenía apurar al máximo. Mejor ir a las urnas antes de que el debate sobre lo que ha sucedido desde aquel lejano mes de marzo se abra paso social y, lo que resulta más complicado en Galicia, mediáticamente. Lo revistió con cuatro informes sanitarios y uno jurídico que para nada son inequívocos al respecto y reservó a la oposición el mismo papel que a lo largo de toda la crisis: escuchó sus opiniones y después prescindió de ellas. Y este lunes llamó a votar en una fecha que ya estaba en boca de todos: el 12 de julio.

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