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Más allá de los 65: Acomodar ritmos vitales y laborales

Personas mayores utilizando ordenadores.

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Más allá del fragor de la contienda política, una de las noticias significativas de los últimos días ha sido el hecho que la edad media de jubilación superó, por primera vez, los 65 años. Es una buena noticia, sobre todo si la relacionamos con elementos de voluntariedad, mejora de los índices de salud de la ciudadanía, y mejora asimismo de las propias condiciones de la actividad laboral. Como sabemos, España tiene la mayor esperanza de vida de toda Europa con 84 años de media y se sitúa solo por detrás de Suiza o Japón. Cuando Bismarck, en 1889, fijó la edad de jubilación a los 65 años, la esperanza de vida en Prusia era de 45 años. Cada vez es más fuerte el contraste entre el aumento de la longevidad y la interrupción brusca, voluntaria en algunos casos, forzosa en otros muchos, de la actividad laboral. Si observamos las dinámicas en otros países, se observa en algunos de ellos una voluntad para acomodar mejor los ritmos vitales que genera ese aumento de la longevidad y de la calidad de vida en edades avanzadas, con dinámicas menos imperativas y más flexibles en la fijación del cese de la labor que cada quién desempeña. 

Hace tiempo que la concepción tradicional de las tres etapas vitales, formación-trabajo-descanso, ha saltado por los aires. Aceptamos ya que no hay una edad para estudiar y otra para trabajar. Tampoco sabemos muy bien cuando acaba uno de ser joven y empieza a ser adulto, o menos aún, mayor. Estamos en la época de la formación permanente, del reciclaje continuo. Somos cada vez más conscientes que no hay un solo tipo de familia e incluso hay quién afirma, con razón, que trabajar en las labores del hogar es también productivo. Nos falta adecuar nuestros estereotipos y prejuicios con relación al hecho de envejecer. Vincular edades con momentos vitales y con mayores o menores grados de autonomía es, en muchos casos, una mera construcción social. En otros contextos culturales no es así, pero aquí lo “natural” es considerar que a más edad más decadencia e inutilidad. En este sentido sería conveniente hablar cada vez menos de envejecimiento y referirnos más a la longevidad, que tiene connotaciones mucho más positivas. 

En este tema, la concepción de lo que es el trabajo tiene mucho peso. Hoy en día podemos caracterizar el trabajo combinando tres aspectos distintos: lo que genera producción o valor, lo que expresa la esencia de lo que es cada quién y lo que fundamenta la distribución de recursos que permite subsistir y vivir. El trabajo estructura los tiempos vitales, genera espacios de socialización y contacto fuera del marco familiar o de barrio, puede marcar objetivos a conseguir y sirve para generar una definición de cada quién, por incompleta que pueda acabar siendo. Genera por tanto un mundo propio alrededor del trabajo. De hecho, la separación entre trabajo y vida, o, si se quiere, la conversión del trabajo en una mercancía, estrictamente vinculada al salario como instrumento de subsistencia, es algo muy reciente si consideramos el devenir histórico de la humanidad. Pero cuando más se pierde la dimensión que conecta el trabajo con lo que uno siente que es su vida o, al menos, una parte de la misma, más se subraya la parte estrictamente productiva y, sobre todo, la estricta dimensión de subsistencia. Por lo tanto, no todo el mundo vive el trabajo y las obligaciones y dinámicas que comporta de la misma manera.

En los últimos años, son diversos los países que tratan de entender el aumento de la longevidad como algo positivo y no como un problema, y han puesto en práctica políticas que facilitan el alargar la vida laboral, casi siempre de manera flexible y voluntaria. En Europa destacan países como Dinamarca, Suiza, Reino Unido, Suecia o Estonia, con tasas de alrededor de un 10% de la población de más de 55 años que combinan trabajo y pensión. Si comparamos las cifras de España con estos países o con el conjunto de la OCDE, nuestro país está claramente por debajo. La esperanza de vida, que es un indicador en el que España, como decíamos, está extraordinariamente bien situada, seguirá aumentando en los próximos años, lo que entendemos debería reforzar la necesidad de adecuar vida laboral y ciclo vital. 

Entiendo que muchas empresas, instituciones y organizaciones quisieran mantener en activo a trabajadores que destacan por sus altas capacidades profesionales, por su experiencia acumulada y por el talento que han ido adquiriendo en su labor. Según datos del Informe 'España 2050', si se equiparara la tasa de actividad de nuestro país en la franja 55-74 con la de los países antes mencionados, España ganaría miles y miles de personas activas, lo que permitiría mitigar los efectos de la caída de la fuerza laboral en edades intermedias. Ello exige adecuar los formatos laborales, en sintonía con las preferencias de los trabajadores y trabajadoras de edad más avanzada, incorporando asimismo ventajas fiscales y salariales que lo faciliten y con un adecuado cambio cultural que permita evitar prejuicios y estereotipos.

Todo ello no debería menoscabar la equidad intergeneracional. Las evidencias muestran una preocupante falta de inserción de los jóvenes en puestos de trabajo acordes con su formación y en los que encuentren una eficaz vía de incorporación a las demandas y habilidades que exige ese puesto de trabajo. La combinación del aumento de la longevidad, junto con una cultura bien asentada de jubilación temprana y una falta de mecanismos que faciliten el alargamiento de la vida laboral de las personas mayores, sin interferir por ello en la incorporación de nuevo personal joven con pautas previstas de formación y acomodación, genera resultados claramente mejorables en la renovación del mercado de trabajo español.

Los datos de que disponemos ponen de relieve que los perfiles educativos de los jóvenes tienen algunos sesgos que dificultan su entrada en el mercado de trabajo. Problemas de sobretitulación, de perfiles formativos poco alineados con las demandas más evidentes del mercado de trabajo, y, en general, una dificultad para adaptarse con rapidez a los puestos de trabajo disponibles. Se han iniciado procesos significativos de reforzar la formación profesional e incrementar las vías de formación dual, pero todo ello es aún muy reciente. 

La combinación de ese alargamiento potencial de la vida laboral de un conjunto de personas mayores, con experiencia y capacidad sobrada, podría constituir un trampolín perfecto para los jóvenes que se incorporen a esas empresas u organizaciones. No solo a través del contrato de relevo actualmente existente y que combina con el supuesto de jubilación parcial, sino también con otras alternativas como podrían ser labores de mentoría y transmisión de información por parte de los mayores, perfectamente ajustadas a las labores a desplegar. O lo que en algunos países se llama mentoría o aprendizaje inverso, donde los jóvenes recién llegados reciben ayuda, pero, a su vez, capacitan a los mayores en habilidades tecnológicas y nuevas maneras de realizar su labor. En definitiva, de lo que se trata es de ir acomodando mejor ritmos vitales y ritmos laborales desde lógicas de flexibilidad y adaptación a lo que sin duda es una muy buena noticia: el aumento de la longevidad

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