Llevo un año viajando cada mes por España en bus o tren por mi situación familiar. Estoy dedicando mucho tiempo, por tanto, a mirar por ventanillas, horizontes, autovías y estaciones de paso. En primavera descubrí algo que desconocía: los carteles y vallas electorales de las derechas esplendían en los arcenes y en las rotondas de las afueras de los municipios. Al principio creí que pretendían publicitarse en los sitios donde no les votaban (las pedanías o barrios de la periferia). Ingenua de mí. Eso me pasó por olvidarme de Las Vegas.
Sostiene Enric Juliana que la política es la geografía. Veamos: según el mapa oficial de Murcia capital, las afueras son lugares obreros, barrios dormitorio, talleres mecánicos, dependientas, camareros, tiendas, bares y mucho joven sin futuro. ¿Por qué poner una valla electoral de Vox o del PP? Les odian. Y sin embargo, allí estaban: Antelo y López Miras sonrientes, sin mácula, sin un rasguño en sus superficies (los carteles de las izquierdas fueron vandalizados desde el mismo día de pegada). No lo entendí. Hasta hoy. Limpiando la estantería de libros de diseño, reencontré el famoso 'Learning from Las Vegas' de Venturi.
En esta obra, Venturi sostiene que las ciudades modernas no están construidas para el peatón ni para los negocios, ni para las instituciones ni para las mercancías, sino para el automóvil. Es decir, para el desplazamiento. Venturi demuestra que lo importante de los mapas no son los elementos que muestran, sino las dinámicas entre esos elementos. Las vallas electorales limpias, bonachonas y carísimas de las derechas no se colocan en las afueras de las ciudades, se colocan en sus comunicaciones, por donde circulan sus posibles votantes: las familias que residen en las urbanizaciones que las mismas derechas se encargaron de crear para rédito de 4 promotores listos y de las cuales es imposible salir a pie. Urbanizaciones que, dicho sea de paso, son fábricas de votantes de derechas pues, si en tu entorno no hay ni Junta Municipal, ni médicos, ni colegios, ni jardines, ni Museos, ni polideportivos, ni comisarías ¿para qué te sirve el Estado y los impuestos? Construir urbanizaciones en las afueras es un wing-wing para el PP.
En el mapa no oficial de los países actuales, las carreteras son las nuevas calles, también para las reivindicaciones, como estamos viendo con las protestas del campo. La ciudad moderna, convertida en un donut, vaciada de sentido, rellenada de turistas, actos lúdicos, franquicias y organismos institucionales que cierran a las 15h ya no es el lugar donde ocurren las cosas. De hecho, uno de los problemas principales de las manifestaciones ciudadanas tradicionales es que suceden frente a edificios vacíos. Gritamos por el Mar Menor, por las escuelas..., delante de NADIE.
Algunas consecuencias de esto: la primera, la más fácil, si queremos cambiar el mundo, enseñar nuestras opciones y debatir con la gente, deberemos salir a las rotondas y a los centros comerciales. Jorge Dioni López lo dijo claramente: “Izquierda Unida debería poner un tenderete en los PAU (urbanizaciones de las afueras) cada domingo”. Es allí donde se crían ciudadanas y ciudadanos que no entienden para qué sirve un Estado. Tenemos que contarles cómo se gestó su edificio y qué fuerzas se combinaron para que su barrio no tenga ni alcaldías, ni jardines, ni hospitales, ni colegios.
La segunda y más importante: ¿Cómo es posible que casi 100 años después de descubrir que los combustibles fósiles están destruyendo el planeta sigamos en un modelo de vida y producción que pone el desplazamiento y la import/export en el centro? La osamenta reluciente de los tractores que colapsan Europa estos días ha venido a recordarnos que, hace unos años, los fondos de inversión 'buitre' desembarcaron en la agricultura. Las frutas que se cultivan en Valencia son llevadas a China y aquí se traen las de Argentina. Las almendras de California se venden en Murcia y las murcianas en Francia. Un cúmulo de sinsentidos —permitido por Bruselas—, donde el beneficio se obtiene del transporte de mercancías y su reflejo en Bolsa. Todo ello con el consiguiente gasto de combustible y contaminación a nivel mundial. Todo el mundo desplazándose: el modelo de Las Vegas a tope. Venturi tuvo razón en su momento, pero su modelo es el infierno.
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