Una interesante polémica ha surgido tras el anuncio de compra de Cabo Cope por parte de la organización conservacionista Anse (en realidad, su fundación inmobiliaria) a la institución estatal Sareb, creada para administrar los activos de bancos nacionalizados durante la crisis, Bankia en este caso. Y esta polémica debe seguir su curso porque el caso lo merece. Por supuesto que el asunto es cosa de principios, tanto ecologistas como sociales y políticos, y que el drama estriba en que no sólo Anse demuestra carecer de estos principios (que van indisolublemente unidos), sino que las Administraciones que estimulan o amparan este dislate, tampoco responden como debieran. Así, a un provocador conservacionismo amarillo, responden, en sintonía y alianza, los socialistas descoloridos de Águilas y Madrid.
Decía que la cuestión es de principios, de principios conculcados y burlados, de lo que se desprende una situación de alta toxicidad ecológica, social y política. No es, sin embargo, Anse el núcleo tóxico de este affaire, aunque sí el más ladino beneficiario; pero dada la relevancia mediática que ha alcanzado el tema, sí hay que explicar este ambiente de toxicidad por las contundentes mentiras con que su máximo representante, Pedro García, viene martilleando a la opinión pública: sobre ellas necesita fundamentar la burla ecológica, social y política.
Las falsedades son éstas: la primera, que el objetivo de Anse es proteger el Cabezo, ya que está protegido por nada menos que cuatro figuras de protección: el Plan General de Águilas, la normativa del Parque Cabo Cope-Calnegre, su condición de LIC y la calificación de ZEPA (¿quién da más?); es evidente que, con una guardería ambiental básica, seguramente a cargo de la Comunidad Autónoma, se conjuraría cualquier problema que surgiese. La segunda es que si no compran ellos el Cabezo, puede acabar en manos de un fondo de inversión (de los llamados “buitres”), que se lo compraría a la Sareb para construir en él, lo que es otra falacia porque, con esas protecciones nadie puede, tampoco unos propietarios, construir en el Cabezo.
La toxicidad de las interpretaciones de Anse, no es la más seria que se nos presenta. La toxicidad más insidiosa y demoledora, la nuclear en este affaire, la que el ecologismo social no puede tragar ni consentir, la contiene esa filosofía/ideología, inocultablemente comercial-ecologista consistente, en definitiva, en la burocratización de la naturaleza, muy en línea con los tiempos. Este comercial-conservadurismo, que reivindica la eficacia de la protección en manos privadas (nuestro héroe innombrable tiene eso de la eficacia por insistente bandera), obedece al enfoque liberal, ese que exige poner precio a todo, muy especialmente a los bienes comunes naturales: agua y tierra, aire y mar, sin olvidar los animales y las especies silvestres ya que –dicen estos impostores– sólo podrán salvarse si calculamos su valor (de cambio, desde luego, no de uso) y se lo asignamos, para que el mercado y la mano invisible consigan la proeza de gestionar los recursos y las especies de forma insuperable.
Se burocratiza la naturaleza y, también, una parte importante del movimiento ecologista, al que envenenan su institucionalización y las trampas del subvencionismo y los proyectos. Mejores observadores que yo resumen la exitosa política de Anse con las instituciones como “Dando caña y poniendo el cazo”, lo que tiene su miga porque se trata de un contradiós: eso sólo puede suceder sobre un acuerdo de fondo por el que las instituciones, tolerando un calculado grado de crítica, consiguen dorar su imagen y se permiten, de paso, marginar o asfixiar (si pueden) a las organizaciones inaccesibles al cambalache. Algo de esto –el subterráneo compincheo– veo yo en las relaciones Anse-MITECO, lo que me tiene negro (más que tiznao).
Burocratización y mercantilización llevan al objetivo de “poner en producción la naturaleza”, muy liberal. La idea de Anse debe ser forrarse con el Cabezo, al que desnaturalizará y deteriorará con suculentos proyectos europeos, manipulaciones, propaganda, visitas, controles… todo ese despliegue de aberraciones que, o ya conocemos o nos las tememos. Sin que falten los últimos avances de ese paradigma, tan degradado, de la educación ambiental, consistente, por ejemplo, en llevar a los niños de excursión a “islas de naturaleza”, aberración pedagógica donde las haya.
Estos negociantes hacen con la soberana quietud de Cabo Cope, por cuya tranquilidad muchos venimos velando desde 1974, lo mismo que esos políticos murcianos que nos querían convencer de que “la costa suroccidental” de la región, la de Mazarrón y Águilas, había que desarrollarla, porque estaba muy quieta y marginada: es la misma corrupción de intenciones, tanto en el discurso como en la praxis.
Al olor y la miel de las riquezas naturales de Cabo Cope (y para apropiárselas, con diversidad de ropajes y proclamas), vienen cayendo sobre Cabo Cope y su Marina, a lo largo de los siglos, una variada caterva de malhechores, obligando a los naturales a la resistencia y el mandoble: pero faltaba el desembarco de estos últimos, los que pretenden que sus planes –retorcidos, malmetidos y con las bendiciones de una Administración antiecológica y venal– sean alabados y coreados, sin crítica ni obstáculo. Escribía yo en 2008 sobre “Marina de Cope: de piratas, asaltos y botines”, un texto que fue recogido en La Región de Murcia patas arriba, una magnífica publicación del Foro Ciudadano, y hacía relación de los berberiscos del siglo XVI, de los electrizantes del XX y de los ladrilleros del XXI: ahora tengo que actualizar mi relato con estos perniciosos salvadores de la naturaleza que se ciñen a las nuevas artes de un tiempo nefasto en el que, a mayor fanfarria proteccionista, corresponde un peor y más rápido hundimiento de la naturaleza y el planeta.
Ante el Cabezo, distíngase la profunda moralidad de sentirlo propio, que no apropiado, de la perversa sensación de poseerlo tras vergonzoso chalaneo sin taquígrafos ni ideales: con premeditación, nocturnidad/cuarentena y alevosía. Yo lo tomo por producto típico de este mundillo murcianesco que tanto nos sonroja: ocurrencias, osadías y necedades, desafíos permanentes a la sensatez, la concordia y el trabajo probo, social y comunicativo, útil y prudente. Ambiciones tóxicas y peligrosas, desafío y conflicto social, bronca y disgustos. Anse da, con este pelotazo de la compra de Cabo Cope y la perturbación moral en la que incurre, un paso de gigante, contribuyendo netamente a consolidar una sociedad, la nuestra, que es todo menos ejemplar. Y todo esto, con la estulticia de pretenderse heraldo de un progreso dulzón y mequetrefe que trueca, inexorable y arteramente, pérdidas esenciales en ganancias de necio.
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