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Una semana de rabia: cuatro claves para entender por qué los disturbios se han extendido por Estados Unidos

Un manifestante porta una bandera de Estados Unidos al revés, una señal de dolor, junto a un edificio en llamas el jueves 28 de mayo de 2020 en Minneapolis.

Carlos Hernández-Echevarría

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Solamente este fin de semana, al menos 2.500 personas han sido detenidas en EEUU en unos disturbios que ya se han extendido a 75 ciudades. Se han vivido protestas de extrema violencia e incontables escenas de brutalidad policial, se ha movilizado a 5.000 soldados para patrullar las calles y más de 20 ciudades han impuesto el toque de queda. No se había visto una situación así ni en 1968, el año en que murieron casi 17.000 estadounidenses en Vietnam y estallaron terribles disturbios tras el asesinato del líder negro Martin Luther King. Ahora han muerto más de 100.000 por el coronavirus y los disturbios han comenzado tras la muerte de un hombre negro llamado George Floyd.

Todo empezó con una muerte muchas muertes

A las ocho de la tarde del pasado lunes, la policía acudió a una tienda de Minneapolis donde George Floyd había usado, presuntamente, un billete falso de 20 dólares. Cuatro agentes lo detienen, lo esposan y mientras está tumbado en el suelo, uno de los policías le aplasta el cuello con su rodilla durante ocho minutos. En las diferentes grabaciones no se aprecia que ofreciera ninguna resistencia y se escuchan sus súplicas al agente porque no puede respirar, así como las de varios testigos. Para cuando el policía se levanta de su cuello, George Floyd ya no tiene pulso y es declarado muerto en el hospital. Los cuatro agentes han sido despedidos y el responsable de la muerte está además en prisión acusado de asesinato, aunque podría salir bajo fianza.

En las horas siguientes, el vídeo vuela. Millones de estadounidenses ven a George Floyd decir “no puedo respirar”, las mismas últimas palabras que pronunció Eric Garner en 2014 cuando murió a manos de otro policía blanco que le había detenido por vender cigarrillos sin permiso. En Minneapolis un negro tiene nueve veces más posibilidades que un blanco de ser detenido por un delito menor, pero no es un problema local: en EEUU un afroamericano tiene tres veces más posibilidades que un blanco de morir a manos de la policía. Al movimiento 'Black Lives Matter' (las vidas negras importan) le sobran razones para protestar y una de las principales es la impunidad: el 99% de los agentes que matan no son siquiera imputados y de ese 1%, tres cuartas partes no son condenados.

¿Quién se manifiesta y quién quema cosas?

Es difícil responder a esa pregunta. El día después de la muerte de Floyd ya se vieron en Minneapolis grandes manifestaciones de protesta, pacíficas y multirraciales, pero esa noche empezaron también los primeros conatos de violencia. En las siguientes noches grupos incontrolados prenden fuego a varios edificios y la protesta gana en agresividad mientras se extiende a otras ciudades. Tras solo dos días de protestas el gobernador demócrata de Minnesota anuncia que “la situación ya no tiene absolutamente nada que ver con el asesinato de George Floyd, sino con atacar a la sociedad” y el alcalde izquierdista de Minneapolis habla de “terrorismo doméstico” y apunta a grupos supremacistas blancos llegados de fuera de la región para provocar el caos. Trump, en cambio, culpa a la extrema izquierda.

Este fin de semana ha sido el estallido definitivo. Se han visto escenas de muchísima violencia en varias ciudades, incluidas Nueva York y Los Ángeles. A la par, la policía se emplea cada vez con mayor dureza. Se dan paradojas como que en Atlanta los manifestantes revientan las ventanas de la sede de la CNN mientras que un equipo de la cadena de noticias es detenido en directo por la policía en otra protesta. Algunos organizadores de manifestaciones han llegado a cancelarlas por temor a que grupos extremistas “las secuestren” y acaben en más violencia. Siguen produciéndose muchas protestas pacíficas, pero al caer la noche hay problemas en todas las grandes ciudades.

¿Cómo responde la policía y el ejército?

Durante la última semana ha habido multitud de ejemplos de policías que no solo comprendían las razones de los manifestantes, sino que se unían a ellos en muchas ciudades. Sin embargo, la radicalización creciente de las protestas en los últimos días ha tenido un efecto claro. El apoyo político de gobernadores y alcaldes se ha reducido mucho y la policía parece contar con su beneplácito para acabar con los disturbios con más mano dura. Se ven cada vez menos agentes con su uniforme normal y más antidisturbios completamente equipados.

Para reforzar a los departamentos de policía, los gobernadores han activado a más de 5.000 militares reservistas de la Guardia Nacional que ya patrullan en 15 estados y en la capital. Trump ha ofrecido además a tropas del ejército regular, pero de momento ningún estado ha solicitado su despliegue. 

¿Por qué Trump echa leña al fuego?

Trump pide dureza a los alcaldes y a los gobernadores sugiriendo que “cuando empiezan los saqueos, empiecen los disparos” y también fantasea con azuzar a “los perros más violentos” contra los manifestantes que protestan frente a la Casa Blanca. Todo esto no solo lo dice por su conocida simpatía hacia los discursos de mano dura, sino que también encierra una estrategia política antigua pero efectiva. A los republicanos siempre les ha venido bien el desorden en la calle, porque llevan definiéndose como el partido de la autoridad desde que Nixon llegó a la Casa Blanca con su campaña de “ley y orden” frente a los disturbios de 1968 y las protestas contra la guerra en Vietnam.

Trump y sus asesores saben que cuantas más imágenes de negocios ardiendo haya en la televisión, mejor para él. Que cuanto menos se hable del coronavirus y sus 100.000 muertes en EEUU, más cerca estará de la reelección. Que si el votante centrista llega asustado a las elecciones del 3 de noviembre, él estará en mucho mejor situación para vencer a Joe Biden. El presidente ha condenado la muerte de George Floyd y ha prometido una investigación, pero los disturbios le ofrecen la oportunidad de moverse hacia un discurso que rara vez falla en la política estadounidense: el de que los demócratas son unos blandos.

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