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Opinión - Tócala otra vez, Sam. Por Esther Palomera

El alma de los votantes

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, antes de una reunión en La Moncloa. EFE

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Echa a andar 2023 con las potentes citas electorales que diseñarán los cuatro años siguientes. Mucho en juego y varios meses de presiones y cábalas por delante. Tiempo de encuestas, buena parte de ellas para que influyan en la percepción de los ciudadanos. La demoscopia se ve arrastrada por el desprestigio de ciertos medios que la usan a su favor y así tenemos, más que prospecciones, vaticinios programados de lo que pueden deparar las urnas. La prensa de derechas vuelve a encumbrar a un Feijóo en horas bajas por sus muchos patinazos y diarios como ABC se lanzan sin pudor a la militancia en campaña: el gobierno Sánchez debe acabar, les carcome la impaciencia.

El Mundo da por “hundido” a Sánchez, por “atacar la división de poderes”, que en su terminología quiere decir separar al PP de su poder monolítico en el Poder Judicial ostentado a la brava, a través de más de cuatro años de permanecer atrincherado sin renovarse acabado su mandato. En Infolibre se analiza el estancamiento de Feijóo a niveles ya de Casado, que parece más verosímil.

Según El Confidencial Digital, el líder del PP habría ofrecido a Juan Carlos de Borbón un plan de regreso a España, “al día siguiente” de convertirse en presidente del Gobierno. Su España, la de ellos, en su máxima expresión: acopio de corruptos de alcurnia –no de prestigio- y, de ser cierto, patinazo solemne de Feijóo porque es Felipe VI quien no quiere la vuelta de su padre. En su viaje a España en mayo de 2022, se anunció otro para junio que no se cumplió, tras la tormentosa reunión en Zarzuela con su familia. Parece ser que el abuelo de la heredera está resultando un verdadero incordio. Pero la derecha arropa a Feijóo con cuanto creen le puede servir.

Es innegable que el PP tiene un nicho electoral sólido –“nicho” le llaman, sí, y los partidos en general suelen tener el suyo-. Cuando los votantes de los populares se incomodan algo, le bajan los apoyos –como ocurrió con Pablo Casado (tras la moción de censura a Rajoy), o con Isabel Díaz Ayuso en sus primeras cita con las urnas antes de que la lanzara Miguel Ángel Rodríguez- y se pasan a Vox o a Ciudadanos. Los naranjas están ya muertos como partido, para enterrar en una fosa común, donde anidan ya otros presuntos centrismos. Pero un vicesecretario del PP estimó que 600.000 mil votantes del PSOE se pasarían a Feijóo. Lo sé porque una emisora de radio lo dio como noticia y se me atragantó la conducción del coche. Opiniones y globos sonda corrompen la información. Porque además de García Page o Lambán, con mando autonómico no sé quiénes más habrá.

Escribe Iván Redondo, el antiguo asesor de Pedro Sánchez, en La Vanguardia que el PP es primero en fidelidad desde hace más de un año con 7 millones de votantes. El PSOE contaría con 6 millones. El PSOE puede pactar. Al PP solo le quiere Vox y aquel señor de Navarra a quien desean presentar de candidato los ultras en moción de censura.

Siete millones de seres que normalmente van a votar así llueva o granice. Algunos en la izquierda son más volubles e infinitamente más puntillosos con los suyos. En las charlas de estos días navideños, alguien me dijo una frase lapidaria: los votantes del PP no están pendientes de lo que dice o hace tal o cual, básicamente van a votar y punto: tienen una vida. “Los votantes del PP tienen una vida”, estoy impactada desde entonces. Es cierto, está probado que pasan por alto todas las tropelías de su partido y se dedican a otras cosas. Como dijo Donald Trump del amor de sus seguidores, podría el PP -en este caso- asaltar el Banco de España que tampoco pasaría nada. Al contrario, sería retransmitido por una Ana Rosa Quintana emocionada en primer lugar, Susana Griso a continuación y todos los demás después con sus distintas sensibilidades.

Ésa es la gran baza del PP.  Frente a las divisiones de la izquierda, incluso por temas menores. Al margen, claro está, de todas las presiones que trabajan en favor de unos y en contra de los otros. De vez en cuando una buena estrategia despierta al electorado más progresista que va a votar aunque alguna cosa no le guste. Todavía no se ha explorado ese otro nicho real de quienes pasan de todo porque no confían en nadie. Hay que darles motivos para ello e implicarles en el futuro común.

El viacrucis del año electoral se abre en el horizonte inmediato como una amenaza para la estabilidad racional y hasta emocional. Quizás sería positivo tomar algo del alma desalmada del votante conservador: “tener una vida” sin preocuparse del daño que hacen ciertas políticas. Como si todos fuésemos responsables y supiéramos qué es lo más conveniente para el bien común. Fuera de ironías, excluir la atención a las menudencias interesadas e ir al grano de lo que importa. 

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