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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Año Nuevo, vida nueva

Ángel Luis Hernández García

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“Año nuevo, vida nueva”, esperemos. Cambiamos el año y la verdad es que toca hacer balance de lo ocurrido. Y como pasa muchas veces que los tiempos del calendario son diferentes que los de la vida, pues al final tengo que volver la mirada un poco más atrás de aquellas últimas uvas; bastante más atrás, quizás a ese 20 de diciembre de 2010.

Antes de nada, y para que no se pierda el hilo de lo que quiero decir, hay señalar que uno de los cambios más importantes que he vivido en estos últimos años, como sé que les ha pasado a muchos de mis amigos y compañeros, tiene que ver con el paso de la casa a la calle, y de la calle a las instituciones. En todos esos espacios he aprendido mucho, pero de manera muy diferente, y sobre todo en la complicada relación entre esos tres espacios: casa, calle e instituciones. En fin, “en la calle y en las instituciones”, decíamos desde el principio, y aquí estamos, sin perderme ni un poco de esas transformaciones que vienen, pero que aún tenemos que trabajarnos mucho.

La historia es larga y no puedo contarla entera (no porque no me apetezca), pero sí especialmente algunos momentos-hitos personales, que han sido significativos.

Todo empieza de nuevo con el bien llamado “tijeretazo” de Valcárcel ese 20 diciembre. Realmente, para mí y muchos de mis compañeros fue todo un jarro de agua fría que hizo de golpe para que dejáramos de mirarnos el ombligo. Parafraseando a el gran teórico Rajoy, “hubo muy y muchas” manifestaciones desde el principio, “muy y muchos” compañeros que vivimos la necesidad de defender nuestro trabajo, porque además ese trabajo es ser docente, maestro, profesor... y profesor como oficio exigido por una sociedad que se considera avanzada, no como un negocio particular de una u otra persona; un oficio que forma parte de uno de los mejores logros de todo el siglo XX para los trabajadores y, en mi opinión, por eso también para toda la humanidad: la educación pública universal.

Efectivamente salimos a luchar por nuestros derechos, incluso cada uno de nosotros salimos por cada uno de nuestros sueldos, por cada una de las horas que nos hacían trabajar más, por cada euro que perdíamos, por la posibilidad de perder nuestro propio trabajo; pero, por supuesto, nunca fue solo eso. Primero porque los recortes expulsarían a muchos verdaderos profesionales de la enseñanza pública y eso nos dolía y forzaba a dejar de mirarnos el ombligo, y segundo porque nunca separamos nuestras legítimas exigencias como trabajadores de ese principio de justicia que es la defensa de ese derecho para todos los de abajo: la defensa de la enseñanza pública.

Y así, esa primera reacción “cuasi-egoista” inicial, se llenaba primero del eco lejano de la justicia social y de la solidaridad; pero poco a poco en cada manifestación vivíamos la fuerza que teníamos y la importancia de lo que hacíamos, hasta que la lluvia fina penetró en el conjunto de la sociedad y en muchos de nosotros hasta los huesos. Aprendimos “muy y mucho” en esta lucha.

En estos años el criterio era organizar. Sabíamos que el impulso se diluye, que la ilusión se acaba, y se trataba precisamente hacer que los compañeros vinieran a manifestaciones, que los manifestantes decidieran venir a reuniones para organizarlas, que los organizados tuvieran una perspectiva global. Esa era la forma de crear contrapoder, decíamos. La única forma de crear contrapoder, creía.

Pues sí, de este impulso surgen las primeras asambleas de docentes (¡Asambleas de 500 o 1000 personas!). Meses antes del estallido del 15M, surgen las históricas manifestaciones; surge, cómo no, AIDMUR, surgen encierros y ríos y ríos de tinta denunciando lo que sabíamos que venía. Aprendíamos a reunirnos, a organizar asambleas, a entender los cabreos de los compañeros, a coger un megáfono y encender una concentración, a tomar decisiones rápidas en una asamblea cuando la policía te dice que hay que abandonar la Consejería o a que, aunque haya miedo, si lo que defiende la polícía no es justo, pues hay que enfrentarse y quedarse, como así hicimos en ese mítico encierro en la Consejería de Educación, la que se suponía nuestra casa y de la que nos expulsaron a la fuerza por no ceder, por reclamar lo que nunca debimos perder. Crecimos, si señor, “muy y mucho”.

La movilización no era solo movimiento por el movimiento, había un plan, aunque mínimo. Intuíamos que decenas de miles en las calles son importantes, pero importante también es estar organizados, coordinarnos, hablar, discutir, llegar a acuerdos y actuar. Y de aquí un segundo momento especialmente importante para mí: la Marcha de Mareas de nuestra Región.

El antecedente inmediato está en algo me hizo también aprender mucho, aprender a tomar el pulso de la gente: después de meses saliendo a la calle por la educación, empezamos a encontrarnos con compañeros de otras luchas y finalmente acabamos coordinando acciones con la PAH. Después de participar en la Marcha contra el paro y la precariedad nos encontramos, frente a lo que algunos pensábamos, con que muchos de nuestros compañeros recibían con ilusión esa coordinación.

