Déjà vu y democracias: ahora o nunca
A finales del siglo XIV una gran parte de Europa vivió uno de los acontecimientos más oscuros de nuestra historia: la peste negra. Esta, debido a su gran mortandad, caló profundamente en el ideario de todas las sociedades que componían aquella Europa, no sólo en una nueva forma de pensar la religión y su utilidad, sino también en las mentalidades de la gente común y trabajadora, que vio cómo los nobles, ante el miedo a que los campesinos reclamaran un alza en sus salarios y unas mejores condiciones laborales, les impusieron nuevas formas de trabajo mal asalariado, para mantener sus riquezas estables al precio que fuera. Tengamos en cuenta que la peste negra provocó una alta mortandad, sobre todo en la población de un rango social bajo, que vivía en condiciones de pobreza, dando lugar a que las manos que pudieran trabajar se redujeran a la mitad y así el precio de sus salarios a priori tuviera que doblarse, lo que suponía un problema para los nobles y terratenientes. La peste cambió profundamente el panorama social y político del viejo continente.
Esta coyuntura, inesperada y durísima, vino a demostrar que las monedas tienen dos caras, no solo una. Los campesinos de la tierra y trabajadores de toda Europa, ante esta imposición y vulneración de los derechos a tener una vida digna, se plantaron y comenzaron a no pagar la renta de las tierras y a brindar servicios a los nobles: este fenómeno colectivo, de manera casi inesperada, comenzó a difundirse. Aldeas y pueblos enteros comenzaron a organizarse entre sí para dejar de pagar las multas y los impuestos, dejando así de reconocer el intercambio de servicios y las cortes feudales, principales instrumentos del poder feudal. Esto para los nobles era más grave incluso que el hecho de que el orden feudal se viese alterado por unos campesinos, ya que suponía pérdidas económicas para ellos. Un escritor del siglo XVI recoge algunas palabras de un noble que describía así la situación:
“La Peste Negra destruyó un tercio de la población europea. Fue un punto de inflexión, social y político, en la historia de Europa. Los campesinos son demasiado ricos […] y no saben lo que significa la obediencia; no toman en cuenta la ley, desearían que no hubiera nobles […] y les gustaría decidir qué renta deberíamos obtener por nuestras tierras”. Federici, S. (2004)
A raíz de esta organización de campesinos y trabajadores, se acuñó el concepto de “democracia de los trabajadores” –término utilizado en el siglo XV y XVI–. La intencionalidad era clara aun encontrándonos alrededor del 1400-1500: desmarcarse del tipo de democracia de la que hacían uso los banqueros, nobles y grandes comerciantes del momento, una suerte de “democracia para los ricos”.
Casi siete siglos después, vemos cómo pese a la gran distancia temporal, sigue existiendo un elemento común. Hoy en día vivimos en una democracia para los banqueros, empresarios y especuladores, no para la gente común, que cada mañana sale en busca de un trabajo que le permita tener una vida digna. El año 2015 se presenta como una ventana hacia aires nuevos y frescos, hacia la recuperación de una democracia que apuesta por los derechos sociales que se nos han quitado a lo largo de los últimos años, porque sin la gente no existe la democracia, no existe participación de todos, no existe futuro posible. Las numerosas iniciativas ciudadanas han permitido que la ventana de oportunidades se abra y sea la gente de a pie la que comience a hacer política desde todas partes, incluidos el millón de jóvenes exiliados fuera de nuestro país.
Hablar de recuperar la democracia significa hablar de igualdad, de que mujeres y hombres tengan las mismas oportunidades, que una mujer no sea expulsada de su trabajo de manera injustificada por estar embarazada u otras infundadas razones. El problema no es solo económico, también social: los derechos humanos de la mitad de la población, que son mujeres, se ven vulnerados cada día como consecuencia de una constante violencia –recuerden, “no solo duelen los golpes”– por parte de una sociedad intoxicada de machismo. Hemos movido ficha, pero aún nos queda mucho que demostrar y enseñar.
Es el año de las maestras y de los maestros, no el de las ministras y ministros, como ha demostrado el ya pasado 2014. La etimología de la palabra maestro deriva del latín magister y este, a su vez, del adjetivo magis que significa más o más que. El magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. Sin embargo, el término ministro deriva de minister y este, a su vez, del adjetivo minus que significa menos o menos que.
En el 2011 comenzamos a ser todos maestros y maestras y a demostrar que necesitábamos menos ministros, que para hacer política no era necesario estar dentro de un Parlamento, sino de organizarnos entre nosotros y comenzar a reconstruir la democracia para la gente común. Hemos demostrado que teníamos mucho que enseñar y que nos queda aún mucha voz. Es el año en el que la democracia convertida en peste negra por unos pocos, se tornará en una democracia real, transparente y horizontal para unos muchos, sólo si estamos dispuesto a seguir aprendiendo entre nosotros y a seguir enseñando que existen nuevas formas de hacer política al servicio de la ciudadanía. Y que no quepa duda: estamos dispuestos a ser combativos, a enseñar y a aprender.