'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Los funerales de Matteotti: reseña sobre 'M., el hijo del siglo' de Antonio Scurati
Scurati narra el ascenso de Mussolini desde que nacen los primeros fascios de combate entre los desencantados y los veteranos de la Primera Gran Guerra, hasta que el traidor (así le llama Scurati; el adjetivo 'cínico' también le casa) llega al cargo de Primer Ministro del Reino.
No se trata de una novela al uso, sino que el autor utiliza las cartas, los datos de historiadores y la hemeroteca para componer un friso histórico, donde prácticamente cada frase es una cita real. No es la primera vez que se hace un texto collage -se equivoca quien haya redactado la solapa- pero al tratarse de una obra tan larga, que saca a la luz datos y hechos que Europa tiene tan olvidados, el efecto es demoledor, inédito, único.
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Todas y todos nosotros podemos decir: la Ilíada trata sobre la guerra de Troya. Sus lectores saben: la Ilíada cuenta la cólera de Aquiles, mientras permaneció 'en huelga' por una disputa con Agamenón. Las que somos fans y relectores irredentos decimos: la Ilíada es Héctor. Protector de su hermano Paris, su defensa de Troya, su amor por su hijo y su esposa. Su muerte. Cuando Héctor es enterrado, la Ilíada concluye.
Héctor, el enemigo vencido, le roba el protagonismo a Aquiles y cierra la epopeya primera de Europa con el humo de su pira funeraria.
Así, esta novela de no-ficción, dedicada a narrar el ascenso de Mussolini y sus secuaces, es la novela del héroe vencido. Matteotti, el diputado socialista tuberculoso, solitario, mal esposo y peor político; el rico venido a menos cuya oratoria no es brillante sino un listado de números y fechas (Matteotti se dedicó a recopilar los hechos violentos de los camisas negras uno a uno y publicarlos después sin comentarlos). Es de Matteotti de quien habla este libro, es su lucha y su honor lo que se narra aquí.
Entre medias, la suciedad: los fascistas, un grupo de delincuentes que reciben dinero de los terratenientes para matar huelguistas y quemar cosechas, que torturan a los líderes sindicales, que cobran de las petroleras americanas a cambio de perforar en Italia, que se venden al rey y a los conservadores a cambio de un pacto, que insultan, que mienten y se jactan. Que regalan empresas públicas a quien les paga mejor. Lo de siempre.
Después de las elecciones de 1924, que dan la mayoría absoluta al Partido Nacional Fascista (ya no eran los Fascios de Combate, Mussolini los había domesticado en forma de partido monárquico; aún los domesticará más veces), Matteotti sostiene que las elecciones no han sido libres y desgrana, durante tres horas, los crímenes que han tenido lugar a lo ancho y largo de Italia en la jornada electoral: amenazas, incendios, palizas a pie de urna, secuestros y asesinatos. Amenazas y secuestros de periódicos y presidentes de mesas electorales, robo y falsificación de papeletas por todo el país. Casi 200.000 sicarios a sueldo (no son muchachos idealistas, el partido paga manutención, desplazamientos y honorarios a sus milicias), con la misión de falsificar una democracia. Matteotti promete, para la siguiente sesión del congreso, un informe sobre la financiación ilegal del PNF. Scurati, buen alumno suyo, enlaza dato tras dato en su texto, leemos los hechos probados de la Historia.
La presencia de Matteotti, que el autor ha ido salpicando modestamente por todo el libro, se engrandece como el héroe moderno, el de la paciencia, el gestor de cuentas que decía David F. Wallace. Escribe Scurati: “Es un hombre solitario, casi desamparado, el que se levanta de los escaños de la izquierda (...) se limita a enumerar los hechos”. Su funeral cierra el libro y abre la locura en el siglo.
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