La mano invisible de la privatización sanitaria
Hablaba Adam Smith, considerado el padre de la ideología capitalista, de la existencia de una “mano invisible” que regulaba el mercado a través de la ley de la oferta y la demanda. Aun así, reconocía que había instancias donde ese concepto no era apropiado porque el consumo de recursos limitados podría perjudicar al conjunto y acabar en lo que el biólogo Garret Hardin llamó “la tragedia de los comunes”.
En este contexto ideológico algunos han querido aprovechar ese marco teórico liberal para introducir sus propias “manos invisibles” y convertirlas en tentáculos políticos al servicio del negocio y del lucro. Un lucro, que en un sistema sanitario de recursos limitados y recortados, representa a la perfección esa tragedia común.
En una comunidad autónoma como la de Madrid, donde esos tentáculos han terminado contaminando de corrupción todos los valores comunes que nos identifican como la sociedad que somos, era difícil pensar que un valor tan necesario y tan codiciado como la salud quedara fuera de esas dinámicas oscuras que inevitablemente conducen a “la tragedia de los comunes”.
Privatizar la sanidad, haciendo que empresas privadas con ánimo de lucro -sin otro ánimo que no sea el de lucrarse- participen del pastel del abultado presupuesto destinado a la sanidad, ha sido y es una apuesta ideológica clara del Partido Popular y disimulada del partido de Ciudadanos.
Pero la apuesta liberal tenía y tiene un gran competidor: la sanidad pública. Una sanidad pública con historia, con prestigio, con talento y con un potencial social incalculable, sustentada en valores netamente superiores como la equidad, la igualdad y la solidaridad. Una sanidad pública que, bien gestionada y en manos de gestores y políticos con vocación de servicio público y cuidado del bien común, no daba cabida ni a la especulación ni al lucro. Una sanidad pública cuyo potencial solo podía mermarse desde dentro, horadando los cimientos sociales que la sustentan e impregnando cada decisión política de “manos invisibles” que lastren su eficacia y ahoguen su presupuesto; si no puedes competir con tu adversario ni puedes eliminarlo, basta con sembrarlo de incompetencia y deslealtad.
Así y solo así, se abrirá paso el camino de la privatización sanitaria: con la incompetencia y deslealtad del propio gobierno a quien se le ha encomendado proteger ese bien común tan preciado y que, sin embargo, lo ha utilizado como moneda de cambio para jugárselo en el casino de la especulación. Incompetencia y deslealtad que dicta un gobierno pero que impregna capas gerenciales, directivas y de altos cargos que crean núcleos de poder en torno al miedo, la indolencia y el desprestigio del servicio que ellos mismos proveen.
Una incompetencia con lo común que contrasta con la precisión, casi de cirujano, con la que los sucesivos gobiernos del PP han ido construyendo un ecosistema privatizado paralelo a nuestra sanidad pública; contratos abusivos, incrementos presupuestarios obscenos, leyes a medida, dejación de responsabilidades, captación de reguladores, incumplimiento de leyes… Una maquinaria perfectamente engrasada desde los diferentes gobiernos de la Comunidad y Consejerías de Sanidad y en perfecto funcionamiento al servicio de la privatización sanitaria.
Sin embargo, ahora sabemos que esa maquinaria solo funciona si se alimenta de millones de euros en forma de sobrecostes. Ahora sabemos que el buque insignia de la privatización sanitaria, la Fundación Jiménez Díaz-UTE, solo puede competir con la sanidad pública si le añades un sobrecoste de un 40% por encima lo que cuesta esa misma asistencia en cualquier hospital público de referencia y prestigio de nuestra región. Ya lo dijo el anteproyecto de la Cámara de Cuentas, que desveló un informe interno del 2012 de la propia Consejería de Sanidad en el que comparaba los precios de la Fundación Jiménez Díaz-UTE con los del resto de hospitales de su mismo nivel y concluía que la fórmula utilizada en exclusividad con este ente privado, en ese momento en manos de un fondo de inversión, nos costaba a los madrileños entre 60 y 80 millones más al año.
Más de 400 millones de sobrecostes invertidos en hacer más rentable aquel fondo de inversión que logró vender su preciado tesoro a un gigante de la sanidad privada alemana: el grupo Fresenius, un grupo empresarial cuyos consejeros delegados no dudaron en calificar la reciente compra como “un filón sobre todo por la parte pública” y de expresar sus deseos de que “en la Comunidad de Madrid siguiese gobernando la derecha” para mantener intactos sus intereses y sus manos invisibles.
Un filón, nada menos que un filón. Nuestra sanidad pública, pagada con los impuestos de todos y concebida para el cuidado de la salud del común, puesta en bandeja como sacrificio social al mercado. Y un mercado, el de la salud, que para poder competir con la sanidad pública necesita del desvío continuo de dinero público desde el caballo de Troya del Gobierno. Decía un editorial de una de las revistas científicas de mayor prestigio, el British Medical Journal , que “como la sangre, la sanidad es demasiado valiosa, íntima y corruptible como para confiársela al mercado”. A lo que habría que añadir “y a algunos gobiernos”.
Ahora sabemos que el empeño ideológico que intenta demostrar la falacia de la privatización sanitaria se paga caro, porque se paga con el dinero común y con la salud. Ahora sabemos que para que la privatización sanitaria pueda competir con nuestra sanidad pública necesita que esas manos invisibles lleven a cabo minuciosamente la tragedia de los comunes.