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Ataques de una estrella

Imagen de archivo de una librería.

Elisa Beni

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"No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo

Evelyn B. Hall (explicando a Voltaire)

Leo muy poco a los que piensan como yo. ¡Oh, no teman, ellos lo saben y conocen el motivo, que no deja de ser el mismo por el que ellos no me leen a mí! Cada mañana desayuno con la prensa en orden inversamente proporcional a mis agrados y cumpliendo celosamente el aserto de leer primero a los que más lejos están de mi cabeza. La razón es muy sencilla, son los que más me estimulan a pensar. Leer a tus pares es un ejercicio de onanismo muy poco placentero, por reiterativo y por insustancial. Tal cosa no nos impide ni a ellos ni a mí ni a los que piensan diferente expresarnos libremente. Es un ecosistema que funciona siempre y cuando no los sometamos a la distorsión. Cualquier tipo de censura es la distorsión por antonomasia.

Leo, es casi lo único que hago cuando no escribo -ya saben, es el único vicio sin castigo-; leo, les decía, que en el portal de lectores Goodreads, unos miles de usuarios se organizaron para boicotear una obra concreta y someterla a un ataque de puntuaciones de una estrella, a fin de hundirla. ¿Les suena? A mí también. Incluso lo he sufrido. La novedad de este caso es que la novela de Elizabeth Gilbert que intentaban hundir no se publicará hasta febrero de 2024. ¿El motivo? Pues un anuncio sobre la fecha de edición en el que se avanzaba que la historia estará ambientada en la Siberia de 1900, con un grupo de resistentes al gobierno ruso. Al parecer un montón de ofendidos consideraron que no es admisible idealizar Rusia cuando ésta lleva a cabo un ataque injusto por el que se la acusa incluso de crímenes de guerra. ¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS? Ellos realizar un ataque de una estrella, es decir, buscar que un contenido sea censurado a base de presionar a los editores o de amenazar su éxito económico.

O tengan el caso de J.R. Rowling, a la que se amenazó incluso de muerte por expresar dudas sobre un movimiento con el que coinciden cientos de miles de personas del mundo. Afortunadamente, cancelar a una mujer que ha vendido 350 millones de libros no es fácil. La ha salvado su posición editorial y su fortuna, lo que no menoscaba el volumen del ataque recibido: “No me paseo por mi casa pensando en mi legado” -dijo entonces-. “Da igual, estaré muerta. Me importa el ahora. Me importan los vivos”. En este mismo campo podríamos enmarcar a varios españoles a los que también se les ha impedido presentar su libro en muchos lugares. Hay ejemplos de escritores y opinadores y periodistas que se auto censuran, bien para evitar ataques espurios bien para no vivir entre olas de insultos y de bochornosa estulticia. Cuando te cuentan que no hay dinero que pague ese trance, es posible que lleven toda la razón. Piensen que cuando alguien es capaz de pensar, también es capaz de despreciar a los que no lo hacen.

Los lectores que sólo quieren leer su propia mente reflejada no creo que coincidan con la de la más potente escritora inglesa del XX, Virginia Woolf, cuando escribió en El lector corriente: “A veces he soñado que cuando llegue el Día del Juicio y los grandes conquistadores y abogados y estadistas vayan a recibir sus recompensas (...) el Todopoderoso se volverá hacia Pedro y le dirá, no sin cierta envidia, cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: mira, esos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Han amado la lectura”. Wolf, como dice Bloom, es feminista pero sobre todo es la amante de la lectura, la que en el prefacio del Orlando expresa su deuda con Defoe, Browne, Sterne, Walter Scott, Emily Brönte, De Quincey y Pater. Lo que a veces se quiere hacer ahora con su obra es tan simplificador que la hubiera espantado.

Ahora hasta una mujer de letras de su categoría está sometida al algoritmo. El algoritmo que nos abre ventanas exclusivamente sobre el nicho que nos atribuye, para que giremos como un hámster en la rueda de nuestros gustos o de nuestras convicciones o de nuestras apetencias. La sociedad ha copiado esa peligrosa dinámica. Hay quien pretende que no haya medios sino de su orientación o, incluso, que en estos no se expresen sino quienes la comparten y, más lejos aún, que incluso si la comparten lo tengan que hacer sin matices, a toque de silbato, sin poder señalar los errores o los deslices. La causa. Todo eso es pobreza, ruina. Sólo de confrontarse con las ideas humanas que no nos pertenecen, que no compartimos, que incluso no comprendemos porque nos resultan marcianas; sólo de ese reto intelectual saldrán nuevos argumentos, nuevas perspectivas, nuevos enfoques sobre los eternos problemas humanos que jamás terminaremos de desentrañar. Casi todo aquel que defiende algo cree tener buenas razones para hacerlo; puede que no lo sean, pero eso no lo convierte en menos humano y, por tanto, no nos aleja de intentar desentrañar los hilos de pensamiento o de interés o de miedo que le han llevado hasta ellas. Si él hiciera lo mismo con las nuestras, ¡cuánto más fácil resultaría el diálogo!

Es intolerable que las obras de arte se censuren, que las películas se censuren, que las canciones se censuren. Lo es sin ambages. La libertad de expresión es la plataforma sobre la que se sustenta toda nuestra civilización. Por eso hay que estar alerta y descifrar toda forma de censura, por más disimulada que se nos presente. Cuando la Iglesia quemaba en la hoguera a los que no asumían sus dogmas, indemostrables a la luz de la razón, cuando metía en el índice los libros que los cuestionaban, censuraba igual que hoy día hacen todos aquellos que pretenden convertir cuestiones acientíficas en axiomas de los que no se puede disentir. Los que no comulgan deben procurar no hacerlo ni con hostias ni con ruedas de molino.

Este es mi manifiesto contra la censura. Censura también es querer quitarle el pan de la boca a los artistas que tienen un pensamiento diferente. Censura también es querer perjudicar profesionalmente a los distintos, pedir que los despidan, boicotearlos. Toda la censura es el mismo ataque y puede proceder de frentes bien distintos. No nos engañemos, quemar libros y banearlos dándoles una estrella sin haberlos leído es lo mismo. Todo lo que sea impedir que las ideas fluyan es una suerte de censura. Sí, incluso aquellas ideas que a uno le parezcan más deleznables. Es más, les voy a contar un secreto, a veces es suficiente con que las ideas y las propuestas afloren para que produzcan el mayor de los rechazos, el que nunca hubieran suscitado si se hubieran convertido en corrientes subterráneas.

Yo nunca firmo manifiestos. Por un lado porque nunca me han puesto delante uno del que pudiera suscribir absolutamente todo y del que no hubiera cambiado parte del contenido o de la forma; siempre resulta más fácil escribirlo todo tu mismo y ponerle tu firma; por otra parte, siempre he estado convencida de que resulta más valiente manifestarte a través de tus hechos y tus palabras, incluso cuando eso acarrea un riesgo.

La censura es intolerable y las cortinas de humo para aventar las ideas también. El ambiente está lleno de una humareda espesa y asfixiante. Triste. 

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