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Sindicatos, clase media y 'made in America': así es la estrategia de Biden para la reelección

Joe Biden durante un discurso el pasado 3 de abril en una central eléctrica de Fridley, Minnesota.

Javier de la Sotilla

Washington —
7 de mayo de 2023 22:02 h

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La clase media, sea lo que sea eso, es un fetiche en los discursos de la mayoría de candidatos presidenciales de Estados Unidos, y de Occidente en su conjunto. Pero las alusiones de Joe Biden a este ambiguo extracto social son una constante digna de análisis. “Wall Street no construyó América: la construyó la clase media, y a esta, la construyeron los sindicatos”, dijo ante la mayor organización sindical del país en el sector de la construcción durante su primer discurso como candidato para los comicios de 2024.

“Me presento a presidente para reconstruir la columna vertebral de este país, la clase media”, dijo poco después. “Cuando a ésta le va bien, los más pobres tienen un ascensor social y a los ricos les sigue yendo bien”. Con su discurso progresista y socialdemócrata, Biden intenta venderse como la resistencia ante el avance del extremismo ultraconservador en el país, que está recortando derechos y libertades ganados hace décadas y reduciendo al mínimo el papel de la administración en los estados donde gobierna.

Pero, ¿a qué se refiere el mandatario cuando habla de clase media? ¿A qué tipo de votante busca conquistar? ¿Cómo han afectado sus medidas económicas a este segmento de la población? y, sobre todo, ¿cómo está calando este discurso entre el electorado?

“La mayoría de la población se identifica como clase media, aunque en realidad no pertenezca a ella”, asegura Matthew Foster, experto en comportamiento electoral de la American University. “Es un modelo aspiracional, es la identidad de América”, reitera el profesor, “gran parte de la clase trabajadora, que está por debajo de los ingresos medios, se percibe a sí misma como tal y lo mismo pasa con muchos individuos ricos que no quieren ser reconocidos como parte de la élite”.

De este modo, cuando hablan de clase media, los políticos no suelen referirse a un segmento social dentro de un determinado rango de ingresos, sino a una identidad: la estadounidense. Con este término ambiguo, “lanzan una gran red” con la que pescar a una amplia gama de votantes que se sienten interpelados. Aunque sí hay un perfil del electorado en el que Biden, como cualquier candidato presidencial, está especialmente interesado: el que vive en los suburbios.

A la caza del voto en los suburbios

“Cuando los políticos de EEUU hablan de clase media, en realidad se están refiriendo a los votantes de los suburbios”, sentencia Foster. “Ahora que se ha solidificado el partidismo en las zonas rurales, que votan republicano, y las urbanas, claramente demócratas, todo gira en torno a los suburbios, que están lejos de ser un bloque monolítico en cuanto a ingresos, estudios, raza e ideología”. Se refiere a los suburbios de ciudades como Filadelfia (Pensilvania), Atlanta (Georgia), Detroit (Michigan) o Milwakee (Wisconsin), situados en los conocidos como swing states, estados que han sido fuertemente disputados en las elecciones durante la última década.

“Quien gana el voto de los suburbios, suele ganar las elecciones presidenciales: son el verdadero campo de batalla”, coincide W. Joseph Campbell, politólogo y autor del libro Lost in a Gallup: Polling Failure in U.S. Presidential Elections. Estos núcleos poblacionales “tradicionalmente estaban conformados por hombres blancos acomodados, trabajadores de cuello blanco (término usado en el mundo anglosajón para referirse al empleo de oficina cualificado)”.

Pero el censo demuestra que esto ha cambiado. Como EEUU en general, los habitantes de los suburbios cada vez son más diversos: en la última década, ha disminuido fuertemente el porcentaje de población blanca, de la mano del crecimiento de los hispanos, asiáticos, afroamericanos y personas identificadas con más de una raza. Y eso también se ha traducido en una diversificación del nivel de ingresos. Sin embargo, “que los suburbios sean más diversos, no tiene por qué significar que automáticamente voten demócrata”, advierte Foster.

A falta de una definición unificadora de este extracto social clave para las elecciones, sí se puede distinguir un elemento que acostumbra a decantar el voto de los suburbios: la educación. Según ha identificado el profesor, “los demócratas se han convertido en el partido de los votantes con estudios universitarios, y los republicanos, en el de la clase trabajadora”. De este modo, la disputa demócrata por los suburbios, “se ha convertido menos en una batalla económica y más en una batalla cultural”: entran en juego temas como el aborto, la orientación de género, la identidad sexual, las armas o el cambio climático.

La reconquista de los feudos demócratas

En 2016, Donald Trump consiguió llenar el vacío que habían dejado los discursos demócratas y logró victorias importantes en los suburbios de estados industriales fuertemente afectados por la globalización, como Pensilvania, Georgia, Michigan o Wisconsin, que conforman el llamado “muro azul”. El descontento de estos feudos tradicionales del Partido Demócrata aupó al magnate a la Casa Blanca con un discurso que prometía devolver la industria a EEUU, huida hacia China, y apelaba directamente a las condiciones materiales y a la pérdida de poder adquisitivo de los votantes.

