La primera reacción el domingo por la noche con los resultados electorales calientes fue preguntarme: ¿Se ha acabado el 15-M? Esa misma incógnita se me volvió a plantear minutos después oyendo a los enfervorizados mili-simpatizantes socialistas gritando “¡Sí, se puede!” o “¡Con Rivera, no!” en Ferraz.
La victoria de Pedro Sánchez y su partido, las esperanzas suscitadas en buena parte de la población menos pudiente y las pasadas experiencias con otros mandatarios del mismo partido convierten en pertinentes algunas preguntas. Al menos, eso me parece.
El presidente del Gobierno tendrá que cumplir determinadas expectativas no realizadas y por él suscitadas en su difícil y corto primer mandato recién terminado. Predicó mucho para aglutinar en torno a él los apoyos necesarios y concluir parlamentariamente el periodo gobernante del Partido podrido dizque Popular… Pero dio poco trigo.
A su favor, o en su disculpa, la precariedad ineludible de gobernar con solo 84 diputados “fieles” y apoyos de fortuna más o menos creíbles. En su debe, la sensación de que podría haber hecho algunas cosas más a pesar de su escasa base parlamentaria. Optó por no molestar demasiado a quienes todos sabemos. Y dejó muchos asuntos apenas esbozados y sin concretar.
Por muchas nuevas expectativas que pueda levantar esta segunda reforzada etapa de Sánchez en La Moncloa, el pasado juega en su contra. El olvido y el soslayo de muchas reivindicaciones sociales de los votantes de izquierda, socialistas o no, y, a veces, el desprecio a esas mismas reclamaciones fueron moneda común en anteriores gobiernos socialdemócratas en España, en aras de “intereses” mayores: fueran estos de la Nación, el Estado o de… dejémoslo ahí.
No hay que negar avances sociales y políticos con gobiernos del PSOE en España, pero también hay que recordar que algunos de esos gobiernos provocaron protestas laborales y sociales tremendas. Porque, para salvaguardar aquellos intereses, tanto Felipe González y sus ministros como Rodríguez Zapatero y los suyos pusieron por delante los intereses, digamos, “superiores” sobre los, volvamos a decir, “populares”. La casta frente a la gente, según los nuevos enunciados. Las élites contra el pueblo, clásicamente.
Quizá sea necesario recordar que el ministro de Trabajo de Felipe González, Joaquín Almunia, dio pie a una huelga general de las que hacen época en junio de 1985. Ese bilbaíno de recia barba y alopecia extensa no estaba solo: le acompañaban los Solchaga, Boyer… etc, etc.
Y él mismo volvió a repetir jugadas similares que dieron lugar a protestas parecidas como comisario de Competencia en la Unión Europea años más tarde. Fiel a sí mismo y a su ideología social-liberal llegó a declarar en 2012: “Esperar un trabajo fijo es bonito, pero ya no es realizable”.
El “caso” Almunia es paradigmático de las políticas socioeconómicas de la socialdemocracia española cuando los poderes financieros aprietan las clavijas. Lo mismo que Zapatero cuando en su segunda legislatura firmó un pacto subrepticio, sin luz ni taquígrafos con Mariano Rajoy para reformar el artículo 135 de la Constitución española, poniendo por delante las obligaciones de la deuda financiera frente a cualquier otra consideración económica nacional. Eso fue en 2011. Ya había llegado lo que todo el mundo vio venir menos Zapatero. Y luego vino lo que vino, perpetrado por el Partido podrido de Rajoy.
Sánchez fue preguntado apenas 72 horas antes del 26-A sobre la derogación de la reforma laboral del ínclito e inefable pontevedrés. En contra de cosas que había dicho antes de ser presidente con 84 diputados, el que ahora gobernará en solitario con 123 dijo que lo que va a hacer es un nuevo Estatuto de los Trabajadores que hará tabla rasa de esa reforma.
¡Qué bonito suena! Y, así, me asalta otra pregunta: ¿Cuántos meses, si no años, de negociaciones, acuerdos, tiras y aflojas se necesitan para aprobar parlamentariamente el cambio sustancial de una ley de rango superior como la que nos ocupa? Una más: ¿Quedará en esto la tantas veces amagada por Sánchez y su PSOE derogación de la reforma laboral del PP de Mariano Rajoy?
“¡Sí, se puede!”, gritaron los simpa-militantes socialistas en Ferraz en la noche del domingo al lunes. “¡Con Rivera, no!”, siguieron. Última pregunta: ¿De verdad? Habría que recordarles ––a todos: votantes, simpatizantes, militantes y dirigentes–– que aquel “!No nos representan!” del 15-M también iba dirigido a ellos, a esos que festejaron en la noche del domingo al lunes otro santo advenimiento, y al partido de los gobiernos socialdemócratas españoles. Veremos si cambia algo. Vale.