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El Doctor Milagro y la prudencia

El doctor Pedro Cavadas. EFE/Manuel Bruque/Archivo

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El valenciano Pedro Cavadas es un prestigioso cirujano plástico, especializado en trasplantes y reconstrucciones que otros pudieron considerar imposibles. Lo suelen llamar el Doctor Milagro. Con un expediente académico sobresaliente, su carrera estuvo enfocada en un principio a que se convirtiese en un consumado especialista médico, alcanzando altas cotas profesionales y una posición económica envidiable. Sin embargo, la muerte de su hermano, en un accidente de tráfico ocurrido en 2001, le cambió la vida. Eso, y un viaje a Kenia donde tuvo ocasión de recapacitar sobre su existencia y el papel a desempeñar en la Tierra. Y, a raíz de aquello, creó una Fundación en ese país, donde opera fundamentalmente a niños sin recursos. Admirador de Félix Rodríguez de la Fuente, ha confesado en diversas ocasiones que su primera vocación fue la de veterinario. Está divorciado y tiene dos hijas, adoptadas en China, que dice son el motor de su vida.

La otra noche, Cavadas fue invitado al programa ‘El hormiguero’, en Antena 3, donde se despachó a gusto contra los gestores de la pandemia en nuestro país. Vestido como si fuese a una montería, rasgo sin duda de su marcada personalidad, me recordó por momentos, no solo por su discurso sino incluso por su aspecto físico, al cocinero vasco Karlos Arguiñano, un tipo ocurrente que, sin ser el mejor de los chefs españoles, si es sin lugar a dudas el más mediático y el que con su locuacidad abrió puertas a otros colegas en el mundo de la televisión. Llamó la atención que Cavadas llevara el dedo de una mano vendado. Y sorprendió más aún cuando explicó el motivo de la lesión. Contó que se la había producido el mordisco de una serpiente pitón de tres metros que tiene en su consulta, a la hora de darle la merienda. Y explicó que los críos se divierten mucho cuando van a verlo y observan a tan genuina acompañante en su habitáculo. Genio y figura.

Está claro que Cavadas está de vuelta de muchas cosas, eso es evidente, pero lo que es inobjetable es que no es epidemiólogo. Por supuesto que tiene derecho a criticar cómo se ha gestionado todo lo relacionado con la Covid-19 en nuestro país, donde está más claro que el agua que no se han hecho las cosas bien y que, por supuesto, todo ha sido y aún es manifiestamente mejorable. Pero hacerlo con un cierto aire de autosuficiencia y superioridad le resta credibilidad. Aseguró que la llegada de la pandemia la vio venir él “y una decena de miles de personas”. Hablar a toro pasado de algo siempre resultó muy sencillo para quien pretenda ejercer de visionario

Además, cuestionó la inmediatez de una vacuna y su efectividad, algo que ha molestado a una parte de la comunidad científica, que no ha dudado en calificar sus opiniones como “irresponsables y que no se deberían permitir en una televisión”. Alegan que Cavadas, con sus afirmaciones, especula ante la opinión pública desconociendo los datos de la experimentación y dando pábulo a quienes ya de por sí desconfían de la propia vacuna.

Las manifestaciones que el afamado cirujano viene vertiendo desde hace meses sobre el coronavirus han generado sucesivas críticas entre un sector del colectivo sanitario. Destacados profesionales de este campo no han dudado en señalar que el hecho de que Pedro Cavadas sea una eminencia en su terreno no le da patente de corso a la hora de hablar de lo divino y lo humano. Hay quien también lo critica por su presunta falta de humildad, otros lo acusan de haber perdido el norte desde hace tiempo, mientras él tiene un lema que, desde su hipotético agnosticismo, suele repetir con asiduidad: “Si Dios existiera, sería médico”. Alguien dijo en el pasado que hay una falsa modestia que es la vanidad, una falsa grandeza que es la pequeñez, una falsa virtud que es la hipocresía y una falsa sabiduría que es la prudencia. Esta última, tan necesaria para sobrevivir, como siempre ha sostenido Fernando Savater. 

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