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La resistencia catalanoparlante en la isla más 'cool': “Muchos turistas piensan que en Ibiza sólo se habla castellano”

Peter Young y Cristina Tirvió posan en su casa junto a su hijo Lluc.

Pablo Sierra del Sol

Eivissa —

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Carlos está de charla con una amiga cuando su hermano entra en el bar. Se sienta con ellos en la mesa, pide una bebida al camarero y pregunta a bocajarro: “I valtros perquè parlau en castellà si es dos sou eivissencs?” [¿Y vosotros por qué habláis en castellano si sois los dos ibicencos?]. A lo que Carlos responde: “I tu per què li has parlat en castellà as cambrer?” [¿Y tú por qué le has hablado en castellano al camarero“]. Su hermano le contesta entonces: ”Ah! Perquè no sabia si era eivissenc“ [¡Ah! Porque no sabía si era ibicenco].

Carlos y su amiga, los dos nacidos en Eivissa: escucharon el catalán de sus padres y sus abuelos desde que eran bebés, hablan en castellano porque fue el idioma en el que se dirigieron cuando se conocieron. Algo común en muchos territorios donde conviven dos lenguas oficiales, una costumbre muy difícil de cambiar si las dos personas se sienten cómodas en la lengua escogida de primeras. Más extraño resulta que el hermano de Carlos, nacido en Eivissa y que escuchó el catalán de sus padres y sus abuelos desde que era bebé, utilice en un entorno tan cotidiano como un bar un idioma que, pese a conocerlo y hablarlo sin problemas, no es el materno. 

Convertida en hoja de cálculo, la realidad lingüística ibicenca da algunas pistas para entender esta escena. Sólo el 23% de las 150 mil personas que vivían en esta isla y en Formentera en 2014 usaban más el catalán que el castellano en sus hogares. Menos de la mitad que en Menorca (52) y que en la Part Forana de Mallorca (48). Menos incluso que en Palma (29). Son las cifras que arrojó la última Enquesta d’usos lingüístics a les Illes Balears, un estudio que elabora cada década el Govern, la UIB y el Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya.

Sólo el 23% de las 150 mil personas que vivían en esta isla y en Formentera en 2014 usaban más el catalán que el castellano en sus hogares. Es el territorio catalanoparlante con menos personas que hablen catalán

Sólo la comarca de l’Alacantí tiene un porcentaje menor de hablantes habituales (16%) en todos los territorios donde se habla catalán. Las Terres de l’Ebre, la Catalunya central, Girona, o Diània, la franja que comprende las comarcas del sur de València y el norte de Alacant, están a años luz de Eivissa, con más de un 60% de personas que hablan normalmente en catalán. “Cuando se publique la próxima encuesta, los datos creo que encenderán muchísimas alarmas. La situación que se vive en Eivissa no se da en ninguna otra isla de Balears. Cuando estudiaba en la universidad y me explicaban cómo era un proceso de sustitución lingüística y me ponían el ejemplo del occitano, jamás pensaba que lo vería con mis propios ojos y con mi lengua materna”, dice Cristina Tirvió (1969).

Esta profesora de catalán nació en la Central de Cabdella, un poblado que se construyó alrededor de una central hidroeléctrica en el Pirineo de Lleida. Sus raíces se reparten entre el Pallars Jussà y la Alta Ribagorça, la comarca, limítrofe con la Franja de Ponent aragonesa donde vive su madre. Allí regresa en las vacaciones de verano y, al desembarcar en Eivissa, le es difícil desprenderse de una sensación extraña. No sólo le ha cambiado el acento, adaptándose a la cadencia, los fonemas, el léxico y las terminaciones verbales del catalán occidental que mamó de pequeña. También se da cuenta de que ha pasado julio y agosto sin tener que mudar la lengua en ningún momento porque incluso los castellanoparlantes monolingües la entendían cuando hablaba con ellos en catalán. “Eso en Eivissa sabemos que no ocurre, pero cuando llegué –curso 1995/96– era todavía peor. El ibicenco era un dialecto de tribu. Se usaba para hablar con otros ibicencos, pero casi nunca con forasteros”. 

La respuesta del hermano de Carlos, por tanto, sería una reacción, o reminiscencia, inconsciente de este tic: primero me aseguro de que mi interlocutor sabe hablarlo, luego le hablo en nuestro idioma natal. Pero la profesora va más allá porque, ella misma lo experimentó y se quedó perpleja: hace casi treinta años, ibicencos que se manejaban regular, mal o que directamente no sabían hilar frases completas en castellano saltaban automáticamente a la lengua forastera cuando, por ejemplo, atendían en un comercio. Incluso con ella, que hablaba catalán como ellos, pero en un dialecto que les resultaba extraño.

