En las últimas horas de la COP28 de Dubai, en la que no parece que los cerca de 200 países que acuden a esta cumbre vayan a presentar un documento que comprometa a la comunidad internacional a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a corto plazo, asistiremos previsiblemente a un nuevo fracaso.
Si en la COP21 de Paris de 2015 se firmó el Acuerdo por el que para el año 2030 se alcanzarían las cero emisiones, al tiempo que se limitaría el aumento de la temperatura media del planeta para no sobrepasar los 2ºC por encima de la temperatura de la era pre-industrial, a sólo 6 años de esa fecha se han rebajado sensiblemente los objetivos marcados entonces. Ahora se mira al horizonte del año 2050 para conseguir la neutralidad en las emisiones, con la etapa intermedia de 2030 con la reducción en un 43% de esas emisiones.
Sin embargo, los datos contradicen una y otra vez lo que las sucesivas cumbres del clima marcan como meta. Así, el año 2023 será el año más cálido desde que se tienen registros, y se prevé que en 2024 superemos la fatídica cifra de 1,5ºC por encima de la temperatura de era pre-industrial, lo que podría suponer el punto de no retorno del cambio climático. Además, este año marcará un récord en las emisiones de gases, alcanzándose las 40.900 millones de toneladas, según datos del nuevo informe anual publicado por Global Carbon Project, en el marco de la COP28. Esto demuestra la gran hipocresía de los principales países industrializados que, cumbre tras cumbre, prometen mucho y hacen poco para solucionar este gran problema.
Pero desde las instituciones españolas, a través de las declaraciones de la ministra Teresa Ribera, se está empezando a escuchar la palabra mágica que se han negado a pronunciar durante décadas y que sólo unos cuantos visionarios se atrevían a hacerlo: Decrecimiento. Preguntada en la COP28 sobre este asunto, la ministra de Transición Ecológica aseveró que “para que crezca el bienestar no es necesario medir el crecimiento sobre la base de un mayor consumo de materias primas”. Es decir, que medir la riqueza de un país basándonos en el aumento del PIB no es garantía de bienestar, ni social ni ambiental.
El concepto de decrecimiento fue popularizado a principios de este siglo por el economista francés Serge Latouche (1940) quien, en una serie de obras, desde Faut-il refuser le développement? (1986) (¿Hay que rechazar el desarrollo?) hasta libros más específicos como La apuesta por el decrecimiento: ¿cómo salir del imaginario dominante? (2009) o Pequeño tratado de decrecimiento sereno (2009) nos plantea las claves para cambiar el paradigma imperante en la economía occidental, el de que solamente con el crecimiento económico ilimitado se pueden mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía. Latouche se basó en otros economistas anteriores, como el rumano Nicholas Georgescu-Roegen, o en pensadores como el austriaco Ivan Illich, además del Informe del Club de Roma Los límites del crecimiento (1972), que ya cuestionaban este aspecto.
En el concepto de decrecimiento se incluyen medidas que ya están sobre la mesa en los programas políticos, como la reducción del tiempo del trabajo, la apuesta por las energías renovables, la movilidad sostenible, el cambio en el modelo productivo, la relocalización de la economía, es decir, que la producción vuelva a los países de origen y no a terceros países donde los costes laborales para las empresas son menores, pero que implican costes ambientales por el transporte y, a menudo, abusos en las condiciones de trabajo. También la producción llamada de 'kilómetro cero', o sea, que minimiza la distancia entre productores y consumidores, fomentando la agricultura ecológica, es otra medida que se podría calificar como decrecentista y que cada vez más los gobiernos, sobre todo los de signo progresista, incluyen en sus programas.
¿Qué implicaría en la Región de Murcia la aplicación de los principios decrecentistas? En primer lugar, la transformación del modelo agrícola y ganadero desde el actual, demandante de productos fitosanitarios contaminantes y de cantidades ingentes de agua, y productor de residuos con consecuencias indeseadas como la destrucción del Mar Menor, hacia un modelo sostenible y ecológico. En segundo lugar, la descarbonización de la industria, con energías verdes como fuente. También la aplicación de un Plan de Movilidad Regional que reduzca la necesidad de usar el transporte privado con una red eficiente de transporte público para disminuir la contaminación o la transformación del modelo turístico hacia uno que sea responsable y sostenible son otros ejemplos de implementación de este tipo de medidas.
Lo que hace unos años era una palabra tabú, por el error de interpretación interesada de determinados sectores sociales, se está convirtiendo en la única forma de abordar el futuro inmediato, con la espada de Damocles de la emergencia climática en el horizonte. Que la clase política en el poder la empiece a usar sin tapujos es una buena noticia.
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