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Uno de cada cuatro no terminará el instituto, y no es una maldición

Archivo - Alumnos de Bachillerato

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Año tras año, cada septiembre viene la OCDE con su informe anual sobre educación dando ánimos a los estudiantes, y de paso a profesores y familias en el comienzo de curso: “por mucho que os esforcéis, más de una cuarta parte no acabará la secundaria”. Este martes nos lo volvió a recordar: en España, el 27% de los jóvenes no termina el bachillerato, o ni siquiera llega a cursarlo por quedarse en la ESO. Repito, que me parece que no os habéis fijado en el porcentaje, no os veo muy escandalizados: el 27% de jóvenes abandona los estudios antes de tiempo.

Como si fuera una maldición, un fenómeno de la naturaleza, o un endemismo tan español como el paro de dos dígitos, seguimos siendo los líderes europeos en abandono escolar, y ya el dato ni siquiera nos impresiona. No es algo que abra telediarios, y de hecho hay medios que al leer el informe este martes se fijaron más en otros datos (que tenemos más horas de clase que otros países, por ejemplo). Leer que tenemos un 27% de abandono escolar es como ver llover. Como saber que, pase lo que pase, nuestro paro será siempre el doble que en Europa, y que además se disparará con la siguiente crisis. E igual que pasa con el paro, aunque el dato de abandono escolar ha mejorado con los años (no hace tanto superaba el 30%), siempre es el doble que en los países de nuestro entorno (que también ellos van mejorando sus cifras).

Como aquí todo se arregla con tecnología, he leído últimamente repetidas noticias de que algunas comunidades autónomas van a probar sistemas de Inteligencia Artificial (¡oh, ah!) para detectar y prevenir el abandono escolar en los alumnos. Ya pueden ahorrarse el dinero, porque seguramente los propios profesores tienen la inteligencia suficiente para detectar qué alumnos presentan mayor riesgo de no terminar los estudios. Tanto lo saben, que los buenos docentes se esfuerzan especialmente con aquellos chavales que saben en mayor riesgo desde el primer día. Incluso a mí me llegaría mi inteligencia para detectarlos, si me diesen dos simples datos: la renta de sus familias, y el nivel de estudios de sus padres. Si además me dan el código postal, lo clavo.

Porque aunque parezca una maldición, un fenómeno de la naturaleza o un endemismo, no lo es. Ni siquiera es un fracaso del sistema educativo, o no solo. Sabemos de sobra que la mayoría de quienes fracasan en los estudios, no es que fracasen en el colegio o en el instituto: es que vienen ya “fracasados” de casa. Tanto como los hijos de familias ricas vienen ya “triunfados” de casa. Un estudio de hace unos meses en Cataluña, al que no atendimos como merece, decía que el porcentaje de abandono escolar entre los hijos de familias vulnerables triplica al del resto de la población.

Y decía más ese estudio: la mitad de los alumnos que abandonan se concentran en solo una cuarta parte de centros escolares, los denominados de Máxima Complejidad. Es decir, en barrios pobres, porque el abandono escolar, como tantas manifestaciones de la desigualdad social, también va por barrios. Centros que comienzan en primero de Secundaria con, pongamos, tres o cuatro clases por curso, y al llegar al bachillerato solo quedan estudiantes para llenar una clase. No digamos ya si hablamos de ciertos colectivos históricamente vulnerables como la población gitana, en la que más del 60% no acaba la educación obligatoria.

Como los endemismos sociales se alimentan entre sí, a menor nivel de estudios, más paro y menos ingresos, lo que provoca una mayor vulnerabilidad que hará que la siguiente generación tenga también mayor riesgo de abandono escolar. Ese es nuestro gran fracaso, no escolar sino social. Y me temo que eso no se arregla con la enésima reforma educativa, que siempre se presenta prometiendo reducir el fracaso escolar y mejorar la igualdad de oportunidades (¡ja!). Tanto hablar de que queremos un sistema educativo como el de Finlandia, miren en qué puesto está Finlandia en el ranking de desigualdad socioeconómica, verán qué sorpresa.

Mientras, en este comienzo de curso, habrá que seguir agradeciendo a tantas y tantos profesores que no se resignan a ver abandonar a sus alumnos como quien ve llover. Y a veces lo consiguen.

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