–¿Cómo se explica ese fenómeno?

–A mí me costó muchísimo trabajo comprenderlo porque ni en los lugares de Catalunya donde había vivido ni durante los tres cursos que trabajé en Mallorca me encontré con situaciones así. En el primer instituto ibicenco en el que trabajé detecté que existía autoodio lingüístico. Muchos de los alumnos que lo hablaban ni siquiera lo llamaban ibicenco, o catalán; decían que hablaban payés. El catalán era una lengua relacionada con el campo y con una vida de subsistencia. Hasta que arrancó el turismo, muchos isleños emigraban a Argelia o a América para tener mejores condiciones de vida. Yo aprendí [el dialecto] ibicenco para ser más cercana a mis alumnos. Siempre digo que las lenguas se aprenden por necesidad o por amor. Si en Eivissa puedes vivir perfectamente sin hablar catalán, no me queda más remedio que enseñar a los adolescentes o adultos con los que trabajo a que quieran la lengua. Siempre digo que el examen más difícil que pasé para aprender ibicenco fue cuando en la tienda donde compraba no me hablaron en castellano. Fue emocionante. ¿Pero cuál es el mensaje que recibían los que intentaban hablar en catalán cuando les giraban la lengua? Aquí se habla en castellano. 

Si en Eivissa puedes vivir perfectamente sin hablar catalán, no me queda más remedio que enseñar a los adolescentes o adultos con los que trabajo a que quieran la lengua

Cristina Tirvió Profesora de catalán

Isidor Marí Mayans (1949) puede describir una Eivissa donde era poco frecuente escuchar castellano en la calle pese a que el catalán estaba proscrito en los documentos oficiales, en los actos públicos, en las misas, en la escuela. “En clase aprendíamos castellano, de manera literal, hasta el punto de que muchos de mis compañeros no sabían pronunciar la jota o la zeta. Yo mismo recuerdo que me sorprendí mucho el día que me dijeron que una granota era una rana. Había algunos chicos castellanoparlantes, hijos de militares, guardias civiles o funcionarios, pero se adaptaban y aprendían el catalán de Eivissa. Algunos son amigos y siempre nos relacionamos en catalán. Mi niñez fue previa al boom turístico. Entonces, los cincuenta, se veían algunos visitantes en la isla, pero pocos. El boom de verdad, con una intensidad realmente grande, comenzó con el Ministerio de Información y Turismo de Manuel Fraga”.

El aeropuerto, los hoteles, los chiringuitos, los restaurantes, los autobuses, los taxis, los chalets y apartamentos levantado en altísimos edificios a la orilla del mar, las discotecas que tampoco tardarían en abrirse, crecer y multiplicarse, las obras aquí y allá, aumentaron el poder adquisitivo de una población que, a medias, abandonó las casas de campo y se hizo urbana porque se multiplicó en apenas veinte años. Además de los pudientes y bohemios que atracaron en la isla, se necesitaba mano de obra para que se moviera la rueda del capitalismo turístico. Los temporeros –casi todos peninsulares, casi todos de Andalucía– se empadronaron en la isla. Los 34 mil habitantes de 1960 eran 59 mil en 1980.

Los recién llegados

¿Pero por qué los nuevos ibicencos no aprendieron catalán?

Isidor Marí, sociolingüista de larga experiencia (trabajó en la Generalitat entre 1980 y 1996; entre 2010 y 2014 presidió la sección filológica del Institut d’Estudis Catalans), lo analiza así: “Los sesenta y setenta fueron una ruptura. Seguía siendo imposible aprender catalán (la Llei de Normalització Lingüística llegó diez años después de que muriera el dictador) y cada vez había más castellanoparlantes. No podemos olvidarnos tampoco de la segregación residencial. Si todos los recién llegados van a vivir a unas barriadas donde no está presente el catalán no pueden aprenderlo. Empieza un círculo vicioso donde las culturas se vuelven estancas. Faltó, y sigue faltando, responsabilidad social por parte de nuestros políticos y del empresariado, personas catalanoparlantes, pero sin conciencia de preservar su lengua materna”.