De aquí a las Marchas de Mareas solo hubo un paso. Empezamos con reuniones con colectivos. Al principio con muchas resistencias, pero finalmente se fueron sumando prácticamente todos los colectivos y fuerzas que estaban en la calle, incluso algunos se organizaron desde allí. En la primera marcha 40.000 personas inundaron las calles de Murcia. Como sé que para muchos de mis compañeros, hay un momento especialmente emocionante y significativo: cuando las columnas de la marea verde y negra se juntaron llenas de gritos, ganas de luchar y alegría; después con la misma fuerza nos encontramos con la marea blanca y la marcha contra el paro.

En la segunda Marcha de Mareas, pese a los obstáculos del Gobierno regional, 80.000 personas salimos a gritar que queremos gobiernos al servicio de la ciudadanía. De nuevo en la Región supimos leer ese ánimo de la gente y nos adelantábamos a las primeras coordinaciones de las Mareas en el resto del Estado y posteriormente a la Marcha de la Dignidad.

¿Por qué se pudo dar esa unidad en la Región ahora? Primero, claro, porque había estructuras movilizadas (las mareas) y segundo porque, pese a las diferencias entre las organizaciones, había una exigencia en la gente que había compartido calle frente a las políticas que nos hacían. Ahora pienso que si hubiera habido mayor madurez en la izquierda, esa exigencia de la gente hubiera sido un verdadero pulso a cualquier gobierno.

Aquí coordinamos discursos y acciones, desarrollamos ideas, aumentamos nuestra fuerza y sobre todo dejamos de hablar solo de problemas concretos para plantear los problemas en el espacio de la política, empezamos a intuir que había que estar en los gobiernos. Aprendimos “muy y mucho” en esta lucha.

Y aquí el tercer momento del que quiero hablar: la decisión de participar en espacios electorales. Y antes de continuar necesito explicar un par de cosas: por un lado, que en este camino de aprendizaje me di cuenta de que la constancia en estas batallas te la da muchas veces precisamente la convicción de luchar por algo más que por cosas concretas, al final por un mundo más justo; y también que ese mundo más justo se construye en las luchas concretas debatiendo, siendo muchos o pocos, abierta y científicamente. De ahí mi decisión de involucrarme con algunos compañeros en República en Marcha, desde donde discutimos colectivamente y actuamos conjuntamente, para cambiar las cosas. De hecho aquí también aprendí “muy y mucho”.

Por otro lado quiero explicar que no creo que en ese espacio electoral esté la superación o la culminación de la lucha en la calle, sino que para mí es otro espacio desde el que acabar ganándole la partida a los grandes poderes económicos, siempre sabiendo que está diseñado para que nos sea muy difícil ganar.

Pues bien, decíamos que la lucha me llevó a plantarle cara a los caciques de mi ciudad presentándome a las elecciones. Aquí también aprendimos “muy y mucho”. Primero en la construcción de Ganar Archena y en el intento de involucrar a los colectivos de la ciudad; después en la campaña y por último en mi actividad como concejal.

Siempre fuimos conscientes de que de lo que se trataba era de construir contrapoderes y toda nuestra actividad se centra en eso. Primero en organizar, en la medida de nuestras posibilidades, a compañeros, después en mostrar que la gente normal puede entrar en política entendiendo que lo que hacemos es un servicio, no un oficio y mucho menos un negocio, y por último en enseñar que un ayuntamiento dentro de un marco de relaciones que sirven para sostener el imperio de lo que tienen dinero es incapaz de hacer política para la gente. Y sí, hemos aprendido “muy y mucho” en esta lucha.

¿Qué es lo que cambia este año que entra? Pues parece que el panorama electoral está dejando las cosas bastante interesantes. Hay desconcierto en los mercados e ilusión en la gente, es cierto. Y eso es bueno. Según parece el pueblo tiene la iniciativa ahora y eso es igualmente bueno. Pero esa ilusión es frágil y necesita no perder la memoria. Necesita coger fuerza y alimentarse de la calle, nutrirse del espacio en el que crecemos. Lo que quiero decir es que el camino en el que hemos crecido ha sido importante y que eso va más lejos de cualquier expresión electoral. Porque esas expresiones electorales, para estar sometidas al control del pueblo, requieren de los espacios donde la gente unida se expresa.

Nuestra obligación es seguir aprendiendo, y aprender luchando. Confrontando y, mientras podamos, estar a la ofensiva, sin dejarles respirar, generando propuestas y contrastándolas con la gente. Durante este tiempo siempre he tenido una frase retumbando en mi mente, algo que dijo el joven Aristóteles: “Lo que esta en nuestro poder hacer, también podemos no hacerlo”. Porque los verdaderos cambios vienen cuando los de arriba no pueden y los de abajo no quieren.

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