La cuadratura del Círculo
En 1962 apareció, en seguimiento del Club que Bertelsmann había fundado en 1950 en Alemania, y bajo la misma empresa, el Círculo de Lectores español. Por aquellas fechas el país estaba entrando en la senda del desarrollo. No mucho después aparecería el lema “Un libro ayuda a triunfar”, pero no hacía falta conocerlo para que todos, sobre todo los miembros de las clases socialmente ascendentes, tuvieran la sensación de que la educación y la cultura eran clave en el éxito profesional.
La idea detrás del Círculo, en la Alemania que salía de su postguerra y en la España del consumismo incipiente, era facilitar la compra de libros a personas que no frecuentaban las librerías, y eso la fórmula de Club lo conseguía por tres medios simultáneos. Por una parte, los miembros pagaban una cuota periódica, en vez de tener que hacer un desembolso por cada compra de un libro: eso no sólo dulcificaba la adquisición, sino que además permitía a la empresa contar con una base de ingresos. En segundo lugar, a los socios se les ofrecía una propuesta entre las obras aparecidas en los meses anteriores: básicamente narrativa, aunque también no-ficción y algún libro práctico. Aunque la producción editorial española no era al principio tan desmedida como luego llegaría a ser, se agradecía esta selección de títulos que, además, incidía en aquellos que mejor podían convenir al perfil de sus miembros, a los que el club conocía muy bien. Si por cualquier razón el socio no llegaba a hacer su elección, se le hacía llegar automáticamente el libro recomendado, que por lo general cumplía sus expectativas. En tercer lugar, la revista con la oferta de títulos, y luego las obras escogidas, las llevaba directamente al domicilio un agente. Esta figura fue clave: el agente solía ser un profesional (maestro por ejemplo), que con este trabajo redondeaba su sueldo. Pero además eran personas del mismo medio que el socio, que le conocían y podían aconsejar de forma personal qué libro escoger. Una notable obra de ingeniería empresarial fue conseguir del gobierno un trato fiscal favorable para los ingresos complementarios de estos agentes.
Gracias a este conjunto de factores, los socios fueron en aumento: no sólo en ciudades sino muchos en un medio rural que no les permitía otra forma de acceso a los libros. Con los años, la selección de libros fue creciendo, y se añadieron obras de consulta y de otros tipos que apuntaban a los hijos de los socios en edad escolar (más tarde habría un Círculo sólo para los de menor edad). Pronto aparecieron también discos, con lo que las dos principales franjas de consumo cultural quedaban bien cubiertas. La revista con la oferta que llegaba a los socios creció y mejoró de calidad, de modo que invitaba al consumo. En el fondo se había creado un nuevo canal de distribución de libros y discos, que actuó en clara simbiosis con editores y autores.
Los editores a veces podían vender a través de Círculo parte de la tirada de las obras que imprimían, o incluso sacarlas en régimen de coedición, lo que convertía en viable una edición que en ocasiones no lo habría sido. Pero incluso cuando el club sacaba su propia edición de una obra ya editada en el mercado librero, el consenso unánime era que no suponía una competencia real: sencillamente era improbable que los socios de Círculo hubieran acabado comprando el libro en el circuito normal. Más adelante, Círculo llegaría a publicar sus propias obras, pero tampoco en este caso se vivió como un problema, porque se trataba de los preciosos tomos de Obras Completas (que las editoriales como Aguilar habían abandonado, por no ser rentables), o de obras en gran formato, ilustradas por artistas contemporáneos, que tampoco entraban en el horizonte de los editores del momento. Además, y bajo el sello Galaxia Gutenberg, estas obras especiales fueron también a veces a las librerías. Hans Meinke fue el director del Círculo que puso en marcha, con mucha fortuna, estas líneas propias y de gran calidad. Con ellas también se conseguía que los socios tuvieran la sensación de ser un elemento privilegiado en el mundo de la cultura, con acceso a ediciones, y a veces a actos y presentaciones, que eran exclusivos para ellos.
Para los autores, Círculo podía significar una segunda vida para sus títulos: cuando el libro ya había cumplido su siempre demasiado breve ciclo en librerías, y cuando se veía reducido (en el mejor de los casos) a un goteo constante, ahí aparecía Círculo con una nueva edición, en muchos casos mejorada. Pondré un bonito ejemplo personal: en 1993 apareció en Siruela mi libro C. El pequeño libro que aún no tenía nombre, ilustrado en blanco y negro por Perico Pastor. En 1998, Círculo sacó una edición en tapa dura con ilustraciones a color, y también una traducción de Quim Monzó al catalán (desde 1989 existía Cercle de Lectors). Estas ediciones tuvieron incluso presentaciones a la prensa, con lo que la obra se puso de nuevo en el circuito. Por fin, en el 2003 la editorial Empuries publicó la edición catalana que había hecho Círculo en el mercado librero.
En un momento dado, todo el circuito del libro debía contar con Círculo. Los agentes se cuidaban muy bien de incluir la reserva de los derechos de Club en los contratos con los editores, y estos accedían sin problema. Los libreros sabían que ciertos títulos circularían también vía Círculo, pero no veían motivos de preocupación. Esta es la cuadratura que consiguió milagrosamente el club: situarse en un mercado ya formado, afectando a todos sus componentes, pero sin crear suspicacias y muchas veces en régimen de colaboración.
Porque lo que primaba, al menos durante las primeras décadas, era la sensación de que Círculo de Lectores estaba contribuyendo a extender y elevar el nivel lector entre la población, y eso sólo podía ser bueno para todos. Y así fue: cuando, en nuestros trabajos de investigación sobre lectura en España, entrevistamos a personas de más de 50 años, muchos de ellos habitantes de pequeños núcleos aislados, al comienzo de sus biografías lectoras siempre aparecen los libros de Círculo. A través de las bibliotecas de sus padres, esos libros también han llegado a generaciones más jóvenes.
Los transvases empresariales, los cambios en los hábitos domésticos y de compra cultural fueron disminuyendo la influencia del Círculo. Muchos pensamos que la llegada de la mediación digital permitiría rehacer esa situación única, cruce de la confianza de unos compradores y de la habilidad de quienes les seleccionaban una oferta. No fue así. El mismo contenido del club se fue desvirtuando, por la inclusión de productos ajenos al espíritu inicial, como la cosmética, y ese extraordinario aparato de recomendación y venta perdió fuerza. El círculo alemán originario ya había cerrado, cierto que con menos socios que el español, y éste por fin ha visto llegar su último suspiro. Sólo podemos lamentarlo.