Los sesenta y setenta fueron una ruptura. Cada vez había más castellanoparlantes. Si todos los recién llegados van a vivir a unas barriadas donde no está presente el catalán no pueden aprenderlo. Sigue faltando responsabilidad social por parte de nuestros políticos y del empresariado

Isidor Marí Sociolingüista

En medio de ese proceso y con la carrera de Filología Catalana recién terminada, Isidor Marí grabó un disco que vendió 25 mil copias solamente en su isla natal. Tuvo un título genérico –Cançons d’Eivissa– porque era, precisamente, un repaso general al folclore insular. Y, también, una resurrección de tonadas populares que estaban casi extinguidas desde que la transmisión oral cayó en desuso. Junto a Victorí Planells y Joan Moreno, las rescataron, arreglaron y enlataron con una instrumentación de piano, guitarra y voz (había ecos de Dylan), con el acompañamiento de los instrumentos tradicionales de ball pagès. Jo tenc una enamorada fue uno de los hits de aquel álbum. Cincuenta años después continúa presente. Es un himno oficioso que reúne a generaciones muy distintas de ibicencos.

“He cambiado el chip, hablo a la gente en catalán”

“La primera vez que la escuché debió ser en la versión que se grabó para el primer disco de Ressonadors. Yo era un niño, pero me gustó tanto que, mucho tiempo después, cuando me propuse grabar por primera vez un tema en ibicenco, lo que salió fue una versión trap” que se bautizó como Jo tenc unx enamoradx, explica Carlos Ramis Palau (1997), el Carlos que conversaba en castellano con una amiga en el bar. O Karlus, el alter ego con el que registra su música este graduado en Ingeniería de Sistemas Audiovisuales. Cursó los estudios en la Pompeu Fabra, encontró trabajo en Barcelona y, desde hace ocho meses, teletrabaja desde Jesús, el pueblo ibicenco en el que se crió. 

Vivir unos años en la península supone para muchos isleños romper tabús e incorporar hábitos insólitos antes del viaje de ida. Un reseteo del sistema. “Desde que volví he cambiado el chip. Cuando me dirijo a alguien por primera vez, lo hago en ibicenco. Haciendo eso, con la mayoría de gente que estoy conociendo me doy cuenta de que, o tienen el catalán como primera lengua, o lo entienden y lo quieren hablar. Todos los ibicencos de cuarenta años para abajo lo hemos estudiado en la escuela y el instituto. Creo que la percepción que existía en la época de nuestros padres –para empezar una conversación en catalán tenían que asegurarse que la otra persona también lo hablara– ha cambiado. En Barcelona eso ocurre de forma normal, nadie se sorprende y no crea conflicto, aunque haya mucho turismo. Allí la normalización fue mucho más heavy, no es tan frecuente que a un amigo no le hables en catalán porque en su casa hable en castellano con la familia. Aquí es lo habitual en cualquier grupo de amigos”.

Desde que volví he cambiado el chip. Cuando me dirijo a alguien por primera vez, lo hago en ibicenco. Haciendo eso, con la mayoría de gente que estoy conociendo me doy cuenta de que, o tienen el catalán como primera lengua, o lo entienden y lo quieren hablar

Carlos Ramis Palau Músico

A Carlos –o Karlus– le ocurrió algo parecido a lo que unos años antes experimentó Toni Planells Viñas (1991) –Slim Samurai o, simplemente, ‘Toni’–, otro artista de música urbana de padres y abuelos ibicencos –en su caso, de sa Capelleta, uno de los barrios con más solera de Vila–. Cuando emigró a Barcelona para formarse como realizador audiovisual, tuvo una epifanía: “En mi piso compartido montamos un estudio al que venían a grabar grupos como P.A.W.N. o Lildami, auténticos pioneros en hacer trap en catalán. Antes de ellos, si usabas el catalán era para escribir letras muy polite o para acompañar a música más guitarrera. Para el trap ya estaba el castellano. Esos grupos me sirvieron de inspiración para crear material en el idioma con el que me costaba menos expresar lo que sentía y quería transmitir. Es decir, con la lengua con la que me había criado, el ibicenco. Al final, lo que pesa no es la lengua que uses sino lo que transmitas. Hay mucha gente que escucha grupos ingleses. No entienden al cien por cien las letras, se quedan con el feeling. P.A.W.N. Gang y Lildami, por ejemplo, hicieron una buena base de fans en México, que se pusieron a aprender catalán para entender las canciones”. 

