Qué significa que Japón se aleje de su historia pacifista
Como colofón a la revisión estratégica sobre el papel de Japón en el escenario Indo-Pacífico, impulsada de manera muy decidida por el asesinado primer ministro Shinzo Abe, el pasado día 16 se dio a conocer la nueva Estrategia Nacional de Seguridad (ENS). El documento, presentado junto con la Estrategia Nacional de Defensa y el Programa de Adquisiciones de Defensa, marca un salto cuantitativo y cualitativo que cabe calificar de histórico.
Por un lado, destaca el abandono de buena parte de su tradicional postura pacifista, por mucho que formalmente no se toque el artículo 9 de su Constitución -por el que el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales- y que sus ejércitos se sigan denominando Fuerzas de Autodefensa.
No se trata de un ejercicio conceptual en abstracto, sino que viene motivado fundamentalmente por la creciente percepción de amenaza tanto de Corea del Norte -a lo largo de este año, Pyongyang ha incrementado muy notablemente el lanzamiento de misiles de todo tipo que han caído en el mar de Japón y, por primera vez desde 2017, han vuelto a sobrevolar el espacio aéreo japonés-, como de China, que reclama islas y espacios que Tokio considera propios y con Taiwán en mente, sin olvidar a Rusia- con el contencioso fronterizo, especialmente en relación con las islas Kuriles, todavía sin resolver.
Aviones y misiles de mayor alcance
Como resultado del análisis de esas amenazas, y con el ejemplo de la invasión rusa de Ucrania muy presente, Japón ha llegado a la conclusión de que no cuenta con suficientes capacidades militares para disuadir a sus potenciales adversarios. Asimismo, considera que mantener una actitud puramente reactiva, es decir, lo que supone responder solamente tras recibir un ataque, sería insoportable, dado el brutal poder destructivo de los arsenales que todos ellos están desarrollando. De ahí que, dando un paso significativo desde 2013, cuando se publicó la anterior ENS, se muestre ahora dispuesto a dotarse de medios de disuasión más potentes, con capacidad para desbaratar y derrotar a cualquier potencial atacante “mucho más pronto y a mayor distancia”.
Eso implica, entre otras cosas, contar con aviones y misiles de mayor alcance, así como con una flota de mayor capacidad de proyección, capaces de llevar a cabo golpes resolutivos en territorio de esos potenciales enemigos. Esto no significa pasar a una actitud netamente ofensiva, algo que sigue chirriando a oídos de gran parte de la población japonesa. Pero equivale a contar con medios para proyectar poder más allá de sus fronteras, con la posibilidad de adelantarse a posibles ataques recibidos para poder incluso, al menos en teoría, llevar a cabo golpes preventivos.
Por otro lado, Japón confirma ahora lo que ya su actual primer ministro, Fumio Kishida, adelantó el pasado mes de junio: un incremento del presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB, en el plazo de cinco años. Eso supone alinearse con los requerimientos presupuestarios que la OTAN ha marcado a sus treinta miembros, y romper definitivamente el techo autoimpuesto desde hace décadas de no sobrepasar el 1%.
De ese modo, Japón se convertirá, tras Estados Unidos y China, en el tercer país del planeta con mayor presupuesto militar. Esto refleja la voluntad de potenciar su capacidad industrial de defensa, pensando en lograr una mayor autonomía en todos los órdenes, mejorar sus sistemas de ciberdefensa y adoptar reglas más permisivas para la venta de armas a otros países. También se trata de adquirir a la carrera aquel material y armamento que mejor sirva al propósito definido en la ENS.
Un mando conjunto
En esa línea destaca, por ejemplo, la idea de adquirir baterías Patriot, aviones de transporte y de vigilancia marítima y unos 400 misiles Tomahawk estadounidenses, en un ejemplo más de las ventajas que Washington está obteniendo de la inestabilidad y tensión reinantes a escala internacional.
De hecho, la apuesta que ahora hace Tokio, que incluye la creación de un Mando Conjunto permanente para consolidar aún más la coordinación con Washington en materia de defensa, le permite a Estados Unidos reconfigurar su propio despliegue en el área Indo-Pacífico. Sin interpretar en ningún caso que EEUU vaya a rebajar su huella militar en esa zona, cabe entender que el simple hecho de que Japón se convierta en un importante suministrador de seguridad en el Indo-Pacifico no solo sirve a sus propios intereses de seguridad, sino también a los del hegemón mundial, interesado en sumar fuerzas desde Japón y Corea del Sur hasta Australia, Filipinas y todos los vecinos de China, que pueda alinear en su bando, para frenar la emergencia de China como rival estratégico.
Se confirma así que el Indo-Pacifico ya es el centro de gravedad de la escena internacional para los próximos años y queda por ver, en todo caso, cómo reaccionarán ahora tanto Pekín, como Pyongyang y Moscú, sin dejar de lado a una Corea del Sur que, más allá de las apariencias, sigue manteniendo una actitud crítica con su vecino, temerosa históricamente de sus pulsiones militaristas.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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