De España a Turquía, quienes destruyen nuestras civilizaciones están dentro de nuestras fronteras
Mi infancia trascurrió entre Ankara y Madrid. Moverme entre España y Turquía a principios de los ochenta fue una experiencia extraña. España acababa de abrazar la democracia tras décadas de dictadura y Turquía había sido sacudida por otro golpe militar. Ambos países estaban al margen de Europa y ninguno de los dos formaba parte de [la todavía inexistente] Unión Europea. Se decía que “Europa terminaba en los Pirineos”. Si la cadena montañosa entre Francia y España se consideraba una frontera, otra frontera eran las aguas del Bósforo. A menudo me sentía como si estuviera viajando de un extremo de Europa al otro.
La España que conocí era vibrante, acogedora y cálida. A pesar de los tics franquistas ocasionales de la generación más mayor, lo cierto es que España abrazó la democracia. Y yo quería que mi país hiciera lo mismo. Sin embargo, un buen día, de camino a la escuela, vi algo que me hizo parar en seco. Todas las paredes de la calle por la que pasé estaban cubiertas con unos carteles en los que se podían ver imágenes de bebés muertos que habían sido tirados en contenedores. Me quedé paralizada. Un grupo católico ultraconservador estaba detrás de esas imágenes perturbadoras. Afirmaba que los valores familiares estaban siendo atacados y que el movimiento para la emancipación de las mujeres había ido demasiado lejos. Detrás de una sociedad [aparentemente moderna] todavía se escondía una mentalidad patriarcal. Las guerras culturales habían empezado.
Las elecciones generales celebradas el 28 de abril en España han evidenciado este choque. Por primera vez desde 1978 un partido de extrema derecha ha logrado grandes avances. Vox ha conseguido el 10,26% de los votos. El partido, fundado en 2013, se ha convertido en el movimiento político que ha crecido más rápido en el país.
En su momento los politólogos llegaron a la conclusión de que en algunos países el fascismo ya no volvería a levantar su fea cabeza. Creían que, por el hecho de haber vivido en carne propia los horrores [del fascismo] Alemania y España eran inmunes a las falsas promesas de la extrema derecha. Sin embargo, Alternative für Deutschland (AfD), primero y Vox después han demostrado cuán erróneas eran esas suposiciones.
El discurso de Vox guarda una similitud asombrosa con el de los nacionalismos populistas de otros países: una retórica en contra de los inmigrantes, en contra de la diversidad, en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo y de los derechos de las personas LGTBI y un fuerte anhelo por un supuesto pasado dorado. El conflicto catalán ha jugado a favor de Vox, ya que a lo largo de la historia los nacionalismos “benignos” han inflamado peligrosamente a otros y han generado un conflicto agresivo. Los nacionalistas populistas aman a los enemigos imaginarios y Vox no es una excepción.
La misoginia forma parte de su esencia. A aquellos que observan de cerca a la extrema derecha les resultará familiar la afirmación de que las “feminazis” hacen sufrir a los hombres y que las feministas radicales son una amenaza para la cohesión social. La extrema derecha no cree que exista el patriarcado, como tampoco cree en el cambio climático. La retórica misógina del movimiento español me resulta terriblemente familiar. Al igual que el partido Justicia y Desarrollo (AKP) en Turquía, Vox quiere convertir el actual Ministerio de Igualdad en un ministerio que promueva la “familia”. El cambio de palabras es significativo. En lugar de considerar la discriminación de género y la disparidad institucional de género, el nuevo enfoque se centra en los “valores familiares tradicionales”. Hasta hace poco, España era considerada uno de los pocos países que había logrado grandes avances en materia de igualdad de género. Ahora sabemos que incluso en estos países la historia puede retroceder.