En ese momento, Biden criticó el enfoque de la campaña de Hillary Clinton, advirtiendo de que el partido había “cometido constantemente el error de no hablar de los miedos, aspiraciones y preocupaciones de la gente de clase media”. Para el entonces exvicepresidente, faltaban en los discursos de Clinton “palabras sobre ese marido y esa mujer que trabajan, ganan 100.000 dólares al año, tienen dos hijos, luchan y están muertos de miedo. Solían ser nuestro electorado”.

Cuatro años después, en 2020, Biden puso énfasis en el discurso sobre las condiciones materiales y la clase media –llamándola “la columna vertebral del país”–, y logró que Pensilvania, Georgia, Michigan y Wisconsin volvieran a votar azul. Pero cuando ya ha pasado más de la mitad de su mandato, a pesar de una serie medidas impulsadas con el fin manifiesto de favorecer a los trabajadores, la mayoría de estadounidenses (51%) cree que la clase media no se ha beneficiado en absoluto de la presidencia de Biden, y tan solo un 10% cree que ha salido ganando, según la última encuesta de Monmouth University.

“Los ciudadanos de EEUU votan principalmente mirando al bolsillo y, con la inflación, el poder adquisitivo de la clase media se ha reducido durante la presidencia de Biden”, afirma Campbell. “Los votantes están menos preocupados por cuestiones de política exterior, como el ascenso de China como rival geopolítico, y más por cómo evoluciona su economía en el día a día”.

El niño de Scranton invoca a su ciudad natal

“A Biden le gusta referirse a sí mismo como parte de la clase media, y a menudo recuerda sus orígenes en Scranton (Pensilvania), una pequeña ciudad tradicionalmente habitada por la clase trabajadora”, destaca el profesor Campbell. Este lugar, construido por inmigrantes europeos –como la familia irlandesa de Biden–, que llegaron para trabajar en las provechosas minas de carbón, se erigió en un mito fundacional de su historia durante la campaña de 2020, aunque realmente el mandatario se marchó de la ciudad con tan solo 10 años.

Scranton estuvo dominado durante años por los demócratas, pero la irrupción de Trump alteró esa dinámica gracias al apoyo entre los votantes blancos de clase trabajadora. Cuatro años más tarde, vendiéndose, literalmente, como “un niño de Scranton”, Biden logró recuperar el apoyo de su ciudad natal. El presidente “busca que se le asocie con ese origen para conectar con el votante de clase media”, destaca Campbell, “pero en realidad la clase media trabajadora ha sido duramente golpeada por la inflación que ha caracterizado su presidencia”.

De este modo, considera que “es una exageración que Biden sea el presidente de la clase media”. Durante sus años de mandato, este segmento de la población “se ha visto perjudicado, especialmente por sus políticas inflacionistas”, dice. Como consecuencia de la reactivación de la actividad económica tras la pandemia, la inflación se ha disparado, especialmente durante el segundo año de Biden en el Despacho Oval y llegó a tocar el máximo del 9,1% en junio del 2022.

Desde entonces, las continuas y agresivas subidas de tipos de interés por parte de la Reserva Federal han logrado relajarla hasta el 5% interanual (dato del mes de marzo). “Biden se atreve a decir que la inflación está bajo control, pero, aunque esté retrocediendo un poco, no está ni de cerca donde estaba hace cuatro años, cuando era de básicamente cero”, matiza Campbell. Además, “las subidas de tipos de la Reserva Federal tienen consecuencias: han encarecido el dinero para todos, y ha subido los tipos hipotecarios, haciendo que sea más caro para la clase media comprar una casa, que es la definición por excelencia del sueño americano de la clase media”

“Made in America”: la promesa de Biden a la clase media

Trump triunfó en 2016, en gran parte, gracias a su discurso antiglobalización, que prometía devolver a los estadounidenses la vibrante industria que caracterizó su despegue económico y que ha ido desapareciendo a base de deslocalizaciones, principalmente hacia países asiáticos. Ese discurso rompía con el consenso que venía caracterizando a demócratas y republicanos, que coincidían en las bondades de un mundo globalizado.

Siete años después, y como ya hizo en su anterior campaña, Biden está incidiendo en el mismo nacionalismo económico como carta de presentación electoral. “Mientras reconstruimos EEUU, tendremos que comprar estadounidense”, dijo ante los sindicatos de la construcción. Durante su mandato, ha aprobado leyes proteccionistas que buscan precisamente impulsar a la industria norteamericana.

Como la Ley de Infraestructuras, el más ambicioso plan de infraestructuras en décadas en el país, aprobado con el apoyo de algunos congresistas republicanos. O la Ley de Reducción de la Inflación, que incluye importantes subsidios para proyectos de baterías y coches eléctricos, siempre y cuando sean fabricados en el país, lo que ha generado el enfado de sus socios europeos. Además, recientemente anunció un nuevo estándar, según el cual “cada proyecto federal será construido por trabajadores estadounidenses, con productos estadounidenses y creará empleos estadounidenses”.

Sin embargo, Biden lo tendrá complicado para cumplir con su promesa. “No veo hasta qué punto puede tener éxito, ahora que todos los indicadores anticipan que nos dirigimos hacia una nueva recesión”, reconoce Campbell. “El crecimiento económico no es robusto en este país. Y como resultado, parece complicado que las empresas vayan a tomar la decisión de volver”. Y, aunque Biden está registrando mínimos históricos de personas en el paro, “la industria tecnológica, que ha sido el motor del crecimiento del país durante los últimos tiempos, está despidiendo a gente a marchas forzadas”.

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