Es pleno verano en la playa de Gaza. Un carro con un caballo recorre la playa vendiendo flotadores de colores brillantes. Un bote pequeño ofrece paseos por el mar. Las familias descansan en sillas mientras unos pocos niños juegan en el agua.
Normalmente, en plenas vacaciones escolares, la playa estaría repleta. Especialmente este año, que una crisis energética hace que en las casas se pase un calor insoportable. Pero estos días muchos padres han decidido no traer a sus hijos.
Lo primero que se siente es la peste: el olor sulfúrico de las aguas residuales.
Donde juegan los niños, el agua está turbia y marrón, con una suspensión fina de materia fecal evidente a simple vista. Los niños sacan del agua pequeños peces muertos como si fuera un juego.
Si bien la contaminación en los 40 kilómetros de playas de Gaza no es nueva, lo que sorprende es el nivel. Estos días, según el estudio medioambiental más reciente, el 73% de la costa de Gaza está peligrosamente contaminada con aguas residuales.
La razón es muy simple. Después de 10 años de un bloqueo dirigido por Israel que ha provocado el deterioro de la pobre infraestructura urbana de Gaza, la reciente decisión de la Autoridad Palestina, bajo el control del presidente Mahmoud Abbas, de cortar la electricidad en la zona costera ha impactado en el ya rudimentario tratamiento de aguas residuales.
Sin electricidad para que funcionen las lagunas sanitarias, las estaciones depuradoras y las bombas de aguas residuales, la ciudad de Gaza ha debido tomar una decisión entre dejar que la ciudad se inunde o enviar las aguas residuales sin tratar directamente al mar.
Este nuevo nivel de contaminación no tiene solamente un efecto medioambiental, sino también un profundo impacto social. En una región superpoblada con dos millones de personas y mayormente aislada del resto del mundo, para muchos la playa y el mar son la única forma accesible de recreación.
Sentado en su torre de socorrista, Khalid Farahat, empleado por el ayuntamiento local, dice que el número de personas que están yendo a la playa ha bajado casi un 50% desde que comenzó la crisis energética y de aguas residuales en abril.
Hoy lo acompaña su hijo de 12 años, que no entra al agua cuando está tan sucia. “Hay mucha menos gente de lo normal”, explica. “El agua está muy contaminada. Hay una tubería de aguas residuales a menos de un kilómetro de aquí. Cuando el viento sopla en esta dirección, el agua se pone imposible. Cuando hay electricidad, puedo hablar por los altavoces y advertirle a la gente de que no se meta en el agua”.
“Incluso cuando teníamos electricidad todo el día, la gente venía a la playa para escapar del calor. Ahora, sin electricidad ni playa, es un desastre”, apunta.
El incremento del problema de las aguas residuales en Gaza es más visible en dos municipios: en Wadi Gaza, en el centro de la región, donde un río de aguas residuales puras se vierte en el mar, y en el norte de Gaza, donde las aguas residuales llegan a través de un uadi por debajo del muro de la frontera con Israel y llegan al mar cerca de la playa Zikkim.
Sin electricidad es imposible depurar
En la oficina de Servicios Públicos y Agua de los Municipios Costeros de Gaza, Omar Shatet, jefe de operaciones, explica la magnitud del problema. “La situación está peor que nunca. Nuestros sistemas son todos eléctricos, y si pasamos 20 horas del día sin electricidad, no podemos depurar las aguas residuales.
“Tenemos cinco plantas de tratamiento de aguas residuales, pero la mayoría se construyeron en su momento como provisionales, hasta que se terminaran los nuevos sistemas de tratamiento de aguas. Pero han pasado 15 años y sólo uno está cerca de ser acabado”.
La situación es una pescadilla que se muerde la cola, admite Shatet, porque hace falta electricidad para poder operar. “Tenemos 70 estaciones de aguas residuales en todo Gaza”, añade. “Pero la prioridad ahora es detener las inundaciones en las ciudades donde funcionan las bombas. Eso significa que 15.000 toneladas de aguas residuales sin tratar van al mar, además de 110.000 toneladas a medio tratar”.
“El resultado es que el estudio más reciente que hicimos de las aguas de la costa mostraron que el 73% tiene un nivel de contaminación que obliga a prohibir el baño, así que sólo queda un 27% de la costa disponible en todo el país”.
El propio Shatet no se ha bañado en el mar en los últimos años y sólo lo haría desde un bote a 200 metros de la costa, donde la contaminación disminuye considerablemente. En las oficinas de Unicef, que tiene una planta de desalinización del agua, el especialista de la ONU en aguas y sanidad, Mohanlal Peiris, da una explicación igual de desalentadora.
“La situación es muy mala. O sea, mala de verdad. Y ahora está peor. No hay realmente tratamiento de aguas residuales. Y lo que ya era un problema en el pasado, ahora ha empeorado porque no hay electricidad. Y cuando hay electricidad en las lagunas sanitarias, no hay ventilación para el proceso de tratamiento”, explica.
“Las autoridades sanitarias tienen la opción de dejar que Gaza se inunde en sus aguas residuales, lo cual sería aún más catastrófico. Si eso sucediera, las aguas residuales llegarían a las napas subterráneas que ya están salobres por la infiltración de aguas residuales, fertilizantes y agua de mar, ya que los acuíferos están casi vacíos”.
Se necesitan nuevos desagües
Como explica Peiris, Gaza tiene además problemas singulares. Al ser una región plana, las lagunas sanitarias no pueden utilizar la gravedad para separar las aguas residuales y dependen de la electricidad. El bloqueo dirigido por Israel no sólo dificulta el conseguir generadores sino que impide extender los desagües marinos hacia mar adentro, como ha hecho el Reino Unido, que ha construido desagües de 1,5 km de longitud.
Lo que sucede en el mar no sólo afecta a los bañistas. Milina Shahin, colega de Peiris en Unicef, vive cerca del mar y está preocupada por el efecto del olor en sus propios hijos.
“Vivo al lado de la playa. Se supone que eso es un privilegio, pero el olor me da dolor de cabeza. Ahora me preocupan mis hijos. No les puedo decir que no salgan al balcón. Se supone que es algo bonito, poder salir a ver el mar. Es un desastre”, afirma.
Si bien para los ricos hay opciones, por ejemplo piscinas privadas y cabañas que se alquilan por 12 horas por unos 90 euros, eso representa casi la mitad del salario mensual de un socorrista como Khalid, haciendo que estas opciones sean inaccesibles para la mayoría de la población de Gaza.
Otra opción es viajar el norte, a los dos kilómetros de playa que están en el extremo norte del país, junto a la frontera con Israel. Esas aguas están consideradas las más limpias de Gaza. Pero para la mayoría, la única opción es nadar e incluso pescar en agua sucia.
El día que the Guardian visitó la playa de Gaza, Tayeb Quneitra, peluquero, estaba sentado en la orilla con su esposa, mirando a sus hijos de entre tres y nueve años jugar en el agua. Dijo que hacía tres semanas que no venía. “Escuché en las noticias que no es seguro bañarse por las aguas residuales. Pero los niños necesitan nadar”, aseguró. “Yo no nado, pero tengo amigos que no quieren venir”.
“Este es el único sitio donde podemos escapar del aburrimiento en Gaza. Nos acostumbramos al olor. La última vez que vine, estaba peor que hoy,” añade. “Aquel día el agua estaba completamente verde”.
Traducido por Lucía Balducci