El último halcón de la oposición venezolana
Durante el referéndum constitucional en Venezuela en 2007, el municipio caraqueño de Chacao, el más rico de Caracas, era un cadalso de chismorreos que tenían al entonces alcalde Leopoldo López como objeto de deseo.
López, el hombre más guapo de Venezuela según la revista Estampas, acababa de casarse con Lilian Tintori, una periodista más conocida por su participación en el reality show Robinson que por su habilidad para conducir magacines en Televen, Unión Radio y RCTV. Como en un lujoso culebrón, la boda fue celebrada a todo trapo en el elitista Country Club de Caracas rodeada de corceles blancos, envuelta en bendiciones apostólicas e invadida por toda la prensa rosa del país.
Demasiado espectáculo para un municipio que representa menos de una octava parte de la capital venezolana. Así lo describían, entre sonrisas burlonas, los propios militantes del partido Primero Justicia, que le llevó a la alcaldía. En una visita a la sede de Chacao que organizaba la campaña a favor del 'no' a la reforma constitucional propuesta por Hugo Chávez, uno de los presentes describió el “mal perder de López”, que, al no salir elegido candidato a la presidencia, decidió romper el partido para fundar otro, Un Nuevo Tiempo (UNT), del que fue expulsado dos años más tarde.
Hoy, cerca de cumplir 43 años, Leopoldo López se ha convertido en la figura más prolífica de Venezuela. Un experto en conspiraciones internas y externas. Indomable y seductor para unos, provocador y ambicioso para otros, el líder indiscutible de los disturbios que ahora sacuden Venezuela es un impulsivo político radical de ideología nacional cristiana que se ha labrado una habilidad camaleónica para trepar por las hiedras de la democracia. Antes y ahora.
Acusado por la Fiscalía de promover los disturbios más violentos, López se entregó a la policía hace una semana tras una manifestación contra el Gobierno. Se encuentra en una prisión militar, donde ha recibido un trato correcto, según su familia, aunque está en completo aislamiento.
Participante en el golpe de 2002
Pocos venezolanos han olvidado la destacada contribución de López al golpe de Estado de 2002, cuando procedió en persona a arrestar al entonces ministro de Interior, Ramón Rodríguez Chacín, que casi fue linchado por una masa desaforada sin que hiciera nada por evitarlo. A pesar de que nunca fue procesado por su implicación en el golpe, López siempre se ha mostrado orgulloso por su participación en un suceso que marcó con fuego la historia contemporánea de Venezuela.
Es cierto que el chavismo juró una fría venganza, culminada en parte cuando en 2008 fue inhabilitado para ejercer cargos públicos tras ser acusado de recibir recursos de la gerencia de Petróleos de Venezuela (PDVSA), que entonces ocupaba su madre, Antonieta Mendoza, para financiar una fundación de su partido Primero Justicia.
Pero este capítulo sólo es la punta de un oscuro iceberg al que siempre le ha gustado encaramarse, incluso antes del triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998. Hijo de una conocida y rica familia descendiente del mismísimo Simón Bolívar, Leopoldo López se graduó en Económicas en el Kenyon College de Ohio –una prestigiosa institución reservada a jóvenes adinerados–, que luego perfeccionó con un máster en Políticas Públicas en la Kennedy School of Government de Harvard, un centro al que se ha vinculado en demasiadas ocasiones con operaciones de captación y formación de agentes de la CIA.
Esta sombra decisiva acompaña a López desde que se filtró, interesadamente o no, sus vínculos familiares con Thor Halvorssen Mendoza, jefe de Human Rights Foundation, una organización “dedicada a proteger la libertad en las Américas”, pero que a la larga se destapó como una ramificación tenebrosa de sectores neoconservadores por América Latina con estrechas relaciones con el fracasado golpe contra el presidente de Bolivia, Evo Morales, en 2009.
No es de extrañar que el periodista canadiense Jean-Guy Allard, autor de varios libros de investigación sobre los tejemanejes de Washington en el continente, hilara las conexiones entre Leopoldo López y el International Republican Institute (IRI) del Partido Republicano, “que le extenderá luego todo su apoyo estratégico y financiero”, según relata en un artículo publicado en varias revistas internacionales de izquierda.
Desconfianza en la derecha
También la propia derecha venezolana se ha cuidado mucho de la ambición sin límites demostrada por Leopoldo López y, especialmente, de su peculiar manera de concebir el regreso al poder. Algunos analistas aseguran que la entrada del partido que fundó en 2011, Voluntad Popular, en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), destinada a plantar cara a Chávez, se debió a presiones externas más que a una generosa decisión personal.
Hábil como una comadreja en la coalición, Leopoldo López salvó los muebles de su derrota como candidato de la MUD al convertirse en el jefe de campaña de Henrique Capriles, pero de nuevo su ambición le jugó una mala pasada al vanagloriarse de sus contactos con políticos poco agraciados en el continente, como el golpista paraguayo Federico Franco, y sobre todo, Álvaro Uribe, representante del ala más reaccionaria de la derecha latinoamericana.
En otras palabras, Leopoldo López es hoy para millones de ciudadanos, chavistas o no, el representante oficioso de la clase política tradicional que se quedó sin el poder tras la Revolución Bolivariana, un apestado que es mencionado hasta 77 veces en los telegramas diplomáticos de EEUU filtrados por Wikileaks. La mayoría de ellos se refieren a conflictos internos dentro de la MUD.
El académico opositor más respetado, Ramón Piñango, alertó del peligro que representa Leopoldo López para la unidad política antichavista. En un escueto documento enviado a Capriles, Piñango considera que la agenda de López “no se corresponde con asuntos de política nacional” y que sus proclamas al enfrentamiento callejero “unificará a las fuerzas chavistas”.
Además, destaca que el perfil del líder de las actuales revueltas –“demasiado vinculado a Uribe y el paramilitarismo, lo que quiebra la relación con Santos”– no tiene respaldo popular, “que mayoritariamente sigue apoyando el chavismo”. En definitiva, un político ambicioso que juega con nitroglicerina.
En una entrevista concedida la semana pasada a CNN, Capriles admitió que la convocatoria de Leopoldo López ha generado falsas expectativas que reeditan el fracaso de la derecha en el pasado. El excandidato presidencial fue claro y rotundo al afirmar que “si el pueblo humilde no se incorpora”, su desafío callejero, además de inútil, “será una mentira”.
Capriles se refería al problema de Leopoldo López como posible líder de la oposición: sólo encontraría el apoyo de la flor y nata de las élites venezolanas. Un aviso del ruido de sables que comienza a correr en la MUD y que sólo la situación actual de López está frenando.
Por delante quedan dos años antes de las próximas elecciones, pero el panorama es desconcertante. Ignacio Ramonet mostraba su perplejidad ante el artificialismo que rodea la violencia registrada tras una protesta estudiantil que sigue registrando muertos, heridos y destrozos millonarios por todo el país.
“En Venezuela hay casi tres millones de estudiantes universitarios y una minoría de ellos salió a la calle a protestar pero que desaparecieron ese mismo día sin reclamación alguna. ¿Por qué nadie conoce sus demandas? ¿Por qué la voz que han amplificado los grandes medios de comunicación sólo es la de López?”, se preguntaba el director de Le Monde diplomatique en una entrevista concedida esta misma semana a CNN.