Al final, lo que pesa no es la lengua que uses sino lo que transmitas. Hay mucha gente que escucha grupos ingleses. No entienden al cien por cien las letras, se quedan con el feeling. P.A.W.N. Gang y Lildami, por ejemplo, hicieron una buena base de fans en México, que se pusieron a aprender catalán para entender las canciones

Toni Planells Viñas Músico

Toni montó su propia banda con varios compañeros de piso. La llamaron Le Seps, convirtiendo la parada de Lesseps, en el barrio de Gràcia, donde cogían el metro cada día, en un hongo gigante (cep significa seta en catalán) que daba rienda suelta a la alegoría. Con In the game to be, un vídeo que alcanzó las 40 mil visualizaciones en YouTube, abrieron una brecha y hallaron una veta: lo moderno, igual que había conseguido UC en los setenta o el proyecto de Ressonadors que mencionaba Karlus pocos años antes, podía cantarse (y contarse) en la lengua vernácula.

“El proyecto que hemos desarrollado Toni y yo antes de ponernos a grabar nuestros discos como solistas creo que demuestra que los jóvenes de Eivissa seguimos hablando ibicenco pese a que hace mucho tiempo que en la isla la mayor parte de la gente no vive de darle golpes a la azada”, dice Karlus. A la vez, esa aventura a dúo está llena de guiños al pasado. Se llama Púniks, un nombre que enlaza con los fenicios, una de las civilizaciones que más huella dejó en Eivissa. Su disco, Sa curta, apela desde el título a uno de los ritmos del baile autóctono. En los clips, las sillas encordadas, indispensables en el mobiliario de cualquier casa payesa, son un fetiche. Son, en definitiva, retazos de su bagaje sentimental. “No queremos ir de lo que no somos: ni el disco tiene carga o tendencia política ni somos los salvadores de Eivissa. Simplemente expresamos nuestra identidad”, repiten. Quizás por eso, la temática del primer adelanto que publicaron, Ciutat, no pudo ser más autobiográfica y, a la vez, transversal: las subidas y bajadas de dos ibicencos que tienen los dos pies en Barcelona, pero conservan la cabeza en la isla que ha quedado atrás.

“No estamos en un callejón sin salida”

“Es verdad que ahora que hemos reeditado Conèixer (i reconèixer) la llengua i cultura catalanes, que apareció en 1993, la situación es mucho peor, pero estoy en contra de quienes presentan el panorama actual como un callejón sin salida. Se puede reconducir… ¡si se actúa! El problema es que muchas de las propuestas que hemos hecho desde el Consell Social de la Llengua duermen en un cajón y el Govern actual del PP está aplicando políticas contrarias a la protección de la lengua. El modelo de crecimiento sin freno está llevando a toda la población a una situación límite: la vida normal, tranquila, se ha vuelto imposible, como imposible es encontrar un lugar donde vivir a un precio asequible para una persona que no sea millonaria. Esa reacción contra el turismo de masas está como mínimo empezando a tomar fuerza y, quiero esperar, que también se trasladará a lo cultural. Creo que la sociedad conserva un instinto de supervivencia que impedirá que se llegue al desastre total”, explica Isidor Marí. 

La situación es mucho peor, pero estoy en contra de quienes presentan el panorama actual como un callejón sin salida. Se puede reconducir… ¡si se actúa! El problema es que muchas de las propuestas que hemos hecho desde el Consell Social de la Llengua duermen en un cajón y el Govern del PP está aplicando políticas contrarias a la protección de la lengua

Isidor Marí Mayans Sociolingüista

Cristina Tirvió se define “como una persona que valora mucho la esperanza”: “Creo que hay una parte de la sociedad insular que está poniendo en valor la idea de Eivissa (el respeto al paraíso natural que fue) por encima de la marca Ibiza. El modelo económico de esta isla tiene mucha incidencia en la sustitución lingüística. El franquismo internacionalizó el topónimo en castellano, y eso ha hecho mucho daño a la hora de reivindicar que la lengua propia de la isla era el catalán. Igual que ves a gente que está volviendo a la tierra, también conozco casos de castellanoparlantes que, con una pareja catalanoparlante con la que hablan en castellano, a sus hijos están dispuestos a educarlos en catalán porque no quieren que se pierda. Hace poco ocurría lo contrario: si el padre o la madre no hablaban catalán, en casa no se usaba y el niño no lo aprendía”. 

