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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La avaricia rompe el saco: no a lo macro

Cultivos de regadío

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Hay gran agitación en los pasillos del poder porque se ha anunciado que va a llegar mucho dinero de fondos europeos para repartir en este país. Mejor todavía, estos fondos se supone que irán orientados a una transición ecológica que garantizará la sostenibilidad de un nuevo sistema productivo. Y para que todo sea muy moderno, además hay que invertir en digitalización y nuevas tecnologías. La comisión europea dice que hay que dedicar un 37% de los 142,000 millones de euros para la transición ecológica, y un 20% para la digitalización. Esto es mucho, mucho dinero, que se supone que empezará a llegar en pocos meses. Pero cuidado, pues la avaricia rompe el saco.

Los conceptos de “sostenibilidad” y “digitalización” admiten muchas definiciones y ahora todo el mundo se ha apuntado a esas etiquetas. Lo verde y lo tecnológico vende mucho. Por ejemplo, tenemos “agricultura sostenible de precisión” que nadie sabe bien qué quiere decir, salvo al parecer los de la Fundación Ingenio (puede que tampoco lo sepan, pero da igual, pues basta con vender bien el invento dentro de un bonito paquete sin que se sepa bien lo que lleva dentro). O el “hidrógeno verde” donde no se dice claramente de dónde le viene la etiqueta “verde”, pues la gran mayoría del hidrógeno se produce hoy en día a partir del gas natural (metano) o de otros hidrocarburos, emitiendo en su producción gran cantidad de dióxido de carbono (CO2, principal agente del calentamiento global) o monóxido de carbono (CO, altamente tóxico). De ello saben mucho Gas Natural (“Naturgy”), Petronor o Repsol que ahora se apuntan al “hidrógeno verde”. Los fondos europeos son una gran oportunidad para realmente transformar nuestro modelo productivo y prepararlo para afrontar los retos del futuro, pero también pueden servir para apuntalar un modelo obsoleto y seguir beneficiando a los grandes grupos empresariales de siempre. Es necesario añadir una definición adicional a los objetivos que se pretenden alcanzar con los fondos europeos: la “democratización” de la economía. Solo mediante esta democratización se pondrá a las personas en el centro del modelo productivo. Y cuando son las personas y no los grandes grupos empresariales los que deciden sobre la economía, el resultado es más eficiente y más sostenible. Las personas saben cuidar bien de sus territorios para garantizar el futuro a las nuevas generaciones: esa es la verdadera sostenibilidad.

Hay una receta sencilla que permite incluir el concepto de democratización en los criterios de gasto de los fondos europeos: evitar lo “macro” y cuidar la pequeña escala. Acercar la economía a las personas que habitan cada territorio para que ellas tomen las decisiones que les afectan ahora y que les condicionarán el futuro. Esta receta se puede aplicar a tres grandes áreas en las que está amenazada la sostenibilidad de la Región de Murcia.

La agricultura está fuertemente arraigada en la identidad cultural de nuestra región, pero en las últimas décadas se ha transformado en una actividad industrial muy alejada del concepto de agricultura sostenible con pequeñas y medianas explotaciones familiares de secano o huerta de regadío. La macroindustria agraria ha destruido la posibilidad de sobrevivir de las pequeñas explotaciones familiares, y muchos agricultores han vendido o arrendado sus tierras a unas pocas empresas; el agua ya no es un recurso sino un arma arrojadiza en manos de unos pocos y se ha transformado en un bien de mercado que se compra y se vende de forma poco transparente beneficiando casi siempre a los mismos grupos de interés. Se han detectado por satélite más de 20,000 hectáreas de nuevos regadíos ilegales en la Región de Murcia (9,000 de ellos ya reconocidos por la propia confederación hidrográfica del Segura). Esta nueva demanda ha arrebatado el agua a quien la usaba tradicionalmente y el gran beneficiario ha sido la macroindustria agraria. Un ejemplo claro es lo que se ha producido en el Campo de Cartagena, donde el exceso de regadío, la explotación de pozos y desalobradoras ilegales, junto al uso intensivo de fertilizantes ha provocado la llegada de nitratos al Mar Menor y su casi irreversible estado de destrucción ambiental.

