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El peso que no pesa

Diario del coronavirus

Elena Cabrera

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La vida de Eleonor en las últimas semanas está tan marcada por la telecomunicación que, cuando vio el video de Ojete Calor con Ana Belén lo pilló superrápido: “Ah, claro, están haciendo una videollamada”. Pues sí, le dije ellos también. A veces se nos amontonan y le llegan a Eleonor solicitudes tanto al móvil de su padre como al mío, a la vez y quizá mientras está jugando a Minecraft online con sus primos. No puede con tanta vida social.

Ha tenido cuatro semanas de entrenamiento en la comunicación virtual, por lo que espero que se le den bien las expectativas para el nuevo trimestre escolar, el cual ha empezado con grandes bríos y nuevas herramientas de trabajo a distancia. Algunas madres y padres estuvimos a punto de mandar un escrito a la directora antes de las vacaciones de Semana Santa, francamente desesperados por nuestra falta de habilidades, y por supuesto de tiempo, como profesores sustitutos en casa. Mandarles ejercicios de los libros les estaba desmotivando. La carta no se llegó a enviar, ya que la directora del colegio supo de nuestras intenciones y rápidamente se adelantó a ellas para explicarnos que estaban preparando en mejorar las cosas. Viendo cómo ha comenzado de fuerte el tercer trimestre, me temo que nuestras y nuestros profes no han tenido unas vacaciones como las de su alumnado.

Lo mejor ha sido ver los rostros y escuchar las voces de sus profesoras, hablando a la cámara, explicando cómo hacer la tarea de plástica de la semana (la mascota del colegio con el centro de cartón de un rollo de papel higiénico… ¡papel higiénico!), explicando las unidades de social y natural science en inglés, pudiendo ver el rostro de la profe a la vez que la página del libro. Eso sí se parece más a lo que Eleonor entiende por colegio y, por una vez, la mañana ha sido fluida y no ha utilizado ninguna treta para escaquearse. Y eso que le duele una muela.

Más que dolerle, está a punto de caer, pero no llega a desprenderse. Yo soy una de esas madres a las que les gusta arrancar dientes a sus hijos, qué le voy a hacer, soy una sádica. El problema es que Eleonor me tiene calada y no me deja acercarme. “Mi muela está confinada”, dice. Tiene prohibido salir de la boca. Para evitarlo, ha decidido no lavarse los dientes. Pongo el grito en el cielo. Ella me dice: “respeta el hábitat natural de mi muela”. Yo no sé de dónde se saca estas cosas, ¿quizá de la clase de natural science?

Mientras esta mañana las familias celebraban por múltiples chats el gran avance tecnológico que estábamos experimentando en las tareas diarias, Isabel Celaá se colaba en nuestro WhatsApp anunciando el aprobado general. Podéis imaginar cómo se ha festejado esto en casa. Tras unos segundos de euforia, Alberto y yo le dijimos a nuestra hija: “¡eso no quiere decir que no haya que seguir estudiando!”. “Aprobado general” y “suspenso general” son dos palabras que despiertan en mí aromas de instituto, de responsabilidades compartidas, casi siempre injustas. Le hemos explicado a Eleonor que podrá subir nota si sigue trabajando tan bien como hasta ahora. “Me basta con aprobar”, nos contestó. Como la respuesta a esta me la sabía, rápidamente contraataqué: “lo que te tiene que bastar es con aprender”. Me dí la vuelta sujetando mi traje de cola, pateé tres veces el suelo, golpeé mis castañuelas y me fui del salón. Ahí quedó la cosa.

El caso es que, según fue avanzando el día, en los chats fuimos pensando qué podría significar no dar más materia nueva en un curso que acaba el 19 de junio y con un estado de alarma que probablemente no acabe hasta mediados de mayo. ¿Volverán nuestros hijos e hijas al colegio para solo un mes? Y, si ellos no vuelven pero nosotras y nosotros debemos regresar a nuestros trabajos, ¿cómo lo haremos? “El lío conciliatorio será de órdago”, sentencia R., con razón aplastante, en nuestro ya famoso chat Acción Mojitos.

Coronavirus, eres el viento que no cesa, eres el peso que no pesa, eres fuego y frío, ni más ni menos, amor mío.

Casos confirmados en España: 177.633. En Europa son 968.448 y en el mundo, 1.848.489. Desde que conocemos una aproximación más real a las cifras de Madrid, estos números ya no nos los creemos.

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