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The Guardian en español

EN PRIMERA PERSONA

En Kiev no cedemos al pánico, pero la guerra se está convirtiendo en el telón de fondo de la vida cotidiana

Clientes en un mercado en Kiev, el 18 de febrero de 2022.

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Tuve mi primera pesadilla sobre la guerra la semana pasada. En el sueño, me despertaba y descubría que Rusia había atacado mi ciudad natal, Kiev: no había conexión a Internet ni forma de averiguar qué había pasado.

Tuve este sueño el miércoles 16 de febrero. Según los servicios de inteligencia occidentales, aquella era la noche con mayor probabilidad de que Rusia iniciara su ataque a Ucrania. A lo largo de los últimos meses, los ucranianos hemos contemplado, por supuesto, varios escenarios y planes de contingencia, pero principalmente hemos mantenido la calma.

Pero cuando Estados Unidos, Reino Unido y decenas de otros Estados evacuaron sus embajadas en la capital, la sensación fue diferente.

Las noticias dicen que el avance de Rusia comenzará con un ataque a Kiev. Tiene sentido. Si Moscú quiere hacerse con el control de nuestro país, buscará fracturar la calma y la firmeza de una élite política, mediática y empresarial que, durante los últimos años, ha vivido una vida europea perfectamente normal sin necesidad de pensar demasiado en la guerra que se libra a kilómetros de distancia en nuestras fronteras, en la región del Donbás.

El telón de fondo

Nuestro presidente, Volodymyr Zelenskiy, declaró que el miércoles —supuesto día del ataque— debía ser un día de unidad nacional. Los canales de televisión (en su mayoría propiedad de oligarcas y opositores al presidente) emitieron programas en directo con caras conocidas. Algunos se burlaron de la idea, pero, en mi opinión, funcionó. De hecho, el “día nefasto” que se preveía para Ucrania parecía un festivo: mi Facebook estaba lleno de corazones con nuestros colores nacionales y deseos de paz.

Pero se trató, en gran medida, de una ilusión. Se ha informado del despliegue de 150.000 soldados rusos en nuestra frontera y se ha construido otro puente de pontones para vehículos militares en Bielorrusia, cerca de Ucrania, donde se están llevando a cabo ejercicios militares. Dos bancos gubernamentales y el Ministerio de Defensa dicen haber sufrido los ciberataques más graves de este tipo y culpan a Rusia de ellos. Afortunadamente, han logrado defenderse.

Nuestro Ejército está en alerta máxima, pero para el resto de la población, todo lo relacionado con esta posible incursión constituye el telón de fondo de lo que sigue siendo una especie de vida corriente.

La semana pasada, además de informar desde el frente, aparecer en un canal de televisión, participar en un briefing con autoridades estadounidenses y tranquilizar a mi propia familia, estuve hablando sobre el lanzamiento de un proyecto sobre salud pública y un libro de poesía japonesa sobre Chernóbil, cuya publicación está prevista para la primavera. Parece incongruente estar haciendo el trabajo que haría en circunstancias normales, pero es la forma en que todas las personas que conozco está afrontando la situación. No estamos cancelando nada. El miedo es inevitable, pero el pánico parece inútil.

Esta negativa a cambiar nuestras vidas no nace de la terquedad o la despreocupación, ni del fatalismo o la desconfianza en las fuentes occidentales. Sabemos que lo que está por venir puede ser duradero, y necesitamos preservar la normalidad y conservar nuestras fuerzas.

En el mejor de los escenarios, las alertas de amenaza podrían desplazarse semana a semana. En el peor, podría producirse una incursión militar a gran escala y los combates podrían durar meses o años. Ucrania es dos veces y media mayor que Reino Unido. Es un terreno difícil: ni siquiera una fuerza imponente como Rusia puede tomarlo de la noche a la mañana. Y el 57% de los ucranianos dice estar dispuesto a resistir. Esta cifra también está creciendo.

Mi experiencia informando sobre el conflicto del Donbás, en el sureste de nuestro país, me dice que la estrategia rusa de acusar a Ucrania de crímenes ficticios puede continuar. Denis Pushilin, el jefe de la autoproclamada república popular de Donetsk, ha anunciado una evacuación masiva de sus ciudadanos hacia Rusia porque cree que Ucrania está planeando un ataque. Más tarde, medios de comunicación rusos informaron de una gran explosión en la ciudad de Donetsk, controlada por los rebeldes. Ucrania lo niega con vehemencia.

Menos observadores

La semana pasada, el Parlamento ruso pidió a Putin que reconociera la independencia de las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, ampliamente consideradas como gobernadas por representantes del Kremlin, algo que hasta ahora el presidente ruso se había resistido a hacer formalmente (esto cambió este lunes, cuando Putin anunció que reconocerá los territorios como Estados). Si Rusia sigue adelante, esto puede tener consecuencias nefastas para los acuerdos de Minsk, el acuerdo de paz firmado en 2014-2015. Aunque la acción militar a gran escala se centre en el Donbás, el caos se puede desatar en todo el país.

La semana pasada, en el séptimo aniversario de los acuerdos de Minsk, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU discutía esta cuestión y el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, retaba a Rusia a declarar inequívocamente que no invadiría Ucrania, se informó de que proyectiles de artillería impactaron en al menos 30 localidades del lado controlado por el Gobierno ucraniano en el Donbás, lo que causó daños a una guardería e hirió a tres personas. Como era de esperar, los rusos en la ONU acusaron a Ucrania del ataque.

Occidente se apresuró a calificar el bombardeo de “falsa bandera”, denunciando una operación que parecía un intento de proporcionar algún fundamento espurio para un ataque ruso. Pero en el futuro, dado que países como Estados Unidos y Reino Unido ya han retirado a sus observadores, habrá menos ojos sobre el terreno para aportar datos verificados sobre cualquier agresión de este tipo.

Entonces, ¿qué ocurrirá ahora? Eso depende no solo de las decisiones que Putin tome (y vale la pena recordar que, aunque es táctico, no es un mal estratega), sino también de la disuasión y de la magnitud de la respuesta de Ucrania y del resto del mundo. La lección que podemos extraer de la ocupación de Crimea y el Donbás en 2014 es que ser percibidos como débiles solo empeoró las cosas. Para detener a Rusia, los ucranianos debemos demostrar, durante el mayor tiempo posible, que no se nos puede conquistar.

Puede que el inicio de una guerra a gran escala no sea tan obvio como un dramático ataque a Kiev o el avance de los tanques rusos a lo largo de la frontera.

En cambio, como ya estamos viendo con las evacuaciones masivas, son los millones de ucranianos que residen en el Donbás los que sufren primero y más.

Comparado con eso, la incertidumbre y el miedo que sentimos en Kiev es algo con lo que simplemente tenemos que vivir.

Nataliya Gumenyuk es periodista ucraniana especializada en asuntos exteriores y reportajes sobre conflictos y autora de 'Lost Island: Tales from the Occupied Crimea' (Isla perdida: Historias de la Crimea ocupada).

Traducción de Julián Cnochaert.

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