Parece que las elecciones en Andalucía vuelven a romper las previsiones de las encuestas conocidas. Y es que en estos momentos de incertidumbre, sufrimiento y esperanzas, hasta los estudios más concienzudos y los planes más maquiavélicos se dan de bruces con eso tan inestable como son los miedos y las ilusiones de la gente.
Lo cierto es que el bipartidismo, como forma de asegurar una forma de consenso social, sigue tocado. Pero, por supuesto, no hundido. El PSOE sale reforzado, no tanto por la cantidad de votos conseguidos (en realidad se han perdido 120.000), sino por la ilusión que generan los resultados entre sus amigos y la desilusión entre enemigos. Y en el horizonte vuelve a aparecer un fantasma ya harto conocido: el PSOE volviendo a ocupar la centralidad del tablero, el PSOE presentándose como fuerza renovada, el PSOE recambio de un PP desgastado. El desenlace dependerá de muchas cosas, pero en lo que a nosotros nos toca: de si Podemos, IU y otras fuerzas rupturistas son capaces de unir esfuerzos y construir un discurso a la vez rupturista, ilusionador y con solera.
El PP en el gobierno es el partido que más se ha desgastado. Pero no nos engañemos, no será nada fácil debilitar al partido por excelencia de la oligarquía. Son muchas las lealtades, los puestos y las redes que se han construido a lo largo de los años.
Izquierda Unida, por su parte, ha pagado las consecuencias de años de construcción de un proyecto meramente electoral. IU ha sido un bastión importante de la protesta, pero siempre se ha mantenido dentro de los límites del régimen. Es una fuerza ideológicamente bien estructurada, pero que nunca ha consolidado una organización suficientemente fuerte, unida a las clases trabajadoras y pegada a un discurso de ruptura, más allá de lo que el sistema ha permitido. Y es aquí donde esos pactos con el PSOE, las ambiguedades con respecto a la forma de Estado o la participación en las cajas de ahorro se cruzan en el punto de la aceptación del sistema. Ahí es donde pienso que tenemos que buscar, en último término, la incapacidad de canalizar políticamente el descomunal cabreo que tiene esta sociedad, como sí lo ha podido hacer Podemos.
Y Podemos, que pensaba que la ilusionante sorpresa de las europeas se podría repetir e insistía en que todo lo que no fuera gobernar sería un mal resultado, ha recibido un mal trago. No se trata ahora de si ha pasado de cero a quince diputados andaluces, tampoco de si los resultado son extrapolables o no, ni siquiera de si podía ser de otra manera, si decir las cosas más claras podía haberle hecho sacar más o menos votos, o si dar protagonismo a los círculos hubiera cambiado el resultado; lo verdaderamente importante es si Podemos ha tocado techo sin alcanzar el cielo. Porque si eso es así tendría que forzar a cambiar la estrategia.
Parece claro que la irrupción de Ciudadanos tiene algo que ver en este resultado para Podemos. Muchos votos que fueron del PP y en las encuestas se iban hace tres meses para Podemos, han regresado a una ubicación más natural, Ciudadanos, un partido conservador, que mantiene la apariencia de nueva política y de ese “viejóven” caballo de batalla de la regeneración política. Un partido que, además, va a poder recibir todo el cariño, seguramente en la intimidad, de la oligarquía. Lo que se traducirá sin duda en dinero, propaganda y dirigentes.
Pues bien, podemos aceptar que la estrategia seguida por Podemos ha servido en los últimos meses para ganar lealtades, aceptemos que ha ayudado a crecer cualitativa y cuantitativamente, que ha hecho que el pueblo se organice políticamente como no lo había hecho en décadas. Pero, al menos, hay que reconocer también que ahora ha cambiado el contexto: la estrategia relámpago de Podemos está mostrando sus límites, y el espacio de la centralidad del tablero y la transversalidad de los consensos sociales lo puede ocupar Ciudadanos también.Ciudadanos
Y aunque esto de Ciudadanos es clave, lo cierto es que lo importante no es que exista Ciudadanos, ni siquiera que el programa En tierra hostil sobre Venezuela o los ataques a Monedero hayan conseguido erosionar la apariencia de novedad de Podemos. El problema está en que el terreno electoral es un espacio en el que solo ganamos cuando cogemos desprevenido al enemigo, y eso pasa en muy pocas ocasiones. El terreno electoral no está hecho para que el pueblo gane y, pese a que puedan ocurrir cosas imprevisibles, lo normal es que pase lo previsible. O de otra manera, que si el pueblo no se hace presente, al final la victoria es para quien tiene el poder económico: los partidos del Régimen.
Lo que quiero decir no es que no podamos ganar, ni mucho menos, sino que no lo podemos hacer solo pensando en las elecciones. Necesitamos jugar en otros terrenos que están fuera del marco electoral y en el que la victoria depende mucho más de nosotros de nosotros: la movilización y la organización. En esos terrenos en los que realmente estamos ganando desde hace tiempo. Porque en nadie puede negar de que en la calle sí que está nuestro mensaje.
Pero además, quiero decir que no podemos permitir que esa estrategia relámpago traiga como daños colaterales el debilitamiento de la Unidad Popular. Porque esa Unidad Popular, apoyada en la movilización y organización, tiene que ser el aire que tiene que respirar cualquier fuerza política rupturista. Es decir, si por lo que sea, hay que elegir entre la estrategia relámpago y la construcción de Unidad Popular, la apuesta tiene que ser clara por la segunda opción. Porque las ventanas de oportunidad que se abren no se sabe hasta cuándo se va a abrir.
Y en este momento es un ejercicio de cinismo negar que, ante monumental lío que vamos a dejar a los ciudadanos en las elecciones locales y autonómicas que se avecinan, las clases populares están pidiendo a gritos unidad de las fuerzas rupturistas. Una unidad que impida que la lucha social y la política corran caminos diferentes, una unidad que nos haga hablar con la misma voz en la Marchas de la Dignidad y en la propuesta electoral, una unidad que se atreva a construir un proyecto que exige pedagogía y ruptura. Ahí es donde hay que ser valientes ahora respondiendo a esa exigencia, recogiendo los consensos sociales y enseñando (porque todavía hay mucho que enseñar) que no habrá posibilidad de mantener esos derechos dentro de los estrechos márgenes de este régimen.