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The Guardian en español

OPINIÓN

Qué puede hacer Occidente contra Putin: descarbonizar la economía y regular el capitalismo

Vladímir Putin durante una ceremonia el 22 de junio en Moscú.

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La frustrada insurrección de Yevgeny Prigozhin contra Vladímir Putin ha sido un espectáculo de cine, con giros y sorpresas en las redes sociales, mientras criminales de guerra, dentro de la abundante colección que tiene Rusia, se desafiaban unos a otros. Era tentador quedarse boquiabierto viendo cómo la imagen de “gran potencia” de Rusia era reducida a la fotografía de un tanque en Rostov del Don, aparentemente atascado en las puertas del circo local. Pero no somos observadores pasivos de este espectáculo. Cada uno de nosotros tiene influencia en su resultado final.

Putin parece más débil que nunca y eso no es buena señal para una persona que ha fundamentado su gobierno en proyectar una imagen de fuerza. Para que se desvanezca todavía más el aura de invencible de Putin y, en última instancia, terminar con la invasión rusa de Ucrania, tenemos que socavar los pilares en los que ha basado su mito de hombre fuerte: la conquista como método de expansión colonial, el capitalismo no regulado y la falta de acción ante el cambio climático.

Cuando se ponga en cuestión su capacidad para gobernar, Putin dirá que pese a los esfuerzos del malvado “Occidente colectivo”, la economía rusa podrá recuperar la estabilidad porque el mundo necesita sus combustibles fósiles; que Rusia nunca estará verdaderamente aislada porque las empresas occidentales seguirán necesitando hacer dinero en el país; y que, pese a todos los errores cometidos en el campo de batalla, todavía puede mantener zonas de Ucrania bajo control de Moscú y que sus recursos serán repartidos entre los que se benefician del sistema ruso, para los que el riesgo de seguir con Putin seguirá siendo menor al riesgo de ponerse en contra de él.

El poder de Putin no es un espectáculo llamativo que se desarrolla en un país lejano sin nada que ver con nosotros. Está profundamente relacionado con desafíos generacionales enormes que tenemos que afrontar por nuestro propio interés vital. 

Qué hacer

En primer lugar, no hay que normalizar la conquista como método de expansión colonial. Algunos en Occidente instan a Ucrania a “negociar” con Rusia y ceder territorio para alcanzar la “paz”, pero lo que están diciendo implica dar luz verde al resto de gobernantes que aspiran a convertirse en potencias imperiales para salir a conquistar y robar.

En lugar de eso, hay que asegurar que Ucrania recibe todo el apoyo militar que necesita para liberarse del imperialismo ruso y que obtiene las garantías de seguridad imprescindibles para evitar que Rusia vuelva a invadirla. Poner en marcha un tribunal que juzgue el crimen de agresión, como propone el abogado Philippe Sands, también servirá como señal de que las invasiones no provocadas no se normalizarán, ya sea por parte de Rusia o de cualquier otra potencia.

En segundo lugar, hacer que las empresas occidentales se vayan de Rusia. Es verdad que al comienzo de la invasión hubo empresas que abandonaron Rusia, pero las que se quedaron son muchas más, entre las que figuran conocidas marcas de lujo.

Pero también hay ejemplos positivos de movimientos iniciados por la sociedad civil, por los trabajadores y por los consumidores para conseguir el cambio. Un ejemplo es el fabricante sueco de vodka Absolut. Cuando se produjeron los llamamientos generalizados al boicot, la marca dejó de exportarse a Rusia. Una campaña pública posterior hizo que Pernod Ricard, la empresa matriz de Absolut, se retirara por completo del país.

Más grave que el efecto que pueden tener las marcas de consumo es el uso de maquinaria occidental sofisticada y las exportaciones que permiten al ejército ruso fabricar equipamientos. Empresas como Haas Automation han sido acusadas de seguir enviando maquinaria y piezas a Rusia (la empresa afirma que desde marzo de 2022 no ha enviado ninguna máquina desde su fábrica a Rusia, y que ha cumplido Íntegramente con los controles de exportación fijados por EEUU). 

Todas las empresas tecnológicas deben tener controles para evitar que sus productos se empleen en crímenes contra la humanidad. Existen muchos mecanismos para que las tecnológicas se hagan cargo de la responsabilidad que están obligadas a asumir. Empezando por el seguimiento del destino final de sus máquinas y pasando por la instalación de interruptores que les permitan desactivar a distancia sus tecnologías.

No se trata solo de una o dos empresas sino de cambiar toda una forma de pensar. Los crímenes de Putin llevan décadas siendo propiciados por políticos y empresarios que defendían la mayor interconexión económica con Moscú como el camino que conduciría a una Rusia más pacífica. 

Incluso después de 2014, cuando Putin invadió y se anexionó Crimea, las empresas siguieron ampliando sus negocios con Rusia, especialmente las alemanas. Las preocupaciones por los derechos humanos se desoyeron durante décadas. ¿Quién necesitaba preocuparse por eso, cuando en última instancia iba a ser el interés económico de cada parte el que dictase la política oficial? 

Luz verde a la agresión

Esta forma de pensar ignoró el hecho de que el enfoque de laissez-faire era interpretado por el régimen ruso como una luz verde para aumentar la represión y la agresión. Si a Occidente solo le importaban los negocios: ¿Por qué iba a reaccionar ante una invasión? Esa ideología, o más bien esa excusa ideológica que justificó la codicia de corto plazo, ha perdido toda credibilidad.

Tenemos que modificar nuestro comportamiento y reconocer que los derechos humanos, la seguridad y los vínculos económicos están profundamente entrelazados. Ya está bien de venderle a los dictadores la cuerda con la que mandan a la gente a la horca. A nuestros vecinos y, en última instancia, también a nosotros. 

Pero si hay un elemento básico en las pretensión de invencibilidad de Putin, que es nuestra dependencia de los combustibles fósiles. La lucha contra Putin es también la lucha contra la crisis climática. Como escribe el profesor Alexander Etkind en su nuevo libro Russia Against Modernity (Rusia contra la modernidad), hasta dos terceras partes de la economía de Putin ha dependido de las exportaciones de petróleo y gas, de manera crucial a través de oleoductos que pasan por Ucrania y en gran medida hacia Europa.

Según Etkind, parte de la decisión de invadir Ucrania se explica por el deseo de Putin de controlar ese flujo. Además, quería desestabilizar a Europa, inundándola de refugiados y sembrando el caos y el miedo para obligar a la UE a desechar su plan de alcanzar una emisión neta de carbono igual a cero en 2050. Como en tantas ocasiones durante esta guerra, Putin consiguió lo contrario. La invasión ha disminuido la dependencia de la energía rusa en Europa. 

El aura de invencibilidad de Putin basada en los combustibles fósiles se ha tambaleado, pero solo hemos recorrido una parte del camino. Acelerar la descarbonización no es solo la forma más sostenible de debilitar a Putin. También, la oportunidad de limitar la posibilidad de nuevas guerras agresivas por parte de futuros líderes rusos y otros gobernantes autoritarios en países con muchos recursos.

Traducción de Francisco de Zárate.

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