El modelo económico de esta isla tiene mucha incidencia en la sustitución lingüística. El franquismo internacionalizó el topónimo en castellano y eso ha hecho mucho daño a la hora de reivindicar que la lengua propia de la isla era el catalán. Conozco casos de castellanoparlantes que, con una pareja catalanoparlante con la que hablan en castellano, a sus hijos están dispuestos a educarlos en catalán porque no quieren que se pierda

Cristina Tirvió Profesora de catalán

Ella misma vive en una diminuta torre de Babel: Pete, su marido, es un fotógrafo neozelandés con el que mantiene un bilingüismo activo (catalán-inglés) que ha hecho trilingüe de nacimiento a su hijo Lluc, que ahora tiene diecinueve. Mientras Isidor Marí reclama para España el modelo canadiense (en todo el territorio nacional cualquier funcionario está capacitado para atender en inglés o francés: “A mí me hace gracia que se tenga que respetar que un sanitario no sepa hablar catalán y que, en una situación crítica –un accidente o una enfermedad grave– puedas jugarte la vida por falta de entendimiento”), la profesora de catalán cree que las políticas lingüísticas que ha desarrollado Nueva Zelanda en los últimos años, no sólo para recuperar el maorí, sino para presentarlo “como una riqueza cultural única, una aportación a la Humanidad”, son un buen espejo en el que Eivissa podría mirarse.  

“Lo bueno que tiene nuestra isla es la pluralidad de personas”, dice Toni Planells. “Un ibicenco no tiene por qué ser ibicenco de raíz, es cualquiera que haya crecido o lleve tiempo en la isla, y haya decidido vivir aquí. Pero perder la lengua, sin embargo, es triste. Hay gente que viene de fuera y se piensa que aquí sólo se habla castellano. Le ocurre a muchos de los extranjeros con los que coincido en las producciones en las que trabajo. Algunos se interesan por el ibicenco, a otros les da exactamente igual”. Reconoce el videógrafo, por ejemplo, que fuera del ámbito familiar, sólo el 20% de su vida suena en ibicenco. Los datos recogidos por el Govern hace una década, eran drásticos: apenas el 16% de los pitiusos hablaba más en catalán que en castellano con los amigos o los vecinos. El porcentaje de uso predominante en las grandes superficies, el médico, el lugar de trabajo, las oficinas bancarias o el pequeño comercio era igual o, incluso, más bajo.

Un ibicenco no tiene por qué ser ibicenco de raíz, es cualquiera que haya crecido o lleve tiempo en la isla, y haya decidido vivir aquí. Pero perder la lengua, sin embargo, es triste. Hay gente que viene de fuera y se piensa que aquí sólo se habla castellano. Le ocurre a muchos de los extranjeros

Toni Planells Videógrafo

“Desde los noventa hacia aquí hemos vivido todos los efectos de la globalización de la economía”, reflexiona Isidor Marí, “porque con la llegada, sobre todo, de latinoamericanos y norteafricanos se ha experimentado un salto demográfico incomparablemente más grande que el que hubo en todo el siglo pasado [los 59 mil de 1960 eran 88 mil en el 2000, casi el doble en la actualidad]. En otros lugares entendieron mejor que aunque la población tuviera orígenes diferentes, el futuro era común. Luego, por otro lado, está el salto tecnológico. Los propios ibicencos se pasan muchas horas conectados a una maquinita y desconectados de su entorno inmediato. Para los foráneos es más fácil que nunca estar en contacto con el país de origen y eso disminuye todavía más el contacto con la gente del país. Hay una falta de interrelación muy grave. Una fractura”.

Carlos Ramis tiene una idea que le da vueltas en la cabeza desde que empezó a trabajar –y juguetear– con robots y asistentes virtuales. Con un compañero se propuso crear un chatbot “que te conteste en catalán (integrándole una buena gramática balear) y que tenga un conocimiento cultural profundo de la isla”. “Hay que trabajar haciendo curaduría de lo que pueden expresar estas herramientas. Si no se encargan las instituciones será súper difícil. La información que hay sobre Eivissa en internet me ha servido para documentarme y escribir canciones. Ahora hay que dar un paso más y gestionar todo lo que ya se está manejando. Ahí está también el futuro de nuestra lengua”, comenta.

Vale una cita del lingüista Joxean Artze para radiografiar el propósito de este ingeniero especializado en inteligencia artificial:

Hizkuntza bat ez da galtzen ez dakitenek ikasten ez dutelako, dakitenek hitz egiten ez dutelako baizik.

[“Una lengua no se pierde porque los que no la saben no la aprenden, sino porque los que la saben no la hablan”]

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