El banco malo ese, ¿se podrá atracar?
Leo todo lo que se escribe sobre el “banco malo”, y no encuentro respuesta a una pregunta que me inquieta: ¿dónde pondrán el banco malo, con sus 60.000 millones tóxicos? ¿Hará el gobierno un concurso para que las localidades interesadas presenten candidatura, como hicieron con el almacén de residuos nucleares? ¿Disputarán los pueblos por quedarse con el banco malo? ¿Tendrá beneficios el municipio que lo acoja? ¿Hay peligro de que esté en zona de riesgo sísmico o inundable? ¿Y los vecinos? ¿Estarán seguros teniendo al lado un banco malo? ¿Aceptaremos comer tomates procedentes de las tierras próximas a su sede?
Es que oye hablar uno del banco malo, de la urgencia de los bancos por traspasar su carga tóxica a la nueva entidad, y se imagina un almacén lleno de basura radiactiva. Y sin embargo, los 89.000 pisos y 13 millones de metros cuadrados de suelo que el banco malo acogerá no necesitan mucho espacio. Basta un despacho, un ordenador, una usb.
Que no se hagan ilusiones los pueblos sin trabajo. Aunque impresione oír hablar de ladrillos, terrenos, activos tóxicos, traspasos, saneamiento, en realidad todo esto del banco malo es poco más que un apunte contable, una tecla pulsada y que en décimas de segundo socializa las pérdidas multimillonarias de los bancos que enloquecieron durante los años de la burbuja, y que ahora se quitan de encima el muerto, y para variar nos lo colocan a nosotros.
La jugada es maestra: el banco se hunde por el peso de sus créditos morosos, viviendas adjudicadas y embargadas, y suelo. Viene el Estado y se lo compra. Sí, claro, a un precio más bajo del que tienen apuntado en su balance, estaría bueno que encima se lo pagásemos a precio burbuja. El banco, ya más ligero, se olvida del fardo, y es ahora el Estado el que, con recursos públicos, gestiona los activos tóxicos poniendo cuidado en no perjudicar a los bancos saneados: por ejemplo, cuidando que no caiga mucho el mercado inmobiliario, no sea que los activos sanos de la banca se conviertan en tóxicos otra vez. Al mismo tiempo, abre la puerta a que el capital privado se haga cargo de parte del pastel, sobre todo fondos de inversión internacionales, cuanto más buitres mejor, que al olor del dinero (y el tóxico desprende un hedor especialmente atractivo) buscarán la forma de hacer negocio con esos activos, convirtiéndolos en nuevos productos financieros (¿les suena de algo?).
Y en realidad, ¿de qué estamos hablando? ¿Qué son esos activos tóxicos que ningún banco quiere ni en pintura, que el Estado va a meter en un costoso agujero, y que puede atraer a carroñeros financieros? Ya lo dije antes: además de crédito moroso, muchos pisos: 89.000 pisos. Y suelo, mucho suelo: 13 millones de metros cuadrados edificables.
Entre los 89.000 pisos habrá, claro, urbanizaciones de campo de golf; y entre el suelo habrá también mordiscos paisajísticos de esos que han devastado nuestro litoral. Pero también muchos pisos de barrio que están con las persianas bajadas, o a medio construir. Y mucho suelo de esas zonas que en tantas ciudades fueron urbanizadas, con sus calles, sus farolas y sus papeleras, y así quedaron.
Es decir: vivienda. Vivienda para hoy, y para mañana. Miles de pisos construidos y por construir. Viviendas vacías en un tiempo en que miles de familias son desahuciadas, tantos jóvenes no pueden independizarse, muchas otras familias viven asfixiadas con sus hipotecas y alquileres. Y viviendas por construir, para un futuro que vuelve a quedar a merced de los fabricantes de burbujas, que a partir del cargamento del banco malo y su efecto sobre el mercado inmobiliario intentarán poner las bases para otro ciclo de ganancia.
Es ya un lema común en todas las manifestaciones ese de “gente sin casa, casas sin gente”. Amplíenlo: “gente sin casa, casas sin gente, casas pagadas por el Estado, casas ofrecidas a fondos buitres”.
Sí, estaría bien aprovechar todos esos pisos y metros de suelo, ya que nos los vamos a quedar, para impulsar la vivienda social, sobre todo el alquiler social, que a tanta gente aliviaría. Pero para eso haría falta tener una política de vivienda que a este gobierno ni se le pasa por la cabeza, pues tiene cosas más importantes en que pensar.
Me parece tan escandaloso, que me entran ganas de ponerme una media en la cabeza y atracar el banco malo ese, haciendo buena la famosa frase de Brecht comparando el atraco a un banco con la fundación de un banco. En cuanto me entere de en qué pueblo lo ponen, dejo el coche con el motor en marcha en la puerta, y no respondo.