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La extraña derrota (del PSOE)

El presidente de la gestora, Javier Fernández, y el portavoz, Mario Jiménez.

Ibán García del Blanco

exsecretario federal de Cultura y Movimientos Sociales del PSOE —

Marc Bloch es uno de los padres de la historiografía moderna y para algunos el mayor historiador francés del siglo XX. Bloch fue además un intelectual de izquierdas comprometido y un verdadero patriota. Participó en la Gran Guerra y ya en su madurez sintió la necesidad de alistarse cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Derrotada Francia y bajo la ocupación nazi, continuó la lucha en La Resistencia hasta que fue apresado, torturado y posteriormente fusilado por la Gestapo en 1944.

Caída Francia y prácticamente en la clandestinidad, fue escribiendo sus reflexiones sobre el porqué del abrupto desmoronamiento francés frente a la máquina de guerra alemana. Estos pensamientos fueron publicados después de la guerra bajo el título La extraña derrota. En el libro, Bloch desgrana una radiografía del estado de la sociedad francesa ante el advenimiento del conflicto y no hay terreno sobre el que no arroje la luz del pensamiento crítico; nada escapa de la lupa del pensador, en un ejercicio tan implacable como equilibrado.

Revisaba estos días ese libro por habérseme activado en el recuerdo analogías aplicables al tiempo político actual. No en vano, cuanto es un ejercicio donde las principales herramientas son la táctica y la estrategia hay quien ha comparado la política con la guerra. Ya decía Clausewitz aquello de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Sin llegar a ello, lo cierto es que hay paralelismos evidentes y también en la guerra, por más abominable que sea, se sustancian dilemas éticos incluso en su mismo ejercicio.

Volviendo a nuestros días, es inevitable preguntarse qué es lo que ha pasado con el PSOE. Es cierto que desde hace años se encontraba con la necesidad de una difícil adaptación a una sociedad muy diferente de cómo ha sido durante las últimas décadas y consecuentemente a un sistema de partidos cambiante, donde los agentes decisivos ya no son meramente dos.

También con la necesidad de adaptarse a la inmediatez en los estímulos y las reacciones por la emergencia de las redes sociales y a la desaparición asimismo del monopolio en creación y difusión de la comunicación (por más que la línea de opinión de los medios tradicionales, paradójicamente tienda a la unidad). Adaptarse a un tiempo político en el que parece que a la derecha no le horadan en demasía ni su corrupción apocalíptica, ni el desarrollo de las políticas más crueles, mientras que su capacidad de influencia y presión no hacen sino crecer.

Retrocediendo a 1940, decía Bloch que ante la novedosa blitzkrieg alemana, una guerra móvil y rápida, “nos habría hecho falta el brazo rudo de Joffre y algunos de sus jóvenes turcos. Algunos seguían vivos, pero envejecidos, cargados de honores, echados a perder por una larga vida de oficinas y triquiñuelas. ¿A qué sangre joven y fresca se le pidió que devolviera algo de vigor al ejército?”.

Entonces, en lugar de ello se apartó a una nueva generación con nuevas ideas y se puso al mando a un estado mayor proveniente de la guerra anterior, practicando un “falso culto de una experiencia que, al ir a buscar supuestas lecciones al pasado, no podía sino conducir a interpretar mal el presente”. La alta oficialidad francesa y también sus más jóvenes epígonos se refugiaron en las tácticas de la Gran Guerra y al obviamente no funcionar, inmediatamente cayeron en brazos de la desesperación.

Se sorprendía Bloch del derrotismo que inmediatamente invadió las altas esferas del ejército: “Veo muy bien una capitulación doble”, escucha con horror decir al general Blanchard ya el 26 de mayo –la ofensiva alemana comenzó tan solo 15 días antes–. “Todavía teníamos los medios, si no de salvarnos, al menos sí de combatir mucho tiempo (…) deteniendo así y desgastando a un gran número de divisiones alemanas”.

Aún más, un 17 de junio escucha cómo un mariscal comunica a sus tropas su intención de solicitar el cese de las hostilidades, “mucho antes de obtenerlo, al precio que sea”. “Por haberse encontrado con lo nuevo y no haber sabido prevenirse, nuestro mando no solo ha padecido la derrota sino que, como los boxeadores entorpecidos por la grasa que se desconciertan ante el primer golpe imprevisto, la ha aceptado.”

Frente al argumento de evitar el “estrago inútil”, Bloch afirma que en la guerra “el pueblo agresor ofrece al pueblo al que trata de oprimir: 'renuncia a tu libertad o acepta la masacre”. A quienes entonces sostenían que los invasores al fin y al cabo “no eran tan malvados como los pintaban y que se ahorrarían muchos más sufrimientos abriéndoles las puertas”, el francés inquiere: “¿Qué piensan hoy esos buenos apóstoles sobre lo que ocurre en la zona ocupada, tiranizada y hambrienta?”. Hay que resaltar que quien escribía estas líneas no era el general De Gaulle, era un veterano de la Gran Guerra de 54 años.

Regresando a nuestros días y a la política, el PSOE enfrentaba un tiempo nuevo, con muchas más incertidumbres y riesgos que aparentes certezas. Soportar además la ofensiva de la derecha económico-mediática y política ha producido que a una notable representación de una más que exitosa generación política anterior –no toda, afortunadamente, ni tampoco sin la participación de jóvenes asentados en una cultura política también anterior– le entrara el pánico y acudiera a soluciones de otro tiempo. Y aquí el ejercicio de desesperanza ha sido simultáneo.

No era sino el día siguiente de las elecciones y ya voces acreditadas del PSOE ofrecían la capitulación sin condiciones, “mucho antes de obtenerla al precio que sea”; no era sino el día siguiente de la constitución de la gestora y ya el PSOE asumía públicamente su debilidad, que se encontraba en un callejón sin salida y ofrecía la abstención, “mucho antes de obtenerla al precio que sea”, en lo que fue el comienzo de un tránsito humillante, para evitar “el estrago inútil”. Todo ello jaleado por el unanimismo de determinada línea editorial sin percatarse de que, como escribía Bloch en 1944, “el sentido común popular se toma la revancha en forma de desconfianza creciente ante cualquier tipo de propaganda por escrito o por la radio”. Hoy añadiríamos la televisión y las redes.

Y sí, afirmo que el PSOE tenía el deber, la fuerza y los medios para haber resistido un envite directo a su autonomía, siempre que no hubiera cundido la disensión. Afirmo que todavía los tiene y que todo ello se encarna en la dignidad y el coraje de su militancia.

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