Las ganadería está sufriendo un proceso de transformación similar: las pequeñas explotaciones ganaderas (sobre todo de porcino) ya no pueden competir con las macrogranjas y quedan sometidas a una presión económica insoportable que les obliga a vender o a quedar subcontratadas en el fondo de una cadena de suministro que sólo beneficia a los grandes grupos. Las macrogranjas de cerdos creadas o que se anuncian en el noroeste y el altiplano de la Región de Murcia son una enorme amenaza ambiental. Ya se están contaminando los acuíferos, que podrían acabar siendo un Mar Menor subterráneo de difícil solución. Las macrogranjas intensivas no son una actividad ganadera sostenible para el territorio: son centros industriales de producción de carne que deberían estar en un polígono industrial regulado frente a la contaminación por residuos, olores y ruidos. Y quien piense que esto no es así, que se lo pregunte a quien tiene una macrogranja cerca de su pueblo.

La energía es otro sector en transformación. En nuestro país vamos con retraso, como siempre. Pero esto no era así hace diez años, cuando empezamos a desarrollar las energías renovables a pequeña escala y surgieron huertos solares en la Región de Murcia, o algunas personas empezaron a instalar sistemas en sus casas. Estábamos a la par que Alemania, a la cabeza del mundo en una nueva tecnología, algo inédito en nuestra historia. Pero esto amenazaba el oligopolio eléctrico de unas pocas empresas (Endesa, Iberdrola) que empezaron a demonizar a las renovables, y en particular a la energía solar fotovoltaica. Convencieron a un ministro para que pusiera el impuesto al Sol y aplicara la ley de forma retroactiva (una barbaridad jurídica), lo que envió a la ruina a miles de familias que habían invertido en esas tecnologías y paró en seco su desarrollo. Estas multinacionales del oligopolio español necesitaban tiempo para prepararse, pues se habían quedado atrás y necesitaban expulsar del mercado a muchas pequeñas y medianas empresas que habían apostado por las renovables. Una vez despejado el territorio y bien agarrados los permisos de conexión a red, estas mismas empresas son ahora promotoras de enormes macroplantas fotovoltaicas que ocuparán miles de hectáreas de suelo y amenazan a la biodiversidad. Es energía renovable, sí, pero ¿a qué precio? ¿cuáles son sus impactos?

Por suerte, todavía no es tarde, y los fondos europeos son una oportunidad para realizar una transformación productiva hacia la sostenibilidad económica y ambiental. Pero hay que añadir a lo sostenible y a lo digital el concepto de lo democrático. Y para ello, evitar lo macro: no a la macroindustria agraria, no a las macrogranjas porcinas, no a las macroplantas fotovoltaicas. Sí a la agricultura y ganadería de pequeñas explotaciones familiares o de pequeñas empresas, sí al uso sostenible del agua y al cuidado de los acuíferos, sí a la fotovoltaica, pero integrada en edificios, en polígonos industriales o incluso compatibles con explotaciones agrarias con las que comparten el terreno en el nuevo concepto de “agrivoltaica” que representa el futuro en el sector. Hay que decir no al dominio agropecuario y energético de unos pocos y democratizar la economía por el simple procedimiento de que cada persona, o cada cooperativa, o cada pequeña y mediana empresa pueda producir y consumir sus propios productos y su propia energía a escala local y regional. Estas soluciones alternativas son económicamente eficientes. Los procesos productivos pueden ser sostenibles si se gestionan a más pequeña escala, si los dueños son las personas o pequeñas y medianas empresas. Y estos grupos de personas y empresas pueden asociarse en red para hacer valer sus intereses frente a los poderosos de siempre y abrirse el paso hacia la exportación de productos de calidad con un verdadero sello sostenible. Pero necesitan el apoyo de un marco regulatorio adecuado y unas condiciones para el acceso a los fondos europeos que incluyan, además de la sostenibilidad y la digitalización, el concepto de democratización. Y eso se consigue diciendo no a lo macro. O en otras palabras: recordando que la avaricia rompe el saco.

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