El portavoz en Andalucía del partido, el exjuez Francisco Serrano, ha llegado a afirmar que los hombres son víctimas de un genocidio, citando como prueba los altos índices de suicidio. Se trata de una reacción típica de la maquinaria propagandística de la extrema derecha, que de forma egoísta explota un problema real (las presiones sobre los hombres jóvenes, en particular los que provienen de entornos desfavorecidos) en beneficio propio. Vox no está solo. Algunas organizaciones católicas ultraconservadoras, como Hazte Oír, conocida por sus agresivos ataques contra la comunidad trans, están brindando todo su apoyo a la reacción antifeminista. Este año contrató un autobús que lucía una imagen de Hitler con el siguiente mensaje: “No es violencia de género, es violencia doméstica #StopFeminazis”, y lo llevó por distintas ciudades del país antes del Día Internacional de la Mujer. El mensaje y la identidad del “enemigo” no pueden ser más claros.
En Italia se ha celebrado una “conferencia sobre los derechos de la familia” de extrema derecha, con Matteo Salvini, viceprimer ministro y líder de la Liga, como principal conferenciante. En su discurso Salvini arremetió contra dos grupos: las feministas y los inmigrantes. Según el político, la baja tasa de fertilidad sirve de “excusa” para la inmigración y, por lo tanto, las mujeres italianas deben tener más hijos. Acusa a las feministas de haber negado el peligro del extremismo islámico, sin explicar por qué es incompatible ser feminista con estar en contra de los extremismos de todo tipo.
En Polonia, miembros del partido Ley y Justicia hablan de hacer que el país sea “libre”. Kacyzsinki afirma que los homosexuales son una gran amenaza “no sólo para Polonia sino para toda Europa y para toda civilización que se base en el cristianismo”. En Hungría, Viktor Orbán, que ofrece incentivos financieros para aumentar la tasa de natalidad, ha prohibido los estudios de género en las universidades. En Turquía, el presidente Erdoğan dice que “cada aborto es un Uludere” (una masacre en la que el ejército turco mató a 34 civiles kurdos en un ataque aéreo), y cree que el control de la natalidad no es más que una conspiración contra la gran nación turca. Llama “deficientes” a las mujeres que no tienen hijos. “Familias fuertes llevan a naciones fuertes, cada miembro de la nación debe ser movilizado en la búsqueda de 'grandes metas'”.
Es paradójico que esta generación de nacionalistas populistas lidere la cooperación política a nivel internacional. Copian las tácticas de los demás, se hacen eco de sus políticas (la nueva extrema derecha en España quiere construir un muro a lo largo de la frontera entre Marruecos y Ceuta para impedir la entrada de refugiados), y a menudo se mandan mensajes de apoyo los unos a los otros. Salvini aplaudió los resultados electorales en España: “Espero tener a Vox como nuestro aliado en la Europa que estamos construyendo”. Y eso es exactamente lo que están haciendo: están construyendo Europa. No una nueva Europa, ni siquiera una vieja Europa, sino una Europa basada en un pasado imaginario y mítico. Una Europa monolítica dedicada a detener e invertir el progreso.
Si alguien duda de la naturaleza de los cambios políticos que estamos presenciando en todo el mundo, basta con mirar los furiosos enfrentamientos que están teniendo lugar al margen de la política y en nuestra cultura. Desde comediantes en Francia que atacan a las minorías en sus espectáculos hasta alcaldes de extrema derecha en Italia que vilipendian las canciones de John Lennon por ser demasiado internacionalistas o izquierdistas. Desde la prohibición de la carne halal en Bélgica hasta el Partido de la Libertad en Austria, que sugiere que todos los judíos deben registrarse ante las autoridades si quieren comer carne kosher. Durante demasiado tiempo, los politólogos han prestado demasiada atención sólo a los datos mensurables, olvidando que la cultura, por muy difícil que sea de analizar, es igualmente vital.
Lejos de las predicciones del académico estadounidense Samuel Huntington, lo cierto es que el mundo no está atravesando una “guerra de civilizaciones”. Nos enfrentamos a un problema mucho más complicado y dispar. Es la época de los mil enfrentamientos culturales, y estas batallas tienen lugar dentro de los países, no entre ellos. Destruyen nuestras sociedades y polarizan la política hasta el punto de que se verá alterada para siempre.
Traducido por Emma Reverter