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No hay personas sanas en un planeta enfermo

Sesión inaugural de la COP28, el 30 de noviembre.

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Este 2023 a punto de concluir será el año más cálido desde que tenemos registros. Probablemente sea también el más cálido en cientos de miles de años. Los impactos climáticos se hacen cada vez más evidentes: incendios, ola de calor, inundaciones, sequía. Incendios, ola de calor, inundaciones, sequía, etc, etc. Y sus efectos se dejan sentir cada vez más sobre nuestra salud. El ejército estadounidense definió en 2007 el cambio climático como un “multiplicador de amenazas” en materia de seguridad. Podría decirse lo mismo en materia de salud pública donde el cambio climático puede empeorar nuestra salud por dos vías. Directamente, aumentando el malestar o incluso las muertes por calor, haciendo que enfermedades como el dengue o la malaria lleguen a nuevas poblaciones, empeorando la calidad del aire cerca de los incendios o aumentando la ansiedad ante un futuro en llamas. Indirectamente, empeorando los determinantes sociales de la salud si aumenta la desigualdad, hay un peor acceso al agua o sube el precio de los alimentos.

Como resultado, el cambio climático amenaza con provocar cientos de miles de muertes adicionales anuales que se concentrarán desproporcionadamente en las personas más vulnerables (ancianos y niños sobre todo) o con rentas más bajas. Por supuesto, tenemos que hacer todos los esfuerzos necesarios para evitar que la crisis climática vaya a más, con una transformación ecológica que descarbonice la forma en que producimos y consumimos, pero mientras tanto, hemos de adaptarnos para protegernos de las consecuencias que ya no podemos evitar pero sí atenuar. 

Nuestras sociedades son más libres y más justas cuando no dejamos que esa protección recaiga en cada individuo sólo, en función de lo que pueda pagar o cómo se las sepa apañar. Nuestras sociedades son más libres y más justas cuando nos protegemos en común, como el país solidario que somos. El estado del bienestar es la base de esta protección colectiva que no mira cuánto tienes en el bolsillo ni pregunta en qué barrio has nacido. Y su pilar fundamental, la joya de la corona, es nuestro sistema nacional de salud: una red de centros, profesionales y estructuras que está ahí para protegernos y cuidarnos cuando más vulnerables nos sentimos. Una red de seguridad para cuando caemos enfermos. 

Cuando hace más de 35 años Ernest Lluch sentó las bases de nuestro sistema sanitario muy pocos eran conscientes de la gravedad que en pocas décadas alcanzaría el deterioro medioambiental, pero un Sistema Nacional de Salud del siglo XXI ha de ser un sistema adaptado a los efectos en salud pública de la crisis ecológica: con climatización adecuada de recintos, con un sistema eficaz de alertas tempranas para eventos extremos, con campañas de sensibilización sobre los efectos climáticos y cómo adaptarse (como se hace con drogas, alcohol o tabaquismo, etc.) y especial vigilancia enfermedades transmisibles que no son nuevas pero sí están experimentando un mayor alcance de forma preocupante (Lyme, Dengue, etc.). Esta adaptación no puede plantearse sólo en términos de mejor vigilancia sanitaria y de cambios de hábitos individuales, sino también desde una perspectiva comunitaria y mediante cambios estructurales que favorezcan la rehabilitación, el acondicionamiento de centros escolares y laborales, la creación de refugios climáticos, los sistemas de alerta temprana, etc. 

En tanto que nuestra salud y la de nuestros más cercanos es una de las principales preocupaciones de la ciudadanía, los sistemas de salud pública tienen un papel importante que jugar en la mitigación del cambio climático porque hoy es ya evidente que las políticas de transición ecológica son también políticas de salud pública. La gran mayoría de políticas de descarbonización tienen numerosos beneficios para la salud: la eliminación progresiva de la producción y uso de combustibles fósiles, los cambios en las ciudades y la promoción de una movilidad sostenible peatonal, ciclista o en transporte público que nos den la libertad de no usar el coche, fomentar dietas saludables y sostenibles reducen las emisiones mejorando nuestra calidad de vida. Enfatizar sus co-beneficios para la salud favorecerá la concienciación y facilitará la adopción de dichas políticas, más aún si implicamos a los profesionales sanitarios, los más valorados y reconocidos, en la comunicación de los riesgos para la salud del cambio climático y en las ventajas de luchar contra él. La salud ha de ser la vía por la que una gran parte de la población comprenda que las políticas ecologistas están alineadas con el ideal de tener vidas mejores en sociedades más sanas y con individuos con mejor salud. 

Por último, se calcula que sumando emisiones directas e indirectas, los sistemas sanitarios son responsables de un 4-5% de las emisiones globales. Si el sistema sanitario fuera un país, sería el 5º con mayor cantidad de emisiones de efecto invernadero del mundo. Una parte fundamental del juramento hipocrático, el compromiso ético que guía la práctica médica, implica el principio de Primum non nocere (“lo primero, no hacer daño”). Este principio también podría guiarnos ante la necesidad de transitar a un Sistema Nacional de Salud  sostenible, cero carbono y bajo en residuos que no empeore la crisis ecológica. 

En última instancia, se trata de volver a mostrar la dependencia de nuestra salud del contexto económico, social y ambiental. Igual que la economía debe volver a incrustarse dentro de unos límites planetarios hace tiempo sobrepasados, la salud humana debe considerarse parte de una salud planetaria gravemente amenazada. Regenerar unas condiciones ambientales seguras es la mejor receta para garantizar vidas saludables y seguras. 

En estos días está celebrándose la COP28 y por primera vez esta cumbre climática ha dedicado un día a hablar de cambio climático y salud de forma monográfica. Más allá de lo evidente (la preocupación creciente por este tema), tal vez sea la expresión de que ya estamos preparados para la acción. La pandemia evidenció que la vulnerabilidad en términos de salud va de la mano de los riesgos en materia medioambiental (la invasión humana de ecosistemas previamente ajenos a nuestra intervención favorece la aparición de zoonosis, y el resto de la historia ya la sabemos); tal vez sea esto lo que ha logrado incorporar a la agenda política global esta cuestión que es central. Si durante la pandemia decíamos que “nadie está a salvo si no estamos todos a salvo”, ahora debemos decir que “no hay personas sanas en un planeta enfermo”.

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